martes, 14 de junio de 2011

Los tres motivos del miedo

El día cuatro de junio, en su asamblea general del 2011, la filial de la UNEAC de Camagüey debatió con sus miembros sobre el estado inmobiliario de los cines de nuestra ciudad.
Si la memoria no me traiciona, existían, antes de 1959 –incluyendo al Teatro Principal –, once locales con pantallas grandes, cuyos espacios daban sitio a miles de cinéfilos. Solo el cine-teatro Alkázar –el más moderno y lujoso de todos – tenía capacidad para 1200 espectadores.
Pero la situación actual de algunos de esos locales es caótica, mientras que otros, los que todavía pueden ser utilizados en proyecciones fílmicas, se emplean fuera de los objetivos para los que se construyeron.
Al margen de lo que se discutió en la Asamblea de la UNEAC el día cuatro de junio, pienso que hay tres razones fundamentales que constituyen la causa de tan penosa situación. Porque, por más que se recojan en actas las opiniones más sinceras y bien intencionadas de un grupo de intelectuales, si esas actas se engavetan, o pasan a manos de otras personas ajenas a quienes proyectaron las ideas de reformas, de seguro no brindarán los frutos esperados.
Y este es el problema: los tres motivos del miedo.
Lamento profundamente que Internet no llegue a todo el cubano que pisa diariamente las adoquinadas calles de nuestra ciudad, por donde tantas personas ansiosas de opinar y entrar en discusión caminan. Lo lamento por el peligro de caer en la especulación y la crítica de otros que poco o nada tienen que ver con el quehacer cotidiano de nuestra villa, con nuestra idiosincrasia y nuestra cultura. Sería bueno –pienso yo –que análisis como este fuesen acogidos y divulgados por la radio, por la prensa escrita; hasta por algún sitio televisivo donde quienes pueden resolver el problema, den cuenta frente a la cámara de por qué en Camagüey ya no existe un cine a donde asistir una noche cualquiera.
El primero de los tres motivos del miedo es la situación de deterioro que presentan dichos locales, casi centenarios. Al cine América, por ejemplo, le han usurpado todas las butacas, el inmueble presenta un deterioro muy grande y es utilizado como sede de artistas de la magia. El viejo teatro Apolo fue transmutado en un complejo habitacional y está hoy ocupado por numerosas viviendas particulares. Acometer la reconstrucción de esos edificios puede causar miedo a cualquier inversionista serio.
El segundo miedo estaría –suponiendo que ya todos los cines estén restaurados, con máquinas de proyección de última generación y los componentes necesarios para una estancia confortable –en qué películas proyectar, porque, como arte a fin de cuentas, todo documental o filme trae un mensaje, y en el arte, los mensajes no vienen en estuches de celofán con tarjeta de regalo, sino recubiertos con una problemática implícita, para que el espectador discurra y pueda ofrecer sus propios criterios. Y eso, en un país donde se aspira a que todo el pueblo piense al unísono, es muy peligroso. No alcanzarían ni los “especialistas” para determinar cual película es “buena” o es “mala”, cual es digna de verse y cual contiene un mensaje dañino a la hora de conseguir once o veintidós cintas semanales. La opción de proyectar obras de arte de puro contenido político nacional, también puede acarrear problemas como el que enfrenta el Instituto Cubano del Libro con tres millones de ejemplares que no se venden.
El cubano de hoy –para que no me acusen de regionalista –está falto de espacio y de una información más abierta, que le permita discernir y metabolizar en su cerebro ideas y proyectos capaces de serle útil a la comunidad en que vive. El cubano de hoy, culto e ilustrado, está sediento de información; y el arte cinematográfico es una fuente insustituible en estos momentos. Es sumamente aflictivo el modelo de muchas películas que se proyectan en la televisión –que pudieran ser útiles de manera comercial para otras sociedades en su mayoría menos cultas que la nuestra –, usurpadoras del tiempo de un público ilustrado.
Si como dijo el Apóstol, “los que quieren saber son de la raza buena”, ¿por qué no facilitarle los medios que ofrece este siglo en que vive? ¡Y esta falta de espacio donde verter ideas propias para que no se vea en la necesidad de utilizar subterfugios y métodos “nocivos” a la sociedad socialista!
Nos queda aún el tercer miedo: el de la oscuridad. Y esta vez no me refiero a la fobia por una oscuridad metafórica que padece el ciudadano común, sino a la oscuridad literal de una sala amplia que acoge a cientos de espectadores y da oportunidad a elementos proclives a gritar cosas perjudiciales al correcto bienestar de nuestro pueblo.
Pienso, compañeros, que hay que trabajar muy duro para llevar a cabo el restablecimiento de estas salas de proyección, y que debemos luchar para conseguir el despeje de esos tres miedos. Si apostamos por la restauración de los cines camagüeyanos, será preciso que desterremos, primeramente, los tres miedos que nos bloquean. Sin embargo, no debemos ser pesimistas. Hay que insistir una y otra vez.

Pedro Armando Junco

NOMBRES DE LOS ONCE ANTIGUOS CINES CAMAGÜEYANOS

Alkázar
Amalia Simoni
América
Apolo
Avellaneda
Camagüey
Casa Blanca
Encanto
Guerrero
Social
Principal

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