En estos tiempos que multitudinariamente todos sobrevivimos gracias a
las ilegalidades, surgen como géiseres un sinnúmero de ellas que
sobrepasan los límites de las
necesidades básicas y se convierten en indisciplinas sociales altamente
delictivas. Otras, un tanto ajenas a lo económico, pero dañinas y perturbadoras,
brotan como ramas torcidas del tronco enfermo de la sociedad en que nos ha
tocado vivir. Son muchas, acaso innumerables, a pesar de que el presidente de
Cuba, Raúl Castro Ruz, en reciente discurso televisivo, ya había conseguido computar
191 contantes y sonantes.
Y a propósito, pongo a disposición de ustedes el reciente trabajo de
mi colega y amigo Pável Alejandro Barrios sobre UNA SOLA de las tantas
indisciplinas sociales que atentan contra el bienestar y la tranquilidad
ciudadana, precedido por un fragmento de Roberto Fernández Retamar a manera de
exergo:
INDISCIPLINAS SOCIALES: LA APOTEOSIS DEL ESCÁNDALO
“Un
error teórico cometido por quien puede convertir sus opciones en decisiones, ya
no es solo un error teórico: es una posible medida incorrecta. Con medidas
incorrectas hemos topado, y ellas plantean, por lo pronto, un problema de
conciencia a un intelectual revolucionario, que no será de veras cuando
aplauda, a sabiendas de que lo es, un error de su revolución, sino cuando haga
ver que se trata de un error. Su adhesión, si de veras quiere ser útil, no
puede ser sino una adhesión crítica, puesto que la crítica es el ejercicio del
criterio. Cuando hemos detectado tales errores de la revolución, los hemos
discutido. Así ha pasado no solo en el orden estético, sino con equivocadas
concepciones éticas que se han traducido en medidas infelices. Tales medidas
fueron rectificadas, unas, y otras están en vía de serlo. Y ello, en alguna
forma, por nuestra participación. (…) de alguna manera, por humilde que sea,
contribuimos a modificar ese proceso (la revolución) De alguna manera somos la
revolución.”
Roberto
Fernández Retamar
Hacia una intelectualidad
revolucionaria. 1967
Llevamos más de 50 años de implantación de una cultura del bullicio,
en la cual el ruido y la algarabía se han venido utilizando como símbolo de
diversión a escala colectiva y de entusiasmo. Ejemplo de ello son los actos culturales
de amplias concentraciones de personas en los cuales, para posibilitar la recepción
del talento artístico, se utilizan equipos de alta potencia que se emplazan,
las más de las veces, en lugares residenciales no diseñados para tales
estrépitos. ¿Para qué tenemos los teatros, las Plazas de la Revolución, las Salas
Polivalentes y los Estadios, entre otros espacios que se han diseñado
arquitectónica y urbanísticamente para este tipo de actividades? ¿Por qué
insistir en celebrar actos, conciertos, fiestas populares y actividades culturales
en zonas residenciales en las cuáles podría afectarse a varios sectores de la
población como los ancianos, los niños pequeños, los enfermos y a cualquier
persona amante de la tranquilidad? ¿O es que acaso el texto martiano recogido
en el Capítulo 1, artículo 1 de nuestra Constitución y que refiere construir
una patria con todos y para el bien de todos, no funciona cuando se trata de divertir
al pueblo, diría yo, a parte del pueblo? ¿Es que acaso los sectores
poblacionales más afectados con tales actividades no importan, no cuentan en un
país que ostenta cifras de ancianidad y de personas de la tercera edad a la par
de los países más desarrollados del mundo? ¿Somos entonces un país de jóvenes
escandalosos y fiesteros? ¿Una turba ensordecida por los estruendos? Hace
algunos años un periodista, si mal no recuerdo, Lázaro Barredo, en una mesa
redonda, caracterizó la realidad que vivimos como “selva hiperdecibélica”. Con tales ejemplos,
cualquiera se siente con el derecho de poner la música alta a volúmenes alarmantes
cualquier día, a la hora y hasta la hora que más le venga en gana. ¿Y qué le
vamos a decir? ¿Cómo los vamos a combatir? ¿A través de los CDR cuya estructura
de base es cada vez más cuestionable? ¿Cuántos participan en las reuniones y
asambleas del CDR solo por no señalarse? ¿Cuántos votan las más de las veces
sin saber por qué hacen ejercicio del voto, ni por quién lo hacen o
desconfiando de que las cosas tengan realmente soluciones? ¿Cuántos no creen
que a estas alturas el funcionamiento de los CDR es pura orientación asumida
por compromiso y no por convicción? Los CDR no pueden ni podrán acabar con las
indisciplinas sociales porque hace mucho que dejaron de ser y actuar con el
protagonismo que determinados contextos les exigían. ¿Qué puede propiciar la
intervención directa del CDR en el combate de las indisciplinas sociales?
Violencia entre vecinos, altercados, enfrentamientos y desavenencias, más
dispersión en la comunidad cuando lo que debemos es estar más unidos y
sentirnos más parte de todos y de cada uno. Se precisa de la actuación de una
fuerza del orden con autoridad social establecida y no otorgada por votaciones
desganadas.
