En la filial provincial de la UNEAC, casi siempre entre las horas que ofrece servicio de Internet el laboratorio informático, nos reunimos los blogueros miembros de esta institución a la espera de una máquina disponible y discutimos temas muy interesantes, cuyos contenidos muchas veces enriquecen el posted que próximamente saldrá a la luz. Y precisamente, hace algunos días comentábamos la necesidad de exponer sin temores, para bien de nuestra sociedad, todo cuando tengamos que decir. Alguien opinó que esto fortifica a la Revolución, que una “esfera pública transparente” es el remedio idóneo para salir delante de numerosos baches sociales por solucionar; y estoy totalmente de acuerdo. Los puntos de vista de nuestra crítica pueden ser la rémora que limpie de parásitos dañinos al escualo, si este es capaz de soportarlos y permitirles la desinteresada ayuda que ofrece. Y hago hincapié en este último detalle puesto que no conozco a ningún bloguero de la UNEAC que perciba un centavo por esta labor profiláctica que desarrollamos.
Es entonces cuando pienso que el blog, medio alternativo inmune a la censura, me ha salvado. Antes de tenerlo, mi lucidez desesperaba, repleta de ideas inconformes que, cuando las llegaba a escribir, solo yo podía verlas. Pero no es solo eso. Al saber que alguien me visita –aunque sean unos pocos, aunque sea uno solo –me obligo a escribir todas las semanas, como antes no lo hacía. Y es entonces cuando me da por garabatear cuestiones como estas, con la esperanza de que cada artículo que cuelgo en el blog se convierta en el grano de arena que ayude a mejorar todo lo que hay que reparar en nuestra Patria. Mejorar sin odios y rencores, sin revancha ni violencia, como enseñaba Gandhi. Alertar, sugerir, repetir cuanto sea necesario un concepto justo, hasta que haya oídos receptivos que lo tomen a bien y lo pongan en práctica. El blog no es la espada con que se amenaza el estado de las cosas, aunque sí es el escudo protector de aquellos que aportan las nuevas ideas.
Sé de antemano que la tarea no será fácil para quienes promueven, desde las altas esferas gubernamentales, una nueva apertura, luego de medio siglo de la centralización errada que dio al traste con la infraestructura de la nación; una infraestructura que fue creada durante siglos de arduo sacrificio y de pronto se vio detenida y desmantelada por voluntades autocráticas y malas administraciones. Será difícil reestructurar las viviendas y edificaciones dañadas por el paso del tiempo durante cinco décadas, cuando no se les permitió a sus moradores agregar una habitación o remozar una pared erosionada, porque instituciones que nada aportan al particular, meten las narices constantemente hasta en los colores con que pretendemos pintar nuestras fachadas; restituir en terrenos productivos el inmenso latifundio estatal que fuera incautado a sus propietarios en plena fecundidad y hoy se halla contaminado de marabú y otras malas hierbas; industrializar otra vez la entidad azucarera luego de haber demolido más de la mitad de las centrales azucareras; llevar nuevamente la ganadería a una res per cápita como estuvo antes del período revolucionario y permitirle al pueblo libremente su consumo; y así, un sinnúmero de renglones que el capitalismo, a pesar de sus injusticias sociales, mantenía en funcionamiento.
Es deber de todos coadyuvar con el ímpetu de los nuevos cambios, dar apoyo a la gestión del Presidente de la República en su lucha por insertar a Cuba en la patria latinoamericana que se está fundando con el propósito de equilibrar la balanza comercial y económica a niveles más justos, que hoy sitúa a Latinoamérica muy por debajo de América del Norte.
Desde luego, insertar a Cuba entre los países progresistas de Centro, Suramérica y el Caribe, requiere de una serie de compromisos a cambios profundos que no pueden aventurarse de hoy para mañana. Nuestro Presidente lo sabe. Una apertura vertiginosa y total traería el caos, es cierto. Pero mantener la centralización y el absolutismo por mucho tiempo más traerá, si no la explosión social, el total desamparo de nuestra sociedad. Urgen muchas cosas: a mi modesto entender, la prioridad debe dársele a frenar el interés de los jóvenes en buscar prerrogativas fuera de la patria. Cada cubano o cubana joven que abandona el país definitivamente es un incalculable tesoro que se derrocha. No hay mayor riqueza para una nación que la juventud de su pueblo. Y los jóvenes de hoy, cuando se comparan con algún pariente o amigo que se marchó hace solo unos años y regresa cargado de aderezos personales y de una moneda verdaderamente valorizada, sienten castradas sus prerrogativas futuras, y solo piensan en marcharse de Cuba en busca de un estatus de vida superior.
¿Cómo frenar el éxodo? Escuché la fórmula a un extremista de izquierda:
–¡Con leyes más duras! Poniendo nuevamente en vigor la ley contra la vagancia y restableciendo otra vez las UMAP. Castigando con penas carcelarias a quienes intenten abandonar el país clandestinamente y negando toda salida legal a personas menores de cuarenta años.
Debo confesar que me dio la impresión de estar conversando con Stalin. No tuve otra opción que responderle: ¿no sería más plausible acercarse a la juventud –y me referí a la totalidad de la juventud, no a la UJC solamente–y ofrecerle toda la confianza para que evacue públicamente sus problemas y sus aspiraciones y, de acuerdo a tales, brindarle las posibilidades de alcanzar sus anhelos paulatinamente, con serenidad, honradez y respeto?
Desde que separaron a la juventud en dos bandos: militantes de la UJC y no militantes –como a los adultos en militantes del PCC y no militantes –se crearon nuevamente clases muy parecidas a las que en el principio se habían abolido: la clase de los que ordenan, y la clase de los que obedecen. La clase de los que pueden llegar a cargos importantes y gozar determinados privilegios y los que están destinados a carecer de ellos.
Este primer paso, que de hecho trae aparejada la apertura a los medios difusivos del país, pues ¿de qué otro modo la juventud va a poder exponer sus ideas públicamente?, es el monstruo más temido por los burócratas que secan la ubre de la Patria, porque a la vez que se abran las emisoras y los periódicos, caerá sobre ellos no solo la juventud inconforme, sino toda la masa poblacional que conserva un baúl lleno de quejas y sugerencias para soltar en público. No en vano la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 19 dispone:
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Salvado este escollo, abierto un diálogo efectivo con el pueblo, habría que lidiar con los extremistas que intentarán volcar el Sistema, pero la acción permitiría desenmascarar a tantos elementos parásitos que asedian el buen orden de las cosas y que hoy aparecen en los cintillos de los periódicos como dirigentes inmaculados.
En mi modesta opinión, este debe ser el primer peldaño a escalar para ascender a la futura prosperidad de la Patria. Los peldaños siguientes dejémoslos para próximas conversaciones.
Pedro Armando Junco
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