Tengo un amigo, el periodista X, que no es muy adicto a los símiles ni a las metáforas. Tampoco es proclive a ejercer una crítica propia, tomada de un criterio muy suyo luego de un análisis profundo, como debe suponerse en un verdadero periodista. Mi amigo pertenece al grupo que aprendió a refrendar lo que otros le señalan que hay que decir.
Y digo esto, porque en esa anchurosa marisma de periodistas nacionales, quedan todavía montones como él, aunque algunos, sobre todo jóvenes talentosos como Maráis en La Habana, Labrada en nuestra ciudad y determinados columnistas más, van despuntando con un sentido más claro de lo metafórico y grandes deseos de ejercer un buen trabajo informativo y crítico. Uno de estos es el destacado camagüeyano de la televisión local Orestes Casanova, quien reportó recientemente un agudo ataque contra el estancamiento de los bloques de terracota que se abarrotan en los patios de la fábrica. Nadie se explicaba por qué, ante la necesidad imperativa de estos materiales para la construcción de viviendas que demanda la población, no se ponen a la venta debido a que la empresa u organismo encargado de sus ventas no se presenta a buscarlos. Al parecer es porque no tienen mucha salida.
Y en apoyo a ese trabajo de Orestes, quiero poner en claro lo que acaso no pudo terminar de explicar por falta de espacio en su documental, o porque pensó quedaba explícito para los que analizaron concienzudamente su trabajo.
Según un especialista en construcción de viviendas entrevistado en ese reportaje, para levantar una casa se necesitan 1800 de esos bloques. El administrador de la fábrica explicó que el costo de cada unidad es de dos pesos y centavos (no recuerdo si $2.12 o $2.15); que su venta al MINCIN –Ministerio de Comercio Interior –, estaba en los $2.25 o algo así, pues no pude anotar datos precisos. Pero que luego, el Comité de Finanzas y Precios le colocaba un precio de venta a la población a $14.00 por cada uno. ¡Casi siete veces el precio de costo!
El MINCIN es quien únicamente puede vender estos productos al pueblo: desde un cepillo de dientes hasta el último artículo de primera o última necesidad de cada ciudadano. Esta capacidad exclusiva de ser el único comprador y vendedor, en el capitalismo se denomina monopolio. Y el Comité de Finanzas y Precios es también únicamente quien puede poner los precios de venta de todo artículo en el país. ¿Cómo se llamará esto en el capitalismo?
Realizando cálculos matemáticos como un escolar de quinto grado: si una casa necesita 1800 bloques en su construcción y, grosso modo, calculamos que esto constituye un 20% de su costo, pues el resto lo requieren el cemento, los áridos, el acero y la mano de obra; si para cada bloque tiene que desembolsar el trabajador cubano catorce pesos de sus ahorros, que es aproximadamente un día y medio de salario, y son necesarios 1800 de ellos; si su salario promedio es de alrededor de $300.00 mensuales, resuelva usted mismo el problema como lo hacen nuestros niños de enseñanza elemental y obtendrá como resultado que construir una casa en Cuba a esos precios representa el sueldo completo de un obrero durante 35 años, y solamente los bloques requieren más de 7 años de labor constante y completamente destinada a ellos. Y si eso es falso, hágame saber que soy un mentiroso.
Por eso no solo es preciso poner el dedo en la llaga como hizo Orestes esta vez. Hay que apretar hacia abajo, fuertemente, aunque duela; romper la postilla y sacar fuera el pus amarillo y pestilente –con nombres y apellidos –de esos burócratas que, escondidos tras la máscara de Comité de Finanzas y Precios, no tienen escrúpulos en explotar al proletariado cubano. Si mi amigo X argumenta que hay mucho dinero en la calle que recoger o que la educación y salud en nuestro pías son absolutamente gratis, responderé de antemano que el trabajador cubano no tiene por qué pagar la culpa de los altos salarios de esas masas burocráticas que inundan el país sin producir nada y consumen la mayor parte de la riqueza nacional.
Ese llamado Comité de Fianzas y Precios que propone un valor de 14 pesos a un poco de tierra cocinada –porque si fueran bloques de hormigón otro gallo cantaría –, es el mismo que está abarrotando las tiendas de productos cubanos por “moneda nacional” (según ese enfoque semántico el CUC no es cubano), con precios que dan ganas de reír cuando le aplicamos su valor de costo y de llorar cuando nos vemos precisados a adquirirlos. Pienso que mencionarlos al detalle no vale la pena y convertiría este trabajo en una lista interminable de mercancías hogareñas muy necesarias a pesar de su rústica presencia.
Si mi amigo X no quiere admitir que el burocratismo está corroyendo los cimientos de esta sociedad como muy bien ha prevenido ya, más de una vez, el actual Presidente del país, propongo que de la misma forma que ahora inducen a los jóvenes hacia carreras agrícolas –pienso yo…–, debería hacerse hincapié en la carrera de otorrinolaringología. Abrir nuevos cursos y graduar muchos miles de médicos especialistas otorrinolaringólogos –parece un trabalenguas –para atender esa enfermedad tan proliferada que aqueja a tantos dirigentes sordos ante el grito de lo necesario que es tomar medidas drásticas, urgentes y reales contra ese tipo de elemento que, lejos de defender a la Revolución, la está poniendo al borde del colapso.
Pedro Armando Junco
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