martes, 24 de diciembre de 2013

Indisciplinas sociales



En estos tiempos que multitudinariamente todos sobrevivimos gracias a las ilegalidades, surgen como géiseres un sinnúmero de ellas que sobrepasan  los límites de las necesidades básicas y se convierten en indisciplinas sociales altamente delictivas. Otras, un tanto ajenas a lo económico, pero dañinas y perturbadoras, brotan como ramas torcidas del tronco enfermo de la sociedad en que nos ha tocado vivir. Son muchas, acaso innumerables, a pesar de que el presidente de Cuba, Raúl Castro Ruz, en reciente discurso televisivo, ya había conseguido computar 191 contantes y sonantes.
Y a propósito, pongo a disposición de ustedes el reciente trabajo de mi colega y amigo Pável Alejandro Barrios sobre UNA SOLA de las tantas indisciplinas sociales que atentan contra el bienestar y la tranquilidad ciudadana, precedido por un fragmento de Roberto Fernández Retamar a manera de exergo:

 INDISCIPLINAS SOCIALES: LA APOTEOSIS DEL ESCÁNDALO

“Un error teórico cometido por quien puede convertir sus opciones en decisiones, ya no es solo un error teórico: es una posible medida incorrecta. Con medidas incorrectas hemos topado, y ellas plantean, por lo pronto, un problema de conciencia a un intelectual revolucionario, que no será de veras cuando aplauda, a sabiendas de que lo es, un error de su revolución, sino cuando haga ver que se trata de un error. Su adhesión, si de veras quiere ser útil, no puede ser sino una adhesión crítica, puesto que la crítica es el ejercicio del criterio. Cuando hemos detectado tales errores de la revolución, los hemos discutido. Así ha pasado no solo en el orden estético, sino con equivocadas concepciones éticas que se han traducido en medidas infelices. Tales medidas fueron rectificadas, unas, y otras están en vía de serlo. Y ello, en alguna forma, por nuestra participación. (…) de alguna manera, por humilde que sea, contribuimos a modificar ese proceso (la revolución) De alguna manera somos la revolución.”
Roberto Fernández Retamar
Hacia una intelectualidad revolucionaria. 1967