En todo momento y en cualquier tipo de sociedad la policía es
“una fuerza de seguridad encargada de mantener el orden público y la seguridad
de los ciudadanos y sometida a las órdenes de las autoridades políticas.” En múltiples ocasiones he presenciado a entidades o a particulares
escandalizando en espacios públicos con equipos de música y he visto a agentes
de la policía pasearse indolentes por esos lugares sin ejercer su función.
Incluso, frente al sector de Avellaneda, uno de los vecinos ponía ¿o continúa
poniendo? un equipo de música que se escuchaba en la esquina de la calle San
José en su intersección con Avellaneda, y a la policía parecía no molestarle.
Luego viene la Semana
de la Cultura,
las Fiestas del San Juan, o la
Fiesta del Tinajón, sobre la cual, hace muy poco, hubo quejas
en el programa Sin Rodeos, y pasó sin penas ni glorias, y vuelve el escándalo a
señorear en las zonas residenciales, el escándalo autorizado y legal. Entonces,
¿con qué autoridad vamos a combatirlo a nivel de CDR, de cuadra, de escalera de
edificios multifamiliares? También nos visitan artistas (músicos) de la capital
o de otras provincias, que rechazan nuestros teatros, o nuestra Plaza de la Revolución, o Sala
Polivalente o Estadio, y piden dar su concierto en lugares públicos de zonas
residenciales, y son autorizados. ¿Doble discurso o permisibilidad conveniente?
¿Haz lo que yo digo y no lo que yo hago? ¿Alguien se ha preocupado por hacer
encuestas a la población más afectada residente en estos lugares para constatar
el bullicio institucional? ¿Acaso no se dimensiona el papel del CITMA que debe
atender estas violaciones institucionales? ¿Lo dimensiona el propio CITMA? ¿O
es que la contaminación sonora propiciada por las instituciones culturales y
las organizaciones políticas y de masas no es escándalo ni constituye
contaminación sonora? ¿Acaso estas instancias se exentan del cumplimiento de las
leyes No. 81 del Medio Ambiente y No.59 del Código Civil, que en su artículo 203, sostiene que el poseedor de
un bien (en el caso, la vivienda) puede exigir legalmente el cese de cualquier
perturbación que le impida su disfrute?
Pienso que se impone lidiar con las causas
de los problemas y no con las consecuencias, como hemos hecho y hacemos en
repetidas ocasiones. ¿Por qué se continúan vendiendo a la población equipos de
música de altísima potencia? ¿Por qué no se hace uso de los espacios públicos
adecuados para intervenir con altas sonoridades? Hay que predicar con el
ejemplo si en verdad pretendemos concienciar a las masas para que se
autodisciplinen; pero también hay que disciplinarlas. La PNR debe combatir las
indisciplinas sociales incluso antes de que se produzcan las denuncias, baste
con presenciar tales indisciplinas para actuar. Creo además, que deben
rediseñarse los mecanismos de sanción comprendidos en estas leyes, porque los
existentes no se corresponden con la realidad económica y política del país.
¿Qué significa una advertencia para los escandalosos? ¿O una multa de 10 ó de
100 pesos? Sin embargo tenemos sanciones mucho más rígidas y cuestionables que multan
con 1000 o más pesos y con decomisos de mercancías a los infractores. La
contaminación sonora es espeluznante, y constituye el contaminante más común en
nuestra sociedad. Contaminante que comienza a evidenciar consecuencias
reversibles e irreversibles en la población.
El ruido es nocivo, y la exposición regular
a él tiene consecuencias catastróficas para la salud física, mental y repercute
en el comportamiento social. Se ha comprobado que la exposición a ruidos de más
de 85 decibeles produce disminución de la secreción gástrica, gastritis o
colitis, aumento del colesterol y de los triglicéridos, con el consiguiente
riesgo cardiovascular, aumento de la glucosa en sangre. Aquellos con problemas
cardiovasculares, arteriosclerosis o problemas coronarios, ante los ruidos
fuertes y súbitos pueden hasta sufrir un infarto. Y en cuanto a los efectos
psicológicos se produce insomnio y dificultad para conciliar el sueño, fatiga,
stress (por el aumento de las hormonas como la adrenalina), depresión y ansiedad, irritabilidad y agresividad, histeria y
neurosis.
Y ahora preguntémonos: ¿Por qué campea la
violencia y la irritabilidad en nuestra sociedad, fundamentalmente entre los
más jóvenes?
La batalla contra el ruido es compromiso de
todos. No permitamos que se nos generalice como escandalosos y se le achaque
luego a una particularidad cultural, somos alegres sí, pero la alegría no es
sinónimo de desconsideración, ni de egoísmo, ni de escándalo, ni de otras
virtudes de una marginalidad que intenta establecerse en nuestra sociedad como
modelo cultural.
Pavel Alejandro Barrios Sosa
Curador y Crítico de Arte. Guionista Radio y TV.
Teléf:
262393 Correo: palejandrobs@gmail.com
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