Lo prometido es deuda.
Como debíamos suponer, en el banquete saludable de la doctora Porrata, no aparecieron ni la carne de res, ni los camarones, ni muchos alimentos proteicos y deliciosos que nada tienen de perjudiciales a la salud del ser humano. Y en contraposición a lo que se expuso en las mesas este domingo, en días anteriores la televisión nacional, precisamente en el noticiero estelar, hizo hincapié en el incremento del ganado vacuno con fines turísticos. Eso impactó mucho en una población que recuerda aquel versículo de la Biblia que dice que matarán tu vaca delante de ti y no comerás de ella.
Pero, si hemos de ser imparciales y honestos, debemos reconocer que en Cuba no hay hambre; de la gorda, digo. Porque todo cubano alcanza un pedazo de pan diario a muy bajo costo, una cuota mensual de arroz, azúcar, frijoles y un pedazo de pollo y de pescado balanceados con algún que otro picadillo de “algo” desconocido, que no permite morir, por inanición, al individuo. Además, algunos centros de trabajo –sobre todo militares –entregan una cuota mensual adicional que refuerza la primera, a despecho de quienes quedamos fuera de esa prebenda.
Sin embargo, la fama del hambre que padecemos los cubanos traspasa las fronteras nacionales y sirve como caldo de cultivo a la crítica de los enemigos de la Revolución. En seriales cómicos extranjeros se saca a colación el hambre en Cuba. Nuestros mejores humoristas ya se atreven, hasta por la televisión, hacernos reír con el tema de los alimentos prohibidos. Inclusive, el costo de los alimentos “saludables” que propone la doctora Porrata, no se equilibra con los salarios cubanos, y menos con el cambio de 25 por 1 con que se nos ofertan en las tiendas por “divisas”. (He puesto divisas entre comillas, porque no estoy seguro que esta moneda sirva más allá de nuestras fronteras).
Pero obviemos por un momento el tema de los precios. Mi objetivo hoy es proponer a quienes nos dirigen orientar la mirada al Talón de Aquiles de nuestra sociedad: la alimentación de todo el pueblo. Esquinar este escollo social –para mí uno de los más relevantes –no solo conllevará a brotes de pandemias como la neuritis periférica que azotó a Cuba a principios de los años noventa y dejó máculas de por vida en gran parte de la ciudadanía, sino frenará la capacidad productiva de los obreros e incrementará la emigración a otras regiones del mundo.
El pueblo de Cuba ha conquistado logros que jamás deberían perderse. Y no voy a caer en el propagandismo de renombrarlos, porque todo cubano los conoce y los lleva implícitos en su conciencia. El pueblo de Cuba desea mantener el status social que brinda los servicios elementales necesarios, pero anhela –porque los necesita imperiosamente –cambios profundos y radicales en el ámbito social y político del Sistema, sin herir las conquistas obtenidas. ¡Claro que todo está concatenado, como nos enseñara Carlos Marx! Cuba, con el triunfo de la Revolución, sufrió una operación quirúrgica que solucionó problemas, pero implantó medidas y patrones que hoy son obsoletos y hasta ridículos, cuando antaño sirvieron para solucionar graves dificultades.
La confiscación de las grandes y medianas haciendas el tres de octubre de 1963 cortó las alas de los capitales que, si bien habían ayudado en el financiamiento de la Revolución, harían todo lo posible por derrocarla al ver sus intereses en peligro; pero dicha medida trajo aparejada la quiebra infraestructural de la agricultura cubana en todas sus vertientes. El Gobierno, necesitado de suplantar la administración privada de los propietarios, acudió desesperadamente a colocar administradores de condiciones revolucionarias pero carentes de los conocimientos empíricos que hacían producir los ingentes latifundios. ¡Y así, la debacle económica rural!
A casi medio siglo de estos acontecimientos Cuba, en más de un 70 por ciento de su territorio, está perdida en marabú y otras malas hierbas. Los intentos por rescatar esos terrenos, otrora productivos, conllevó a ofrecer terrenos a campesinos deseosos de “capitalizar” un poco para mejorar su nivel de vida, pero que ahora se encabritan ante una serie de manipulaciones burocráticas que les anula el deseo de trabajar. Dichas medidas, entre otras, son los acosos de inspectores y sus multas, la carencia de insumos, el monopolio de los precios por el Estado, etc.
¿Por qué el labrador que, sudoroso y fatigado bajo las altas canículas cubanas, siembra nuestras viandas, hortalizas y frutales, no puede comercializar libremente sus productos, gestionar transporte particular, sitio de venta, precio competitivo? ¿Por qué el campesino que cría ganado mayor no puede sacrificar su res para consumirla y llevarla al mercado, así como los subproductos que requieren el sacrificio de las madrugadas y los aguaceros: leche, queso, etc? ¿Por qué al pescador que rema noches enteras en nuestra plataforma insular no le está permitido negociar libremente sus pescados y mariscos?
El cubano de hoy –gracias a la Revolución – presume de un nivel educacional y cultural que supera, no solo al de hace medio siglo, sino a la media de otros países latinos y caribeños. La información de hoy ha reducido las fronteras casi a cero y, a pesar de que la mayoría poblacional no tiene la posibilidad de navegar en Internet y tiene que conformarse con ver en los noticieros televisivos los “éxitos” virtuales de nuestra agricultura, no traga la píldora. Otros medios han plagado de información un alto por ciento de nuestra ciudadanía. Miles de cubanos han salido y continúan saliendo del país a misiones médicas, culturales, deportivas, etc. Así que casi todos conocemos que, en países hermanos como Venezuela, Bolivia, Ecuador y otros, la alimentación no está restringida: comer carne de vaca es común y corriente, y la totalidad de los alimentos monopolizados y prohibida su comercialización en Cuba, son la rutina diaria de cualquier hogar extranjero.
Entonces, ¿cuál es el objetivo que promueve esta carestía cuando la recuperación ganadera –eso lo dice la televisión nacional –se ha recobrado? ¿Por qué del café con chícharos si casi todas las provincias orientales –también dicho por la televisión nacional –cosechan más de un millón de latas del preciado grano? ¿Cómo se nos prohíbe el consumo de proteicos y sabrosos mariscos cuando los frigoríficos de los combinados pesqueros están abarrotados de ellos?
La solución está –pienso yo –en el axioma que una enorme valla de nuestra ciudad exhibe con orgullo: Lo mío primero.
Primero la libertad de acción para los que se disponer a labrar las tierras, echar las semillas, recoger las cosechas; para los que se sacrifican en criar las reses y ordeñar sus vacas; para los que no temen las borrascas marinas ni el sol que chamusca a la hora de sacarle al mar sus riquezas. Y primero también el plato fuerte de esos productos en la mesa de cada cubano antes que del extranjero por más dólares que traiga.
Entonces Taladrid y la doctora Porrata no tendrán la difícil misión de presentar una mesa sueca carente de los alimentos que más gustamos pero que se nos vedan, a pesar de que los turistas sí pueden consumirlos.
Pedro Armando Junco
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