República ha sido siempre la calle más emblemática de la ciudad de Camagüey. No por gusto la monumental Iglesia de la Soledad descansa a su lado izquierdo desde hace varios siglos y, anterior al triunfo revolucionario, era la más concurrida arteria que comunicaba, por el mismo centro, el norte con el sur de la urbe.
Tan importante resultaba su centricidad plana y sin curvas, que el gobierno revolucionario la convirtió en Boulevard, prohibiendo todo cruce de vehículos por ella, incluso de bicicletas; y como resultado de tan nutrido peatonaje, se convirtió "República" --estilo cariñoso con el que los camagüeyanos le hacemos referencia-- en una pasarela de pequeños comercios, estatales primero y particulares después de ciertas aperturas al timbiricheo.
Alguien me dijo un día: "camina por República un domingo y la hallarás vacía; pero si la visitas en jornada laboral por la mañana, verás cómo la gente tropieza una con otra. Es así como trabaja la sociedad cubana".
Y es natural, el síndrome de la vagancia social, debido a la mala remuneración y la nula oferta, no suele venir solo: trae consigo aquel mal que aparentemente se había erradicado a comienzos de la revolución: la mendicidad.
Caminar por República hoy, en horarios laborables, ya no sólo te muestra decenas de pequeños establecimientos alquilados por particulares "luchando" con impiedad y a como sea, este peso que no vale; sino también a una cantidad indeterminada de indigentes pordioseros que suplican, incluso al abrigo de la imagen de algún santo o echándote alguna bendición a tu paso, que le dejes caer alguna limosna en su vasijilla.
Pobre de los pueblos del que los jóvenes escapan y gran parte de los que permanecen solo atinan a devorarse los unos a los otros. Pobre de esos pueblos, porque muchos de sus hijos terminarán pidiendo limosnas.
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