Un simple comentario sobre mi niña
Ante todo quiero pedir disculpas a quienes siguen mi blog por faltar tantos días a él, y por haber pospuesto la segunda parte de mi análisis sobre Pasaje a lo desconocido. Prometo, antes de finalizar esta semana, colgar ese comentario. La razón de mi ausencia ha sido un viaje de paseo a la capital para que mi niña conociera los semáforos, porque en Camagüey solo hay dos y están lejos de la casa. Ella se quedó encantada con los semáforos, sobre todo con los peatonales, que no existen por acá. Mi niña es orgullosamente camagüeyana y se lo iba diciendo a todo el que se encontraba para conversar. Hasta se buscó que una señora habanera le contestara:
–Niña, en Camagüey no hay semáforos como aquí porque La Habana es La Habana y lo demás áreas verdes.
A mí me chocó un poco el tono despótico de esa mujer y hasta estuve por decirle que Camagüey tuvo muchos semáforos hace medio siglo, pero luego desaparecieron no sé por qué razones. En fin me contuve y no dije nada.
Mi niña tiene nueve años, pero es muy suspicaz, sentimental e intuitiva. Una mañana me abrazó llorando y me dijo que ella quería morir el día que yo muriera. Entonces tuve que explicarle de acuerdo con su edad muchas cosas, hasta llegar a confesarle que llega un día en que las personas mayores, cansadas de los avatares de la vida, le pierden el miedo a la muerte.
A veces me sorprende con razonamientos muy complicados. Me comentó hace poco que el presidente de un país es “igualito” a un padre de familia. Le respondí que sí, aunque hay algunas diferencias. Son iguales –le dije –porque los hay buenos y los hay malos, pero a los hijos corresponde respetarlos siempre, y amarlos cuando son buenos y luchar, también con amor y paciencia, para convertirlos en mejores, cuando son malos. Que los presidentes, como los padres, cometen muchos errores, y que es deber de los hijos buenos hacérselos ver para que los superen y no los cometan más. Hay padres igual que presidentes, que hacen pasar hambre y carencias a los hijos, pero eso nos enseña a ser más ahorrativos y frugales… Y así estuve comparando las similitudes de padres y presidentes, hasta que al fin le terminé:
–En lo único que se diferencian es en que a los padres no los podemos cambiar nunca y a los presidentes sí.
Pedro Armando Junco
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