Ayer un amigo aseguraba que Alicia vivió en realidad experiencias para maravillarse. Por el contexto de la frase me di cuenta inmediatamente a qué Alicia hacía referencia y me eché a reír. Pero al observarle con detenimiento noté en su rostro la mayor seriedad del mundo y hasta llegué a pensar que estaba loco.
–¿Cómo hemos de dudar que un conejo hable y vista con elegancia, o que un gato sonría desde su invisibilidad, cuando a diario encontramos otros… –y se quedó en vilo, sin atreverse a pronunciar el calificativo –…que determinan las cosas más contraproducentes e increíbles?
Y así comenzó a decir su listado de absurdos, de esos que a diario vemos por doquier: –ese “gato Cheshire” de nuestra realidad, que sin dejarse ver, ordena y manda ejecutar medidas que rayan en la más irracional de las lógicas.
Así me puso el ejemplo de las calles cerradas en nuestra hermosa ciudad: la calle República, hoy convertida en bulevar, que servía para descongestionar el tránsito de vehículos automotores provenientes del aeropuerto, del ferrocarril y de más de una decena de repartos al norte de la ciudad. Al no permitir el tránsito por esa arteria vial, se le cierra también el acceso a otras tantas calles y callejones –no olvidemos que Camagüey es un laberinto de callejoncitos –que confluían hacia o desde ella, facilitando la viabilidad de los carros. Y para colmo, hace solo unos meses, ese mismo “gato” instaló un bar al aire libre para turistas, –quiero decir en divisas –nada más y nada menos que tronchando el paso a la calle Martí, otra importante arteria vial de ingreso desde oeste al este, que traspasa el centro del casco histórico de la ciudad.
–También nuestro “gato” sacó a flote los rieles de la Plaza del Gallo, para que los visitantes extranjeros admiren cómo nosotros conservamos, entre los adoquines centenarios, aquellos lingotes de acero pulido que –no importa hagan tropezar a los transeúntes y bachifiquen la calle más de lo que está –son el orgullo de los tiempos pasados de esta villa, y hayamos conseguido fuera nombrada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.
No tuve otra opción que echarme a reír cuando mi amigo enriqueció el léxico con el verbo “bachificar”, digno de ser tomado en cuenta por nuestra Academia Cubana de la Lengua, ya que su proliferación es una constante en todas nuestras carreteras, calles y caminos.
Cuando terminó de hablarme sobre las calles y los parqueos cerrados o reducidos por el gato Cheshire cubano, con el único propósito de atraer el turismo internacional, sin importarle un bledo las necesidades de nuestra población de a pie, hizo referencia a un trabajo televisivo de la periodista Talía González sobre lo contraproducente e incómodo que resultan los “carretilleros” que deambulan multitudinariamente por las calles de La Habana, que de hecho es extensivo a todas las ciudades y poblados del país.
–¡Muy bien por Talía! –me dijo riendo. Pero esa pretensión suya de que sea el Estado quien llene el vacío de las ofertas de alimentos a la población, hace medio siglo que viene fracasando. Lo que sí es cierto es que tantos “merolicos” –antes muy perseguidos y hoy muy promocionados –molestan en las vías públicas. Sin embargo, que molesten no es motivo para eliminarlos. El éxito estaría en acomodarlos en sitios donde no causen incomodidad a los transeúntes, pero la población conserve acceso rápido y cercano a sus productos. Lo que sucede, Talía –dijo como queriendo hablar con ella –, es que el mismo “gato” determinó que para ofertar un mazo de cebollas o una fritura a un transeúnte, el vendedor tiene que andar deambulando por las calles y ¡ay! de aquel que se detenga en un punto fijo, porque los inspectores se los comen a multas.
Fue entonces cuando comprendí que el amigo aquel no estaba loco y que Lewis Carroll, lejos de haber escrito una novela de ficción para niños, había narrado premonitoriamente un testimonio verosímil.
Pedro Armando Junco
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