lunes, 14 de mayo de 2012

Cosas de mi barrio


 
Ayer, cuando salía de mi hogar, un ama de casa de la cuadra que me conoce desde niño, me dijo:
–¡Qué elegancia! ¿A dónde vas tan emperifollado?
–A la uneac–le respondí –…a navegar por Internet.
Y mi vecina, muy asombrada, condolida y colmada de humanismo, recalcó preocupada:
¡Ten cuidado, mijo, que tú no sabes nadar!

A esta anécdota hay poco que agregar. Es la mejor referencia que se puede tener del desconocimiento ciudadano general con respecto al desarrollo por el que transita hoy cualquier lugar del mundo. El cubano común, encerrado en una ostra de desinformación –o lo que es peor: información deformada, centralizada, dirigida y alineada por una sola idea –, desconoce no solo el manejo y el lenguaje técnico de Internet, sino el de los teléfonos celulares, el de los correos electrónicos, el de cómo se abre y se cierra una PC.
El acceso a correos electrónicos, según cifras de algunos más informados que yo, no supera el 14 % de la población; y dentro de este 14%, ¿cuántos gozamos del privilegio de acceder a Internet y recibir de primera mano ese cúmulo de información que llega desde todas partes del mundo, desde todas las ideologías y todos los puntos de vista que puedan existir? ¿Será el 2% de la población? ¿Pudiéramos extender la cifra hasta el 5%? A mis amigos en Cuba tengo que enviar los trabajos de mi blog vía e mail, porque solo uno, bloguero igual que yo, puede leer lo que cuelgo, de primera mano, en el ciberespacio.
Prohibir u obstaculizar al ciudadano común este derecho, no solo es inconstitucional y violatorio de los derechos del hombre, sino que atenta contra el futuro desarrollo de una nación que debe y tiene que insertarse –si quiere salir adelante –en el nuevo orden económico mundial y en la tan temida y peor calificada globalización.
La filial de artistas y escritores de Camagüey –tercera ciudad del país con más de 300 mil habitantes –tiene el privilegio de contar con cinco máquinas –en estos momentos las cinco funcionan –, una jovencita que las monitorea y el precio preferencial de cinco pesos la hora. Si hay cola –que casi siempre la hay –tenemos derecho a una hora de tiempo de máquina solamente.
Si aquellos que me siguen desde el otro lado del mar se interesan por saber qué significan cinco pesos para un cubano honrado que solo vive de su salario estatal, puedo asegurarle que, si no es un profesional, significa media jornada de trabajo. Pero aún hay más: este “laboratorio” no permite allí la entrada de ninguna persona de visita que no sea miembro activo de la UNAEC: no puedo llevar a mi esposa, ni a mis hijos para que visualicen mi página; ellos saben que la tengo, pero no la conocen. Si no estoy errado, en Camagüey no llegamos a doscientos los miembros de la UNEAC. Y por último, el local solo se abre cuatro días a la semana. Estas limitaciones, cuando se unen a falta de fluido eléctrico en el horario laborable, ha sido muchas veces la causa de la demora de mis posted.
No obstante, es un privilegio. Internet en los locales donde se ofrece en divisas, al convertir el precio a nuestro dinero, sale a veinticinco pesos la hora.
¿Y qué hay con el precio de los teléfonos celulares? Sin embargo, a pesar de su alto costo, más de un millón de cubanos se ha hecho el harakiri y paga por un minuto de llamada nacional, nada más y nada menos que 45 centavos en CUC, que al convertirlos, representan más de once pesos por minuto de conversación. ¡Claro que quienes tienen celulares o tienen otras “buscas” adicionales a su salario o son dirigentes a los que el Estado les solventa las cuentas del aparato!
Los correos electrónicos, en otros países liberados y gratuitos, se les asignan a ciertas y determinadas personas si tienen una profesión que ofrezca cobertura lógica para comunicarse vía e mail. De las computadoras, ni hablar. Gran parte de las personas que tienen correo electrónico lo utilizan en máquinas de sus centros laborales, sobre todo Salud Pública, porque el precio de una PC está por encima de los 15 mil pesos.
Ahora, mientras escribía este artículo, ha llegado mi vecina luego de un amplio recorrido por las tiendas. Ella desconoce que estoy escribiendo sobre ella. Se sienta a mi lado y me enseña una bolsita de nylon que en su interior trae un jabón de baño de esos que venden en moneda nacional a cinco pesos.
–¿Qué es eso? –le digo.
–Un jabón de baño, mijo. Pero ¡qué peste tiene! Yo no sé. ¿Por qué si me cuesta tan caro al menos no huele como los de la shoping?
Pero esto es tema para otro posted, ¿verdad?

Pedro Armando Junco                                      


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