Hace poco una fuente cercana, a quien dejaré en anonimato para protegerla de posibles represalias, me contó lo que pudo ser una terrible noticia en su momento: a finales de septiembre, a trece madres —la totalidad de una sala de ingreso— se les infectaron las heridas provocadas por operaciones cesáreas en el Hospital Materno de Camagüey.
En mi vecindario, una madre soltera, con ahora tres hijos, estuvo entre las convalecientes. Para nadie es secreto que la sepsis, o peor, la septicemia —resultado de una infección trasmitida por bacterias— puede ser mortal para una persona que acaba de pasar por el quirófano. Las madres afectadas, según la fuente, no sabían si echar la culpa al hilo y al instrumental de sutura o a la mala higiene de los locales en el hospital.
El caso es que, con la escasez de alimentos y medicinas y el encarecimiento de los mismos en el mercado alternativo, dar a luz en centros médicos con condiciones tan deplorables como los de Cuba en la actualidad, resulta una odisea. Mi vecina resistió el embate gracias a la ayuda de otras mujeres de la Iglesia Bautista, quienes con sus cuidados aplacaron el malestar de los largos días de ingreso y recuperación.
Por suerte —para el que puede— al salir del hospital —al que hay que ingresar con todo conseguido de antemano— nos encontramos con una economía paralela a las ofertas casi nulas del estado. Ya existen farmacias clandestinas que se ocultan tras un número celular, a las que se puede acceder y solicitar un pedido que, de inmediato, traen a casa. Al menos así, si nos urge un medicamento vital y podemos costearlo, lo hallamos allí, a despecho de la inopia en las farmacias estatales.
Hoy conversé con mi vecina y me contó que, según investigó, continúan apareciendo infecciones en la cesareadas de maternidad en Camagüey. Le pedí permiso para usar su historia y accedió, aunque no quiso que le tomara fotos ni citara su nombre, para evitar las imaginables consecuencias. Ojalá sirva nuestra denuncia para poner una alerta sobre tan grave situación.
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