miércoles, 28 de diciembre de 2011

Navidades

Otra vez Navidades en Cuba. Otro año más. A pesar del arreglo con Juan Pablo II y el persistente interés de las iglesias por mantener viva esa tradición cristiana prerrevolucionaria, todavía quedan elementos dentro de la nomenclatura gubernamental que luchan contra ella.
La supervivencia de esa antipatía por las fiestas navideñas se manifestaba mediante el frenazo a los “excesos” de la cuota básica poblacional. Y encasillo la palabra porque, además de ser ridículas ofertas fuera de lo tradicional –hablo de dos cervezas per cápita, un pedacito más de pollo, un dulcecito añadido, etc. –, este año se ha esperado a que pasen las Navidades para recibir ese “algo” que toda la población tímidamente aguarda y, sin embargo, nada de eso ha llegado a las bodegas.
¡Nada antes de las Navidades! Solo algunos organismos facilitan a sus trabajadores, después del 25 de diciembre, una cajita de cerveza a precio un poco menor que la inalcanzable de los diez pesos, la “jabita” familiar con un poco de aceite vegetal, un pedazo de queso y unas libras de carne de cerdo, que casi siempre se adicionan junto a la cerveza; de igual manera se organizan las “actividades” que se ofertan a precios diferenciados y que reúnen a las familias de los trabajadores de un mismo centro laboral. ¡Nada ante de las Navidades!
Para el ojo poco agudo –¡y mire usted cuanta abundancia de estos tenemos en Cuba! –el detalle pasa por alto. Pocos se dan por enterados de que, disimuladamente, se nos pretende obligar a que celebremos tan sólo el Año Nuevo; se nos guía de manera subliminal a que nos olvidemos por completo de que hace más de cincuenta y tres años, todo un pueblo, hasta los más humildes, asaban su lechoncito en el patio de su casa y cenaban tarde esa noche buena, porque a partir de las doce, era Navidad en todo el mundo. Yo recuerdo cuando salíamos en pandilla un grupo de muchachos de la barriada y nos íbamos a visitar, a eso de las nueve o las diez de la noche, los bohíos circundantes. Era esa la hora de bajar los lechones de las púas y comíamos en una casa y en otra y en otra, porque llegar a un hogar campesino a la hora de la cena, constituía el alborozo de los anfitriones, porque se convertía como en privilegio que se les otorgaba. Pellizcando aquí, pellizcando allá, sobre la misma mesa donde se picaba el lechón, íbamos de casa en casa hasta las diarreas del día siguiente. Entonces era asequible, para un trabajador que ganaba solamente un peso y medio por jornada, ahorrarse cinco días de labor y adquirir un lechón de 50 libras para asarlo a su familia en Nochebuena, porque el precio de este animalito estaba a quince centavos la libra. Hoy, cien veces más caro el cerdo a fin de año, con el salario promedio de un proletario nacional, un puerquito de asar que pese cincuenta libras, ¿cuántas jornadas le cuesta al trabajador honrado? ¿Será eso lo que pretenden hacernos olvidar?
Estoy convencido de que la maquiavélica actitud de frenar los festejos Navideños no se halla en las más altas esferas del Gobierno. Está un poquito más abajo, en esos elementos de los “cuellos blancos” que tan acertadamente señaló recientemente el presidente del país. Son esos que, encasillados en métodos obsoletos de décadas pasadas, piensan que todavía es hora de indicarnos cuál es el día idóneo para cenar lechón asado y a qué hora del siguiente debemos ir al baño a desintoxicarnos de la comilona. Estos son los que se niegan a desaparecer del escenario político de un país inmerso en transformaciones estructurales profundas, temerosos de perder sus prebendas el día en que les arranquen las caretas de dirigentes funcionales y bien intencionados.
De todas formas, estamos a las puertas del 2012, año final del calendario Maya, cuya culminación es para muchos el final del mundo. Motivos no faltan para creer en esa posibilidad, pero seamos positivistas y esperemos de él mejores tiempos y prósperos augurios. A todos aquellos que visitan mi blog, les deseo desde lo más profundo de mi corazón muchas, pero muchísimas felicidades, y mi cordial abrazo de hermano.

Pedro Armando Junco

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