Hace acaso un mes, un destacado
dirigente de alto nivel expresó –más o menos con otras palabras –que se estaban
formulando tácticas para obtener del trabajador cubano mayores bienes de
consumo. O sea, utilizar una estrategia de estímulo que pusiera a trabajar de
verdad a la gente. Eso fue lo que pude dilucidar del discurso, porque cuando
ese compañero comparece frente a cámaras, su disnea crónica, el alto vuelo
técnico de sus palabras y el revoloteo de sus brazos para que le veamos el
hermoso reloj que cuelga en su muñeca, roba mucho la atención y nos deja
fritos.
Y cuando se habla de estrategias
desde allá arriba, inmediatamente pensamos en qué nuevos trucos se están
gestando contra el ciudadano de a pie. Porque si de algo estamos convencidos es
de que cuando se ofrece un novedoso beneficio a manera de anzuelo, detrás viene
el batacazo violento que lejos de mejorarnos, nos aplasta más y más.
No obstante, me atrevo a proponer a
esa personalidad de las altas esferas ministeriales, una fórmula más sencilla
si se quiere conseguir que el cubano de a pie, el cubano obrero y campesino
trabajen y produzcan riquezas: en primer lugar brindarle un sentido de
pertenencia transparente y real: que lo suyo sea suyo, con garantía de que
mañana no aparezca un decreto y se lo confisque. En segundo término no poner
reparos a sus ganancias; y que estas ganancias sean contantes y sonantes con
una moneda que tenga valor adquisitivo verdadero, que le permita adquirir hasta
la última novedad confortable para su hogar y su familia. Por lo tanto me
atrevo a garantizar a ese funcionario que en un espacio de tiempo, no muy extenso,
todo irá tomando un camino de éxito económico en la ciudadanía. Más claro aún:
si las entidades gubernamentales dejan que cada individuo eleve su patrimonio
hasta donde su capacidad, su inteligencia y su laboriosidad se lo permitan tal
a como lo planteara Carlos Marx, y sientan muy en serio el sentido de lo
propio, todo irá de perillas y se saldrá del hueco financiero donde está
enclavado el pueblo de Cuba.
Claro que la infraestructura laboral
de Cuba es el primer gran obstáculo. Habría que comenzar por desenredar la
maraña que se ha tejido durante medio siglo con la aniquilación de todo negocio
productivo particular y tantos puestos de trabajo que no producen riquezas,
sino las consumen. “Darle hacia atrás al
casete” para decirlo en buen cubano y reconocer que aquellas medidas
lapidarias de los años sesenta fueron el tiro de gracia a la economía nacional.
Y habría, como señalé más arriba, que multiplicar el valor absoluto de las
riquezas creadas por el individuo, invitando así a que aquellos que no la
producen, marchen hacia donde puede ser originada. Previo a esto habría que
eliminar todo tipo de ventajas y prebendas a dirigentes, a militares,
custodios, mosquiteros, etc., –hijos bobos de la economía interna – y veríamos
entonces, en poco tiempo, como estos y muchos inútiles más, marcharían en pos
de un puesto de trabajo productivo.
Pero entonces aparece el mayor de
todos los problemas: ¿dónde existe el sitio generador de riquezas en un país
donde la infraestructura industrial está casi en cero? He allí la gran
disyuntiva de grandes e inteligentes economistas como Juan Triana Cordoví, por
citar solo a uno de ellos. La inversión extranjera en gran escala, cuya esencia
ideal sería la norteamericana, tropieza con el embargo –en Cuba error
etimológico al llamarlo “bloqueo” –y está lejos aún de poder implementarse
mientras se atraviesen en su camino las cuestiones políticas fundamentalistas
que aún hoy perduran.
Al parecer, el primer paso a
ejecutar por aquel personaje que mueve mucho la muñeca para enseñar su reloj,
es duplicar el salario al personal de salud dentro y fuera de la Isla. A nadie le es ajeno
que una de las mayores entradas de divisas al Gobierno cubano está en alquilar
decenas de miles de personas de este gremio a diferentes países, sobre todo en
Latinoamérica. Según cifras oficiales, el 64% del total de servicios en el
exterior. Pero con las últimas medidas restrictivas indirectas, como es la
imposibilidad de comprarse un carro al regresar a la Patria luego de varios años
de dolorosa odisea alrededor del mundo, debido a los exorbitantes precios que
les han impuesto y la inutilidad de una carta que anteriormente facilitaba la
prebenda de adquirirlo a un precio asequible para sus ahorros, ha sido mucho el
desencanto de los galenos “internacionalistas” y, ni qué decir de los que
dentro del patio sobreviven con salarios miserables que nos les alcanza ni para
comer.
Debo reconocer que muchos de estos
nuevos beneficiarios del nuevo decreto están dando saltos de alegría. El
Consejo de Ministros, fiel escucha del hombre del reloj de lujo, ha conseguido
entusiasmar a muchos –a pesar de ser un personal intelectual universitario –que
no tienen puesta la luz larga hacia el porvenir y al parecer ignoran, en primer
lugar, que la duplicación del salario de un profesional todavía es una
menudencia si se le compara con ese cargo suyo en el extranjero, ni en la
injusticia de este “privilegio” que traerá respuesta inmediata en otros muchos
sectores gremiales que pondrán el grito en el cielo, y por último, que una
inflación galopante acelerará sus pasos como los del gigante de las siete
leguas y reducirá a la mitad cuando menos el valor adquisitivo del duplicado
salario.
Por primera vez en 55 años hemos
sido informados de la cifra real de caudal financiero que recibiría Cuba en el
2014 por su rebaño internacionalista: dos mil ochocientos millones de pesos
convertibles (CUC). Al tomar la calculadora cualquier ciudadano de nivel
elemental y dividir esa cifra entre 11 millones de cubanos y luego
multiplicarla por 25 –que es el valor real de esa moneda frente a la que se le
paga al trabajador –cada cubano percibiría 18 636 pesos y 36 centavos al año
incluyendo desde el recién nacido hasta el más longevo. O sea, 1553 pesos
mensuales per cápita, cifra que nadie
percibe en nuestro país. Si a este caudal sumamos el de las remesas familiares
que van a parar a manos del Estado, las exportaciones en renglones tan
importantes como el ron, el tabaco y el pescado, los frutos de la TRD (Tiendas recaudadoras de
divisas) y el turismo, más el capital en moneda fuerte de ETECSA, la aviación
civil y tantas fuentes más de entrada financiera al país, cada cubano y cubana
pudiera vivir como Dios manda.
Los cubanos de hoy no poseen la
ingenuidad de las dos generaciones anteriores. Los golpes han abierto los ojos
a la población y para nadie es secreto que el total de la fortuna acumulada en
el país se va por otras vertientes nada propicias para el pueblo. Inventar
nuevas fórmulas para que el cubano trabaje es buscar la cuadratura del círculo
o la circunferencia del cuadrado sin el número pi.
Después que se paguen los nuevos
salarios al personal médico cubano y transcurran algunos meses, tendremos mucho
que contar sobre la euforia de los afortunados y el desánimo de los maestros,
profesores, abogados, intelectuales en general y los siempre arrinconados
obreros simples y campesinos, si no se les tiene en cuenta en este “regalo”. Y
si se les tiene en cuenta, tendríamos que ser profetas para predecir el precio
de una malanga en el mercado.
Pedro
Armando Junco
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