miércoles, 10 de agosto de 2011

Sobre la libertad




"La ley nunca hará a los hombres libres; son los hombres los que tienen que hacer libre a la ley".
"Antes que el amor, el dinero, la fe, la fama y la justicia, dadme la verdad".
Henry David Thoreau

El hombre nunca habrá de conocer la libertad absoluta. La primera restricción le es implantada por la Naturaleza, porque de ella dependen sus más elementales movimientos, al punto de ser ésta quien determine su tiempo de estancia en la tierra como ente individual. El hombre se halla obligado a requerir de sustancias externas tan vitales como el aire, el agua y los alimentos. Está incapacitado para prescindir de aquellos componentes externos que le son vitales para mantener su organismo en funcionamiento mediante la asimilación y desasimilación de los mismos. La Naturaleza, además, lo limita en espacio y en tiempo, inclusive en determinadas temperaturas, contenido gravitacional y velocidad permitida. Pero el hombre obvia esas limitaciones; ni siquiera razona sobre ellas y se da por satisfecho solo con la oportunidad de existir adherido al globo terráqueo que lo cerca con su fuerza gravitacional. A todo ese poderío que esclaviza al hombre y he dado en llamar “Naturaleza” por complacer a los ateos, los creyentes lo denominan Dios.
La segunda restricción, un poco menos insoslayable la impone la sociedad con sus leyes, aunque evadirla presupone un costo tan elevado, como para evaluar si vale la pena o no renunciar a determinadas autonomías. El hombre fuera de la sociedad tendría que sufrir la ley de la selva, la hegemonía del más fuerte, la esclavitud más enervante para los más débiles, como sucedió en los albores de la civilización. Es entonces cuando la sociedad crea superestructuras tales como la religión, las asociaciones fraternales, los partidos políticos, el matrimonio, etc., que nos limitan la libertad absoluta de que podríamos gozar a cambio de normativas –no todas laudables –que nos aseguran una vida relativamente organizada.
Sin embargo, si ponemos a un lado en nuestro transitar por la vida los límites que impone la Naturaleza, si somos capaces de asumir determinadas leyes sociales que nos parezcan justas y nos ayuden a vivir mejor dentro de una comunidad, así como luchar contra aquellas que, a nuestro entender, están mal estipuladas, nos queda un margen de libertad envidiable para la época histórica que nos ha tocado vivir.
Hay un artículo de José Martí que para mí significa algo así como El Sermón del Monte para los cristianos. Es el artículo Tres Héroes, que abre su bella obra para los niños de América: La Edad de Oro. Pero de ese artículo homenaje a los grandes libertadores de América, es en el comienzo donde el Maestro se desborda en elocuencia, en amor, en filosofía; y lo traigo a colación en reiteradas ocasiones. Y cae a propósito del tema que quiero exponer, cuando al hablarnos sobre la libertad nos dice que “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía”.
Martí concatena de manera indisoluble la libertad y la honradez en el hombre. Son condiciones gemelas para vivir en sociedad sin ser perjudicado y no causar daño a nadie. La libertad sin honradez se convierte en libertinaje; la honradez sin libertad en servilismo. En ese tratado él reconoce de manera implícita la parte bestial que cada ser humano lleva consigo y que, de no hallarse reprimida por leyes sociales, lo convertiría en lobo de su propia especie. Por eso la primera condición que exige del hombre en sociedad es ser honrado. Con todo, la honradez tiene una gama de matices tan amplia que abarca desde el respeto a la propiedad ajena –sea colectiva o individual –, hasta el deber de ofrecer lo propio en el bienestar de los demás. Y es en este mar de matices heterogéneos donde surgen, como de montañas volcánicas sumergidas, el magma demagógico de los tiranos.
Pero no se duerme el Maestro al recalcar que también la libertad es el derecho a pensar y hablar sin hipocresía. Es el primer tapabocas a la demagogia de quienes pretenden opinar solo ellos y que los ciudadanos solamente escuchen, como ocurre en muchos países. Es el alerta temprano a las nuevas generaciones de América, para que no se dejen amordazar primero la lengua y luego exprimir los testículos.
No obstante, estos derechos también tienen montañas que franquear, muros que deshacer, alas que implantar. Y los tiranos, conocedores que para pensar y decir verdades es preciso estar bien informados, castran a los pueblos la información, dando por sentado que el discernimiento verdadero es únicamente suyo el suyo. Es, en el juego sucio de la política, uno de los más viles con mejores resultados. Pero ya están anacrónicas y pasando de moda las represiones basadas en golpizas, encarcelamientos y asesinatos. La globalización ha empequeñecido al mundo respecto a los acontecimientos del orbe, y en solo unos segundos es posible saber lo que está sucediendo a nuestros antípodas birmanos y hasta, por medios cibernéticos, podemos conocer con fotos y detalles de la premio Nóbel Daw Aung San Suu Kyi y su lucha por los derechos humanos.
Quizás por eso continúa enseñando Martí a los niños y a las niñas que:

Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado.

La visionaria mirada del Apóstol traspasó las barreras del tiempo al vislumbrar cómo hoy multitud de cubanos de todas las edades, de cualquier sexo y nivel educacional, adolece del valor cívico necesario para expresar su verdad. Es el rebaño que bala dentro de sus casas, a regañadientes, que se revuelve dentro de sí cargado de frustraciones perentorias y, sin embargo, “no se atreve a decir lo que piensa” y más, aún vocifera en público, con alarde de mezquina y falsa valentía, todo lo contrario de lo que piensa. Esos son los principales enemigos de la Revolución: los que aplauden errores aferrados a míseras prebendas que temen perder, los que tergiversan y extreman medidas decretadas sin bases jurídicas aplicables para el buen funcionamiento de la sociedad, los que ocultan el agujero en el casco del buque que hace agua, sin tener en cuenta que la nave se hunde inexorablemente si no se toman medidas a tiempo. Esos son las ratas que se asen al palo mayor hasta que aparezca la oportunidad de saltar al primer madero que flota fuera de borda.
También el Gobierno desconfía de los pocos que elucubramos fórmulas –a despecho de los dolores de cabeza –para salir del embotellamiento económico y político en el que permanecemos enclaustrados, y no claudicamos en el afán de “trabajar para que el gobierno sea bueno.” Quizás algunos críticos acérrimos de la Revolución jueguen su papel con miras a derrotarla y tomar ellos su lugar en el futuro. No es infructífera la historia de Cuba en estos asuntos. Pero como dijo Cristo alguna vez: “por sus frutos los conoceréis”, dadle la oportunidad a que florezcan para conocer qué cosecha proponen, y si la primicia es malvada, entonces desbrocemos la huerta y echémosla, como maleza, al fuego. Es necesario que el Gobierno crea en los que soñamos una América unida, pero libre y próspera, “con todos y para el bien de todos”. Cuba se está quedando rezagada en la prosperidad que propone el socialismo del siglo XXI. Ningún gobierno de América que se considere legítimo y pretenda mantener su partido en el poder, puede tomar como ejemplo a un pueblo sin posibilidades de opinar por los medios de difusión, con una amplia variedad de alimentos prohibidos, excluido de su derecho a vender o comprar sus propiedades, incapacitado de viajar fuera de sus fronteras sin un permiso especial y asalariado con una moneda que se le reduce veinticinco veces a la hora de comprar artículos de primera necesidad.

Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres.

Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.

Basado en ese ideario del Apóstol me considero un hombre libre y realizado. Quizás –y a orgullo lo tengo –un poco al margen de muchos de los que me rodean. Basado en esas enseñanzas vivo, camino, sueño, sufro, escribo… ¡Gracias, Maestro!
Y con estas enseñanzas como escudo, ¿podrá algún fariseo levantar su voz para acusarme?


Pedro Armando Junco

1 comentario:

  1. Luis Carracedo Roque19 de agosto de 2011, 8:36

    Hermano, leí tú artículo de la libertad. Te cuento que uno de los libros que mas he leído es La edad de oro, se lo he regalado a mis hijas y de ese libro su mejor capítulo es los tres héroes. Has hecho el análisis que siempre soñé leer, gracias hermano por tan buen trabajo.
    Hoy por fin me dejó poner un comentario, a modo de prueba te lo dejé y te comentaba que te escribiría por aquí. Dejaste una nota que decía que dabas tu dirección particular por si alguien quería dejarte algún comentario, la dirección no se ve por ningún sitio.
    Saludos a todos, un abrazo para ti.
    Luis Carracedo Roque.

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