Muchos previeron que la bancarización tocaba el fondo del miserable pozo donde agoniza la nación cubana. Y hasta sintieron pena por los ancianitos que no saben manejar celulares o no los tienen para manejar sus pensiones o sus ahorros en los bancos. Las colas en los cajeros electrónicos, desde luego, se volvieron multitudinarias.
Sin embargo, a los ancianitos de mi país —que son millones— se les suma ahora a su penuria por la falta de medicamentos, alimentación adecuada e incapacidad de manejar sus tarjetas magnéticas, la ausencia del buchito de café por la mañana.
Cierto es que cuatro onzas de café mezclado que llegaban por la cuota a la bodega para un mes, es un choteo. Pero el ancianito de a pie se las arreglaba tostando los chícharos que le daban para el potaje, comprándole al vecino la bolsita de café Serrano o lo conseguía clandestinamente. Desde nuestras hermanas provincias orientales, a pesar del riesgo, un comercio paralelo y secretamente ejecutado, cubría el déficit de la escueta ración que el régimen nos ofrecía.
Lo que nunca tuvimos en cuenta era que ese minúsculo paquetico de café Hola que nos llegaba una vez al mes, servía de complemento al que teníamos que luchar en la calle. Y al faltar durante un trimestre completo, ha generado un déficit que no solo ha elevado el costo del café clandestino, sino que en estos momentos no aparece por ninguna parte.
Vendrán días de jaquecas mortificantes, depresiones seniles, maldiciones intramuros... y continuaremos descendiendo la pendiente de nunca acabar. ¿Le diremos adiós para siempre al huidizo Hola?
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