domingo, 13 de julio de 2014

Camagüey y su crisis de salubridad

             La Biblia es el libro de referencia más completo que ha tenido el hombre desde los primeros tiempos de la civilización. Y una vez más podemos tomar como reseña las crónicas del Pentateuco cuando narra en el Éxodo aquella crisis política sufrida por el Faraón en su empecinamiento por mantener esclavo al pueblo de Israel: las diez plagas de Egipto.

Actualmente puede tomarse como referencia, en el lenguaje más literal posible, lo que Camagüey sufre hoy de manera análoga al Egipto milenario –no se tiene información sobre el resto del país –: probablemente la más grande pandemia de que se tenga memoria en sus 500 años de fundada.

Acaso no sean diez las plagas que azotan, pero algunas de ellas se repiten en la empobrecida ciudad: la plaga de los Mosquitos y los piojos (3ra plaga) con su muy conocido dengue, que ahora se ramifica en diferentes sintomatologías: una de ellas termina en Salpullido (6ta plaga), El Cólera o La peste (5ta plaga), y la Muerte (10ma plaga) que, sin ser precisamente de primogénitos, se está llevando a muchas personas.

Si nos dejásemos conducir por el fatalismo, no estaría errado esperar que las aguas se conviertan en Sangre, (1ra plaga), porque ya muchos aseguran que es tanta la contaminación de las fuentes potables del mineral, que en algunos sitios el líquido vital se está convirtiendo en M…

La plaga de Animales silvestres (4ta plaga), tampoco queda al margen de esta alegoría, puesto que la ciudad padece el azote de roedores, felinos y perros callejeros como nunca antes se haya tenido noticia. Los perros callejeros, silvestres y sin dueños, que para sobrevivir corroen los desperdicios en los basureros urbanos y defecan en medio de las aceras y las calles, son portadores de garrapatas, pulgas, piojos y chinches, todos estos insectos transmisores de enfermedades arto conocidas; el perro, además, ha sido siempre el principal transmisor de la rabia, afección mortal casi en el ciento por ciento de sus víctimas. Las ratas, portadoras también de la rabia, cuando son picadas por un tipo de pulga, adquieren la enfermedad de Las Rocosas, que transmiten al hombre de igual manera que la Leptospirosis y la fiebre Cuartana.

La plaga de la Oscuridad (9na plaga), hoy 10 de julio de 2014, precisamente, cuando se escribe esta crónica, también se ha sufrido durante varias horas.

Solo la plaga de las Ranas no ha hecho acto de presencia en la ciudad, aunque quizás resultaría beneficiosa, ya que estos pequeños batracios son el látigo de los mosquitos, cuestión inversa por completo a las brigadas de uniformes grises. La plaga de Granizos tampoco cuenta en estas conjeturas, junto a la plaga de Langostas que, si esta última, en vez de análoga a la de Egipto fuera de la que empacan en el Combinado Pesquero de Santa Cruz del Sur para el turismo y no para el pueblo, ¡sí la esperaríamos con júbilo y se haría innecesario traer los paquetes escondidos entre los calzoncillos!

 

¡Hasta aquí la jarana! Porque la situación no está como para lanzar al ciberespacio chistes negros. La situación en la ciudad es de emergencia. Pero no se debe descartar que se lance una ofensiva gubernamental conminando a la población a que coopere, porque se deba suponer que es el pueblo el principal causante del problema debido a sus múltiples indisciplinas sociales. Tampoco se puede descartar la posición fundamentalista de alguien que eche la culpa a los yanquis, como tantas veces se ha hecho.

Sin embargo, la verdad hay que buscarla con un análisis imparcial y objetivo: sin aprensiones. Un análisis más allá de lo que le guste escuchar a los directivos de la provincia y del país.

Lo primero que salta a la vista ante estos problemas son dos factores básicos: la higiene y la nutrición poblacional. Una buena higiene es el paredón principal capaz de detener la proliferación de enfermedades infectocontagiosas; una adecuada alimentación es el anticuerpo ideal para luchar contra ellas cuando penetran y atacan el cuerpo humano.

