El pan nuestro de cada día
El modo de producción de la vida material
domina en general el desenvolvimiento
de la vida social, política e intelectual.
Carlos Marx
El miércoles 19 de noviembre, cuando iba de visita a mi terruño natal allá por el municipio Santa Cruz del Sur, al vehículo en que viajaba lo requisaron en el punto de control del kilómetro 6 de dicha carretera. Mi extrañeza fue enorme, pues no le vi sentido a registrar los pasajeros de vehículos que vayan desde la ciudad hacia el campo, puesto que la costumbre policial ha sido siempre inspeccionar el retorno a la ciudad hasta ver si pescan materiales ilícitos: carne de res, mariscos, quesos, porrones de leche, etc. Porque estos elementos mencionados, aún surgiendo de manos propias por campesinos trabajadores particulares, pertenecen al monopolio estatal. Tantas veces he dicho que esta medida es una de las principales barreras que frenan el desarrollo de nuestra economía agrícola, que ya hasta me da vergüenza repetirlo.
Pero cachear los equipajes a las personas que van hacia el campo me causó asombro y, aunque escuché opiniones diversas entre los demás pasajeros del camión en que viajábamos, pensé que el móvil de aquel registro tendría alguna razón excepcional de mayor peso, y no una rutina consuetudinaria.
Escuché decir que no se permite adquirir en “El Hueco” (el más importante mercado de productos alimenticios de la ciudad, popularmente llamado “candonga”) al por mayor, mercancías liberadas y llevarlas al campo para ser comercializadas, porque eso constituye un modo ilícito de sobrevivir, y por eso las confiscan. Un saco de viandas, varias ristras de ajo o de cebollas, una jaba con grasa de puerco, pueden convertirse en pruebas delictivas de un modus operandus condenable…
Cuando llegué al poblado de La Jagua tuve la sorpresa mayor. A un hombre con retraso mental, cuya manera más honrada de sobrevivir es comprar panes liberados en Santa Cruz del Sur para venderlos en Arroyo Blanco (a casi 40 kilómetros de distancia) y ganar un peso per cápita, no me causó gracia de ningún tipo.
Al hombre le confiscaron 20 panes. Y hasta me acordé del famoso hurto de Jean val Jean en la novela de Víctor Hugo. Porque el hombre, trabado de lengua y nervioso todavía, contaba a un grupo de personas que, al llegar al punto de revisión, colocó el saco de panes en el departamento que los camiones de pasajeros tienen encima de la caseta y se alejó de él; y que el policía, al subir al camión y detectarlo, pronunció muy alto:
–A ver, ¿de quién es este saco de panes para ponerle una multa de 1500 pesos ahora mismo?
Con esos palos, ¿quién dice que “ese saco es mío”? –contaba el pobre retardado, tartamudeando. Pero en su ignorancia legítima se hallaba contento porque, según él, se había librado de una multa impagable y solo había perdido los panes en esta oportunidad. Hasta agradecido se hallaba por la advertencia policial, sin caer en cuenta que ese grito de alerta del oficial del orden, no fue otra cosa que una amenaza encubierta para que nadie abriera la boca y reclamara la propiedad del saco… y quedárselo.
En primer lugar, sería bueno poner en tela de juicio la actitud de ese policía que se complace en despalillar a ciudadanos pobres, recurrentes a esos miserables comercios para sobrevivir porque, además de nada tener de ilícitos, ya que las panaderías venden sus productos liberadamente a precios muy altos, la ciudadanía los acepta como mesurados y paga un peso o dos de más porque se los lleven a sus casas. Aquí en Camagüey, desde la madrugada, decenas de ciclistas con un cajón a la parrilla, pregonan sus panes y los venden y la policía no se mete con ellos.
En segundo lugar, esos decretos de la época de José Abrahantes están fuera de lugar en una sociedad que se encamina (o al menos pretende encaminarse) hacia el progreso, el respeto, el bienestar y la justicia ciudadana. Muchos somos los que, a diario, alertamos sobre la necesidad de abrir y no cerrar caminos. Porque el fin de una nación tan bella, tan humana, tan carismática como la nuestra puede traerlo como resultado ese andar un paso hacia adelante y dos o tres hacia atrás igual que el vecino de Pánfilo que estuvo durmiendo 26 años en coma…
Pedro Armando Junco
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