martes, 27 de febrero de 2024

LAS RECETAS DEL ABSURDO

 
Me asusta vivir en un país donde los que maldirigen lanzan públicamente disparates que sólo se les ocurrirían a personas dementes. En el desesperado esfuerzo por ocultar el hambre que padece este pueblo, el más veterano de nuestros "históricos" aseguró que un avestruz ofrece mayor productividad que una vaca, porque esta pare al año sólo un ternero y aquella incuba varios huevos en el mismo periodo. 

El recién defenestrado ministro de la Industria Alimentaria, sugirió el consumo de tripas de gallina. Otro cuadro de la nomenclatura orientó que hiciéramos un hueco en los patios de nuestras viviendas y lo llenáramos de agua para criar peces, porque de esta manera resolveríamos la necesidad de pescado en la isla. 

Desde el limón como base universal hasta la cáscara de papa, la lista es tan absurda como interminable. 

Ante tales grotescos, quisiera preguntar: ¿dónde ha implementado aquel histórico su cría de avestruces y cuáles son los platos favoritos en su dieta? ¿con qué aliña los espaguetis de tripas de gallina el exministro de la alimentaria en su casa? ¿cuántas raciones ofrece a la familia del alto funcionario su estanque de tilapias en el charquito del patio? ¿entre Frei Betto y Díaz-Canel prepararán una fritanga de cáscaras al limón? 

No se molesten en contestar. La solución alimentaria de este pueblo es mucho más sencilla de como nos la hacen suponer: abrir la economía con absoluta libertad de comercio a los productores, sin entrometimiento estatal; eliminar esos organismos que manipulan la agricultura con su monopolio —como Acopio— y las entidades pesqueras que frenan la explotación de nuestros mares y lagos. 

Aun mejor sería, paralelamente a la solución del problema alimentario, para reducir la inflación y dar mejor sentido a la moneda nacional, erradicar todas las asociaciones parásitas de la propaganda política que, a la vez de consumir salarios ociosos, castran la creatividad y persiguen el trabajo individual. En fin, el éxito estaría en incentivar a todo el que produce, en vez de acosarlo con inspecciones y decretos, o tratar de engañar al pueblo con recetas del absurdo.

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