Ha muerto Oswaldo Payá Sardiñas junto a su compañero de viaje
Harold Cepero.
Hace poco más de un año, cuando comencé a colgar en mi blog
críticas sociales, un amigo residente en España escribió un e mail donde me
aconsejaba: “Cuídate mucho ahora de un accidente automovilístico”. Es la
“paranoia”, el terror blanco que se ha venido sembrando en nuestro pueblo a lo
largo de su historial de malos presidentes.
Sin embargo, nunca sentí temor por eso, menos ahora que el actual gobernante
quiere y necesita con urgencia adentrarse en un mundo irreversiblemente
globalizado y el desarrollo informativo del planeta ha sobrepasado todas las
expectativas soñadas hace solo dos décadas.
Sé y comprendo las razones que hacen pensar a mi amigo de España
en un posible linchamiento político, ya que no es secreto para nadie que todos
los gobiernos autócratas poseen escuelas de Inteligencia para combatir a sus
opositores, más cuando un sistema ha perdido la credibilidad hasta en las
mismas filas de sus partidarios. Pero en
Cuba nada se hace si no está bien pensado y se ha tenido en cuenta el pro y los
contras de una acción de tal envergadura. Y me baso en que las ideas de los
hombres que piensan y arrastran multitudes se hacen más firmes y promisorias
luego del deceso de sus generadores; más aún cuando la muerte ha embestido de
forma violenta.
Si hacemos un análisis profundo de estos casos en la historia
humana, descubriremos claramente el resultado adverso al propósito inicial.
Comenzando por la cruxificción de Jesús hace 2000 años y terminando por la
muerte del Ché en el siglo pasado, descubrimos claramente que los desenlaces han
sido contrarios y los propósitos fallidos. Hasta me atrevo a especular que hoy
un afro norteamericano ha llegado a la presidencia de los Estados Unidos,
porque hace medio siglo sicarios racistas, tratando de silenciar el derecho de
los negros, asesinaron a Martin Luther King.
Por eso, lejos de las especulaciones más liberales, opino que no
hay razón para culpar a nadie más que a la falta de pericia del chofer que
conducía el vehículo, del accidente automovilístico que arrancó la vida a dos
destacados disidentes cubanos, uno de ellos –en mi opinión –el de mayor
influencia y reputación entre todos los opositores al Régimen. Si estoy errado,
ya el tiempo lo dirá.
Pero hablemos un poco de Oswaldo Payá Sardiñas, el hombre que
obligó al anterior gobernante a eliminar de la Constitución de la República el acápite que
ofrecía al pueblo la oportunidad legítima y legal de crearse un partido
opositor capaz de enfrentar los dictámenes del único partido oficialista
existente en el país.
El 10
de octubre de 1976 –si mal no recuerdo –fuimos convocados a “votar”
la nueva Constitución cubana, ya que desde los mismos comienzos del triunfo revolucionario,
el líder cubano había derogado la Constitución de 1940. Fue esta última –según los más entendidos –la más liberal y
generosa de todas, la que ofrecía a los cubanos, inclusive, el derecho a rebelarse
contra el gobierno que considerara ilegítimo y dictatorial, y cuyo sentido
sirvió de recubrimiento a los sobrevivientes del Moncada hechos prisioneros, para
que no fuesen pasados por las armas.
Todos fuimos a votar ese día, a modo de referendo, un “sí” por una
nueva Constitución que desconocíamos por completo; pero estábamos ya tan
acostumbrados a la obediencia tras casi 18 años de revolución radical, que
nadie objetó el hecho y fue aprobada, como siempre sucede en congresos y
asambleas cubanas actuales, por la unanimidad de todos los cubanos.
Muchos años después aparecería este hombre llamado Oswaldo Payá
Sardinas, de profesión ingeniero, que descubre un resquicio, una
resquebrajadura, un espacio vacío en aquella monolítica obra, fabricada con la
mayor cautela y rigor que podamos imaginar. Jamás pensaron los redactores de la
nueva Carta que, luego de los escarmientos efectuados a la oposición, alguien
se atrevería a levantar la voz contra aquellos artículos esculpidos –como el
David de Miguel Ángel –para los siglos venideros.
Pero Oswaldo acepta el reto, y convoca al pueblo de Cuba -obviando
la hermética oclusión de los medios difusivos del país a su proyecto –a que
firmen una propuesta opositora al sistema imperante, basándose en el
requerimiento de 10 000 firmas exigidas en la Carta Magna para fundar un
partido independiente; así lanza su Proyecto Varela y crea el Movimiento
Cristiano Liberación. De manera insólita, dentro de una población desinformada en
más del 90%, desconocedora de quién era Oswaldo y su Proyecto y poseída por el
miedo eterno a represalias frías, consigue más de 11000 firmas legitimadas con
todos los datos personales de los signatarios: una proeza histórica para esos
tiempos.
Debo admitir que no me atreví a entregar mi firma al Proyecto
Varela y rechacé la propuesta del amigo que vino a convocarme. Asuntos
coyunturales se articularon con el miedo blanco, la autocensura y la dubitación
con respecto a un hombre y un programa político desconocido. Desde hace varios
años pertenezco al grupo de los cubanos escépticos, y por lo tanto, no nos
interesa quien sea el gobernante de turno, sino que el gobernante nos escuche,
tenga en cuenta nuestras opiniones y las lleve a cabo si contienen propósitos
valiosos para el beneficio de la sociedad.
Ya el temor ha pasado y pienso, además, que sería muy lamentable
para otros blogueros no pronunciarse al respecto de este lamentable accidente,
sobre todo, para los de la llamada vanguardia intelectual cubana, porque la
autocensura los obligue a callar criterios, puesto que Oswaldo Payá Sardiñas solamente
ha sido un destacado disidente político. Callar la verdad es también la más
ignominiosa manera de mentir. Además, ¿qué opinión pueda tenerse de un gobierno
sin disidentes? ¡Seguramente la misma que de una asamblea legislativa sin
abstenciones ni oponentes!
Cuando el ex presidente Carter visitó a Cuba hace algunos años,
propuso en su discurso en la
Universidad de La
Habana, frente a la más alta dirección del país, que se
tuviera en cuenta el Proyecto Varela para el bien de todos. Está de más señalar
que Jimmy Carter ha sido hasta hoy, a pesar de los slogan que se le lanzaron
cuando la crisis de Mariel: “Con Fidel los fidelistas, con Carter los
carteristas” el presidente norteamericano más generoso y magnánimo que la Revolución ha tenido
que enfrentar en su larga existencia.
Tampoco puede obviarse el premio Sajarov que obtuvo Oswaldo
en su empecinada lucha por los derechos humanos en nuestra patria, cuyos
resultados ya se perciben a claras luces.
Tengo la plena convicción de que Cuba está cambiando y que viviremos,
más temprano que tarde, en un país donde quepamos todos en perfecta armonía:
los de adentro y los de afuera; sin odios ni deseos de revancha; dispuestos a
producir bienes materiales paralelos a salarios fehacientes, capaces de
expresar por todos los medios difusivos las opiniones más diversas con la
seguridad de que van a ser escuchadas y atendidas.
Pedro
Armando Junco
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