El viernes 29 de
noviembre alguien convocó en la sede de la UNEAC a poetas, miembros o no de la membrecía,
para cantarle a la paz. No obstante, para algunos de los asociados, no hubo invitación.
En realidad no es
molestia para mí esta marginalidad, puesto que otros quehaceres cotidianos
apenas me facilitan tiempo a escribir unas líneas en el blog semanalmente. Pero
al tratarse de un canto por la paz –por la paz verdadera –me fue imposible
obviar el desaire a pesar de no reconocerme como buen poeta.
Por casualidad pasaba
por allí y logré escuchar varias declamaciones. El estilo enrevesado de diversos
bardos y prosistas que leyeron sus obras, harto de un léxico inquirido en los
diccionarios con el propósito de dar a entender un nivel cimero en su cultura,
a mi modo de ver, lejos de reafirmar el propósito que persigue, más bien
demuestra falta de capacidad para hacerse entender. Siempre he notado en esos
parlamentos inflados una sobrecarga de palabras y frases que, al final, cuando
escardamos el texto, no dicen nada o casi nada. A simple vista parecen pompitas
de jabón, con exuberancia y matices multicolores, que luego se deshacen en el
aire y dejan un vacío en el espíritu que duele al apetito intelectual, porque
las ideas concretas y originales son las proteínas del intelecto.
Diafanidad y sencillez
han sido siempre el éxito de los más grandes escritores de todos los tiempos.
Ni siquiera en la poesía me son simpáticos los estilos oscuros, pues nada más
hermoso que lo poético con palabras asequibles: por ejemplo en Neruda: “Es
tan corto el amor y es tan largo el olvido”.
Sin embargo, la gente
común acostumbra aplaudir lo que no entiende; y es por eso que estos artistas
alcanzan fama y éxito momentáneo y arrancan ovaciones. Estos literatos de moda
acumulan premios y riquezas, opacan a sus contemporáneos, y hasta desdeñan al
resto de sus semejantes. Luego el tiempo los desaparece de la faz de la
historia.
Así que apenas llegué a
mi casa y abrí mi puestecito de venta de viandas y hortalizas, me acomodé en la
acera y escribí, al correr de la pluma, esto que presento a continuación.
Mi canto a la paz
Un canto por la paz
mueve mi lira.
Es un canto sin falso
subterfugio
que sirva de mampara y de refugio
a un siglo tembloroso que aún respira.
que sirva de mampara y de refugio
a un siglo tembloroso que aún respira.
No canto a quien, al
incendiar la pira,
lleve en sus manos el clavel espurio,
ni al que escondido tras fatal augurio
morteros carga mientras bombas tira.
lleve en sus manos el clavel espurio,
ni al que escondido tras fatal augurio
morteros carga mientras bombas tira.
Ni a festivales por la
paz del odio
donde el insulto para un otro suene;
donde el insulto para un otro suene;
ni arteros vivas a
sangrienta gloria.
Yo quiero un canto que
se eleve al podio
en que la justa libertad se estrene
y haga siglos de más para la historia.
en que la justa libertad se estrene
y haga siglos de más para la historia.
Pedro Armando Junco
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