Se ha manejado tan bien
la información nacional por los medios difusivos oficialistas que por ahí anda
la gente, el pueblo de a pie, contento y esperanzado con la nueva ley de
inversión extranjera.
Hay hasta quienes
piensan que a partir de la implementación de esta nueva “apertura” el pueblo de
Cuba recibirá beneficios millonarios, que el nivel de vida individual superará
el de cualquier haitiano y que podremos tener carros propios, casa confortable
y viajar al exterior producto de nuestro propio peculio.
Pero las cosas no son
tan bellas como esa gente cree. En primer lugar el negocio y sus beneficios son,
como muy bien se titula la ley, para extranjeros. ¿Qué pinta un
cubano natural, un obrero simple y llano, esperanzándose con participar en este
supuesto pastel de cumpleaños? Y cuando se menciona la persona cubana, es la
persona jurídica estatal, o sea, instituciones gubernamentales del Estado
envueltas en el celofán de la palabra “persona”, para que los ingenuos crean
que se trata del ciudadano individual.
Nada que ver con
nosotros. A nosotros se nos emplearía en esas compañías como simples
trabajadores asalariados. Pero no asalariados con moneda convertible como se
manejarán los frutos de las utilidades de dichas compañías, sino con el peso
nacional que vale cuatro centavos.
¿Y si algún ciudadano
de a pie recibe de un familiar suyo en el exterior una remesa capaz de crear
una empresa, abrir una shopping, o simplemente participar como inversionista en
una compañía mayor, puede aplicar a esa ley? ¿Y si el inversor extranjero
escoge a un amigo o familiar residente en este país y delega en él para
director de su empresa, lo permite la ley? ¡Claro que no! Los cubanos insulares
no tienen derecho a capitalizar, ni a ser ricos, según palabras de altos
funcionarios del Gobierno. ¿Entonces, cómo podemos catalogar a la ciudadanía
nacional, o sea, al pueblo? ¿Cuál es el calificativo que realmente le
corresponde?
Claro que la respuesta
soterrada de ese pueblo está allí, implícita en su conducta. Es esa respuesta sin
palabras, que no sale por los medios difusivos, pero que la presiente, tanto el
Estado como la ciudadanía culta y moral que permanece en la Isla: la desobediencia a
leyes injustas, la fechoría en cualquiera de sus aristas, la constante
perturbación al orden público y tantas otras que hicieron confesar al
presidente del país meses atrás que suman 191 formas negativas del pueblo. Y la
peor de todas, la emigración multitudinaria, solo refrenada por la frontera
marina y por la negativa al visado en múltiples embajadas radicadas aquí.
Es mi criterio, mi
triste y quejumbroso criterio, que si el Gobierno del pueblo de Cuba no hace
cambios profundos y funcionales –y al parecer, muy pocos deseos tiene de
llevarlos a cabo –la nación cubana se difuminará por el mundo como las gotas de
lluvia que caen en el océano.
Pedro Armando Junco
No hay comentarios:
Publicar un comentario