Si se analiza el factor higiénico, aparece como primer causante de la proliferación pandémica la falta de agua potable. En estos últimos meses Camagüey ha venido padeciendo cortes de agua que han durado semanas completas. Se ha dicho que todos los pozos de la ciudad –y son miles de ellos –están contaminados. Si la población carece del abasto de agua por la red estatal, está obligada a recurrir al agua de pozo que, aunque en diferentes lugares de la ciudad se expende como agua bebible, al llevar una muestra al laboratorio puede resultar séptica; y esa agua es la que consume la población sin hervir, confiada en su patentización como saludable.

Para exacerbar más aún la incómoda situación, se llevaron a cabo los carnavales en secano. ¿Cómo se entiende que en una crisis de salubridad como la que se padece haya a quien se le ocurra efectuar festejos públicos?

Otro factor clave en la contaminación son los vertederos. Una ciudad con más de 300 mil habitantes no puede carecer de medios receptores de residuos públicos y hogareños. Cuando el ciudadano común no encuentra dónde botar la basura, la echa en cualquier sitio, menos dentro de su casa. Pero esta indisciplina social –que no deja de serlo –es producto de una necesidad básica de la comunidad cuando vive bajo un régimen social determinado. Y es a ese régimen social –entiéndase Gobierno –a quien corresponde cubrir esa importante necesidad comunitaria. ¿Por qué en Camagüey no se distribuyen de manera permanente en las esquinas, donde se cruzan las estrechas calles de la ciudad, latones plásticos con tapas, para que la población APRENDA a depositar allí los residuos hogareños?

Alguien dirá “porque no hay recursos económicos” y otro alguien “porque se los roban”. Al primero se le puede responder con otra interrogante: ¿Y la recaudación de la ONAT, tan cantaleteada que es para estas necesidades; y la moneda dura que deja el turismo; no serían suficientes para comprar un contenedor plástico con tapa para cada esquina de esta villa? Aún, si este dinero fuese poco, con cambiarle el Lada por una bicicleta a esa enorme cantidad de directivos improductivos que abarrotan las calles –incluso los domingos –, solo en ahorro de combustible sobraría el dinero. Como respuesta al segundo “alguien” se puede asegurar que tomando medidas severas contra aquel que se le compruebe haber sustraído un contenedor público de basura, no habría un segundo intento, pues en cualquier país del mundo, menos en Cuba, las leyes contra el bien público son extremadamente severas, y la población las acata y las defiende.  

Imaginando que ya el agua pública cubra las necesidades de la ciudad, que todos los tragantes del alcantarillado hayan sido reconstruidos y descongestionados, las jaurías sin dueño recogidas y los carretones de caballos, proveedores de estiércol y de orina fétida sustituidos por otro tipo de vehículo menos contaminante; imaginando que en toda esquina de la villa se encuentre un contenedor de basura en perfecto estado, entonces se podría pasar a la ofensiva contra la pandemia. Se pondría a la venta en todas las bodegas a precios razonables toda variedad de desinfectantes: Pinaroma, Creolina, Flit y otros insecticidas con sus respectivos equipos de aplicación; se expendería venenos para ratas, cucarachas, moscas y mosquitos. Con el salario y dotaciones que hoy se malgastan en las infuncionales brigadas de traje gris, si se las elimina, se podría hasta utilizar determinados recursos financieros para campañas mediáticas que promuevan y enseñen a la población el uso de estos productos insecticidas y antibacterianos, para que cada familia se haga cargo de combatir los vectores por su cuenta.

El segundo factor coadyuvante a la pandemia es la mala nutrición poblacional. En Cuba no hay hambre –de la gorda, que es cuando se muere de inanición –, pero el pueblo no come ni lo que quiere, ni lo que más saludable le puede convenir. Al margen de la venta liberada y los vendedores por cuenta propia, ya sea en carretillas, puntos cooperativos o agromercados particulares, el Estado entrega una cuota básica insuficiente una vez al mes, y fuera de “la libreta” ofrece al consumidor picadillo de soja, masa de croqueta, masa de hamburguesa, masa cárnica, masa de chorizo, mortadella, etc., mezclas de productos que ni el mago Merlín puede adivinar de qué materiales están confeccionados. Con mucha suerte los domingos, tras sofocantes colas acordonadas por la policía, la población puede adquirir costillas y huesos de res, cuyas masas ya han ido a parar no se sabe a dónde. ¿Puede alguien explicar de qué están hechos los subproductos arriba mencionados? Cierta vez, en una conversación con un obrero que trabajaba en la fábrica de esos embutidos, este confesó: “Yo trabajo allí, pero eso no lo como…”.