Llevamos más de 50 años de implantación de una cultura del bullicio, en la cual el ruido y la algarabía se han venido utilizando como símbolo de diversión a escala colectiva y de entusiasmo. Ejemplo de ello son los actos culturales de amplias concentraciones de personas en los cuales, para posibilitar la recepción del talento artístico, se utilizan equipos de alta potencia que se emplazan, las más de las veces, en lugares residenciales no diseñados para tales estrépitos. ¿Para qué tenemos los teatros, las Plazas de la Revolución, las Salas Polivalentes y los Estadios, entre otros espacios que se han diseñado arquitectónica y urbanísticamente para este tipo de actividades? ¿Por qué insistir en celebrar actos, conciertos, fiestas populares y actividades culturales en zonas residenciales en las cuáles podría afectarse a varios sectores de la población como los ancianos, los niños pequeños, los enfermos y a cualquier persona amante de la tranquilidad? ¿O es que acaso el texto martiano recogido en el Capítulo 1, artículo 1 de nuestra Constitución y que refiere construir una patria con todos y para el bien de todos, no funciona cuando se trata de divertir al pueblo, diría yo, a parte del pueblo? ¿Es que acaso los sectores poblacionales más afectados con tales actividades no importan, no cuentan en un país que ostenta cifras de ancianidad y de personas de la tercera edad a la par de los países más desarrollados del mundo? ¿Somos entonces un país de jóvenes escandalosos y fiesteros? ¿Una turba ensordecida por los estruendos? Hace algunos años un periodista, si mal no recuerdo, Lázaro Barredo, en una mesa redonda, caracterizó la realidad que vivimos como  “selva hiperdecibélica”. Con tales ejemplos, cualquiera se siente con el derecho de poner la música alta a volúmenes alarmantes cualquier día, a la hora y hasta la hora que más le venga en gana. ¿Y qué le vamos a decir? ¿Cómo los vamos a combatir? ¿A través de los CDR cuya estructura de base es cada vez más cuestionable? ¿Cuántos participan en las reuniones y asambleas del CDR solo por no señalarse? ¿Cuántos votan las más de las veces sin saber por qué hacen ejercicio del voto, ni por quién lo hacen o desconfiando de que las cosas tengan realmente soluciones? ¿Cuántos no creen que a estas alturas el funcionamiento de los CDR es pura orientación asumida por compromiso y no por convicción? Los CDR no pueden ni podrán acabar con las indisciplinas sociales porque hace mucho que dejaron de ser y actuar con el protagonismo que determinados contextos les exigían. ¿Qué puede propiciar la intervención directa del CDR en el combate de las indisciplinas sociales? Violencia entre vecinos, altercados, enfrentamientos y desavenencias, más dispersión en la comunidad cuando lo que debemos es estar más unidos y sentirnos más parte de todos y de cada uno. Se precisa de la actuación de una fuerza del orden con autoridad social establecida y no otorgada por votaciones desganadas.
En todo momento y en cualquier tipo de sociedad la policía es “una fuerza de seguridad encargada de mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos y sometida a las órdenes de las autoridades políticas.” En múltiples ocasiones he presenciado a entidades o a particulares escandalizando en espacios públicos con equipos de música y he visto a agentes de la policía pasearse indolentes por esos lugares sin ejercer su función. Incluso, frente al sector de Avellaneda, uno de los vecinos ponía ¿o continúa poniendo? un equipo de música que se escuchaba en la esquina de la calle San José en su intersección con Avellaneda, y a la policía parecía no molestarle. Luego viene la Semana de la Cultura, las Fiestas del San Juan, o la Fiesta del Tinajón, sobre la cual, hace muy poco, hubo quejas en el programa Sin Rodeos, y pasó sin penas ni glorias, y vuelve el escándalo a señorear en las zonas residenciales, el escándalo autorizado y legal. Entonces, ¿con qué autoridad vamos a combatirlo a nivel de CDR, de cuadra, de escalera de edificios multifamiliares? También nos visitan artistas (músicos) de la capital o de otras provincias, que rechazan nuestros teatros, o nuestra Plaza de la Revolución, o Sala Polivalente o Estadio, y piden dar su concierto en lugares públicos de zonas residenciales, y son autorizados. ¿Doble discurso o permisibilidad conveniente? ¿Haz lo que yo digo y no lo que yo hago? ¿Alguien se ha preocupado por hacer encuestas a la población más afectada residente en estos lugares para constatar el bullicio institucional? ¿Acaso no se dimensiona el papel del CITMA que debe atender estas violaciones institucionales? ¿Lo dimensiona el propio CITMA? ¿O es que la contaminación sonora propiciada por las instituciones culturales y las organizaciones políticas y de masas no es escándalo ni constituye contaminación sonora? ¿Acaso estas instancias se exentan del cumplimiento de las leyes No. 81 del Medio Ambiente y No.59 del Código Civil, que en  su artículo 203, sostiene que el poseedor de un bien (en el caso, la vivienda) puede exigir legalmente el cese de cualquier perturbación que le impida su disfrute?
Pienso que se impone lidiar con las causas de los problemas y no con las consecuencias, como hemos hecho y hacemos en repetidas ocasiones. ¿Por qué se continúan vendiendo a la población equipos de música de altísima potencia? ¿Por qué no se hace uso de los espacios públicos adecuados para intervenir con altas sonoridades? Hay que predicar con el ejemplo si en verdad pretendemos concienciar a las masas para que se autodisciplinen; pero también hay que disciplinarlas. La PNR debe combatir las indisciplinas sociales incluso antes de que se produzcan las denuncias, baste con presenciar tales indisciplinas para actuar. Creo además, que deben rediseñarse los mecanismos de sanción comprendidos en estas leyes, porque los existentes no se corresponden con la realidad económica y política del país. ¿Qué significa una advertencia para los escandalosos? ¿O una multa de 10 ó de 100 pesos? Sin embargo tenemos sanciones mucho más rígidas y cuestionables que multan con 1000 o más pesos y con decomisos de mercancías a los infractores. La contaminación sonora es espeluznante, y constituye el contaminante más común en nuestra sociedad. Contaminante que comienza a evidenciar consecuencias reversibles e irreversibles en la población.
El ruido es nocivo, y la exposición regular a él tiene consecuencias catastróficas para la salud física, mental y repercute en el comportamiento social. Se ha comprobado que la exposición a ruidos de más de 85 decibeles produce disminución de la secreción gástrica, gastritis o colitis, aumento del colesterol y de los triglicéridos, con el consiguiente riesgo cardiovascular, aumento de la glucosa en sangre. Aquellos con problemas cardiovasculares, arteriosclerosis o problemas coronarios, ante los ruidos fuertes y súbitos pueden hasta sufrir un infarto. Y en cuanto a los efectos psicológicos se produce insomnio y dificultad para conciliar el sueño, fatiga, stress (por el aumento de las hormonas como la adrenalina), depresión y ansiedad,  irritabilidad y agresividad, histeria y neurosis.
Y ahora preguntémonos: ¿Por qué campea la violencia y la irritabilidad en nuestra sociedad, fundamentalmente entre los más jóvenes?
La batalla contra el ruido es compromiso de todos. No permitamos que se nos generalice como escandalosos y se le achaque luego a una particularidad cultural, somos alegres sí, pero la alegría no es sinónimo de desconsideración, ni de egoísmo, ni de escándalo, ni de otras virtudes de una marginalidad que intenta establecerse en nuestra sociedad como modelo cultural.               

Pavel Alejandro Barrios Sosa
Curador y Crítico de Arte. Guionista Radio y TV.
        Teléf: 262393      Correo: palejandrobs@gmail.com

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