La más reciente batida
del ministerio de Comercio Interior ha sido contra las costureras y los
sastres. Estas personas, patentizadas dentro del gremio de los
“cuentapropistas”, aprovechaban su contribución a la “ONAT” y ponían a la venta
en las puertas de sus locales de trabajo, productos que no eran precisamente
manufacturados por ellas. No era extraño entrar a uno de esos establecimientos
particulares – menguadas remembranzas de las antaño tiendas de ropa
particulares –y sentirse en una boutique
de primera clase. Allí podía uno adquirir un par de “zapatillas” de marca, tanto como la mejor ropa extranjera
de calidad.
No está de más advertir
a los lectores que no viven en Cuba, que estos pequeños espacios, muchos de
ellos en la sala de una casa o bajo el portalón de una cochera, eran tan
visitados como la más conocida “shopping” estatal. Y, desde luego, le hacían
competencia. También es cierto que los productos extranjeros de estos
particulares eran tan caros como el que expende el Gobierno; pero el ciudadano
común, esquilmado por los altos precios de las tiendas estatales en ropas y
zapatos “totenemos”, así como cualquier otro producto casi siempre
excesivamente costoso y de pésima calidad, no vacilaba en comprar a un
particular que, a fin de cuentas –alguien me comentó –el dinero se quedaba entre
nosotros…
El grito llegó al cosmos.
Y no es para menos. Se rompía una cadena comercial que comenzaba en los “mulos”
y “mulas” que viajan a Ecuador, a México y otros países y regresan cargados de
bisuterías y productos de cualquier tipo. Estos mulos y mulas –y debo aclarar
que nada tengo contra ellos, pues si yo pudiera hiciera lo mismo –son capaces
de viajar a Panamá si nuestro Presidente se los pide y traer de regreso los
aviones Mig21 y los misiles que esos cabrones han incautado.
De igual modo se ha
librado una campaña contra los “catreros”. Debo aclarar primeramente qué es un
catrero, no se confunda con su parónimo “cuatrero”. Pues, por lógica, es el
neologismo que la población ha colocado a quienes exponen productos a la venta
encima de un catre. Y un catre es una camilla portátil de las que nos mandaban
los soviéticos por millares para que esperáramos acostados la solvencia
gratuita de nuestras necesidades básicas mientras ellos echaban el hígado
trabajando. Cuando la
Unión Soviética desapareció nos quedaron los catres. No hubo
una familia cubana que no tuviera uno, dos, tres catres ociosos en su casa. Y
no encontrando un mejor uso que darles, los “merolicos” –palabra robada al
léxico mexicano después de la novela “Gotita de gente” para signar a los
estafadores callejeros, que en Cuba, luego de pagar una patente al Estado,
pasaron a llamarse “cuentapropistas” –utilizaron para correr de carnaval en
carnaval por toda la Isla
y colocar encima del camastro en áreas de festejos, las mil y una cosas
inventadas y por inventar.
Aunque todavía en
diversos lugares se dejan ver, los catreros fueron ubicados en un centro que
los agrupaba en la calle Francisquito aquí en Camagüey. Imagino que cada
provincia y municipio del país tenga una historia igual o parecida. Aquí era
una nave gigantesca, de una calle a otra, pero muy estrecha e incómoda, que
dificultaba caminar entre los quioscos. Así que el nuevo Secretario del Partido
les acondicionó la antigua Plaza del Mercado –muy subutilizada, por cierto –y
los acomodó en mejores espacios y con mayor viabilidad que la que tenían en
Francisquito.
En esos cubículos había
de todo, menos los catres. Ferretería, ropa, zapatos, cosméticos…; ¡de todo!
Como en el “pulguero” de Miami. Alguien me dijo hace algunos días antes de las
nuevas restricciones:
–Estamos mejorando. Ya
hasta “pulgueros” tenemos… como los malos…
Pero hasta ellos llegó
la abatida. Nuestros antiguos “merolicos”, ahora “cuentapropistas”, solo pueden
vender productos fabricados por ellos mismos. El Estado no. El Estado se guardó
para sí los mejores locales de la
Plaza del Mercado y allí puede adquirirse –en divisas, por
supuesto –una Mona Lisa o una Última Cena de Da Vinci a noventa CUC (2250
pesos o, para que se comprenda mejor, nueve salarios básicos mensuales).
El caso es que el Estado
cubano todavía se arroga el derecho al monopolio; el mismo monopolio que tanto condenamos
en el mundo capitalista. Pero este privilegio estatal es todavía más despótico
que aquel, porque ni siquiera permite la competencia. Es un embudo que se
cierra al final en forma de trapiche, exprimiendo no solo el dinero que
adquiere el trabajador cubano, sino el del turista y el que llega en remesas
desde el exterior. Inclusive, el pueblo es víctima de él en las “trapichopin”
–¡vaya palabrita!, que tiene su origen en los trapos que como donativo a los
miserables del país envían desde el exterior en enormes pacas los habitantes de
otras naciones para no echarlos a la basura o al fuego. Y el Gobierno, en vez
de dispensarlo gratis, lo vende a la población necesitada. Y la población
necesitada se “faja” por entrar a esas tiendas a comprar aquella basura
desechada y hasta dice que tiene muy buen precio.
Entonces es cuando me da
por pensar que nos hace falta mucha más cultura. Más que el alimento que
pobremente nos llevamos a la boca cada día, el pueblo de Cuba necesita conocer
más de sus derechos ciudadanos, que no son solamente la educación y la salud…
¿gratuitas? Mientras esto sucede, continuamos en picada y todo aquel que aspira
a una vida mejor sigue pensando en marcharse de Cuba. Por eso, amigo o amiga
que me lees, no pienses nunca que estas cosas que escribo, al parecer ironías
hilarantes, son para reír. O sí, para que rías; como hago yo, aún cuando de mis
entrañas brota, inmenso, el deseo de llorar ante tanto desastre.
Pedro
Armando Junco
Un análisis muy bien pensado y major escrito. Gracias por hacernos llegar esos aíres que aunque no son nada refrescantes, sirven al menos para despertar conciencias.
ResponderEliminarPerdón por mis erratas de "major" y el acento de los aires...
ResponderEliminarQue tristeza Pedro, que mi pais haya caido en esto, producto de la "batalla de ideas" de un loco manitaico, que nadie pudo quitar del medio para que no ocurriera esto, aferrados al poder como anormales, en lugar de largarse y dejarnos a nosotros hacer algo mejor...
ResponderEliminarTenemos la misma corrupcion, el mismo favoritismo, las mismas dsigualdades sociales, la misma prostitucion despues de haber destruido a Cuba supuestamente para eliminar todo esto. Mi papa diria que hicimos un "negocio chiquito".