A lo largo de estas casi seis décadas, la mejor carne factible para la población de a pie ha sido la de cerdo. No es secreto para nadie que la carne de cerdo es una de las más sabrosas, pero también de las más dañinas. Hoy la población cubana tiene uno de los mayores índices en hipertensión arterial e infartos de miocardio. ¿Es solo el estrés?

Una parte de la población ha buscado escapar de las severas condiciones de vida mediante los vicios, encabezando la propensión a los hospitales, sobre todo al oncológico. A esos mendigos alcohólicos –que es a quien se hace referencia –incapaces de alcanzar el valor adquisitivo para beberse una botella de ron del más barato, se le oferta “chiva prieta”, bajo el eufemístico nombre del “cubalibre” de aguardiente con miel de abejas que bebían los mambises, pero que para nada tiene que ver el uno con el otro. Y cuando no aparece el “chiva prieta” cuelan alcohol de bodega –que contiene petróleo –y fabrican el casero “chispetrén”.

Los fumadores empedernidos tienen que acudir a cigarrillos “tupamaros”, también de fabricación casera e inescrupulosa, elaborados con el desperdicio de la hoja del tabaco y envueltos en un papel cualquiera.

Todos estos factores de peligro se han venido ramificando e incrementando durante años hasta conformar un árbol cuya genealogía tiene su génesis a mediados del siglo pasado. La crisis de valores fue tomando fuerza poco a poco y, sin haber querido ahondar hasta las raíces del problema, ahora ataca directamente a la salud y a la vida.

A un pueblo no se le puede manejar eternamente como a un niño pequeño. Porque hasta los niños, cuando crecen, buscan su independencia. A los pueblos, igual que a los hijos, se les educa, se les muestra el camino con el ejemplo, y raramente alguno se sale del trillado.

Si en el plato del hijo se acostumbra a poner bazofia, apenar él esté en condiciones, ofrecerá bazofia a su prójimo. Si no mira a diario limpiarse los dientes, a los veinte años tendrá la dentadura putrefacta. Si observa, a modo de supervivencia, llevar a cabo conductas ilícitas, porque de la única posibilidad de sobrevivir en un lugar donde todo lo bueno es delictivo o caro, desde la alimentación hasta los vicios, se convertirá en un mal alimentado o un vicioso degradante.

Es preciso decir que el cambio de mentalidad que hoy se propone debe estar basado no solo en combatir esta amplia gama de problemas que existen. Hay que retomar el camino de la razón, de la lógica, de la justa y equitativa manera de conducir al pueblo y abandonar el sendero tortuoso y equivocado que ha llevado a estas disfunciones que se evidencian en el país.

La falta de higiene en las calles, en los servicios públicos; el irrespeto a elementales normas de una sociedad civilizada como defecarse u orinarse en cualquier sitio, es otra de las indisciplinas sociales que hay que erradicar, porque también esos malos hábitos son caldo de cultivo de las múltiples enfermedades que hoy azotan a Camagüey y quizás a toda Cuba. A esos mendigos alcohólicos que, igual a perros callejeros deambulan por todas partes, se alimentan de desperdicios y duermen en los parques, hay que buscarles sitio para recluirlos.

Camagüey, cuna de la literatura cubana, ciudad de curiosas calles: estrechas y sinuosas; de plazas y plazuelas originales frente a cada iglesia; ciudad de arquitectura religiosa y vista aérea de barro escarlata que, entre otros muchos méritos valieron para que, hace seis años –el día 7 de julio de 2008 –una parte de su Centro Histórico fuera declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad, no tiene ni puede por qué fenecer ante las epidemias y el abandono. ¡Salvemos, pues, esta ciudad!

 

Pedro Armando Junco

 

 

 



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