Oriol Marrero no se ha creado un blog todavía. El mío goza solamente de unos meses de existencia. Por desdicha, a nosotros los cubanos –a despecho de pertenecer a la clase más ilustrada –nos llegan siempre tardíamente las noticias, los adelantos tecnológicos y las oportunidades. Es por eso que algunas veces, solo por solidaridad, le ofrezco a Oriol el medio de colgar trabajos suyos en mi blog, aún cuando mis opiniones difieran de las suyas.
Oriol, como ya dije antes en mi trabajo Episcopaleros, además de mi colega, es mi amigo y mi ex condiscípulo de Colegio, y somos escritores muy afines, sobre todo, en los fundamentos sociales.
Este trabajo suyo que pienso poner a consideración de ustedes, trata sobre la terca y contraproducente prohibición al pueblo de Cuba de consumir libremente la carne de res. Dejo a Oriol echar sus alaridos porque ya tengo la garganta enferma y la lengua seca de gritar a los cuatro vientos que el día en que se le permita a cualquier cubano criar su vaca propia con el derecho a disponer de sus productos y su carne con entera libertad, en vez de disminuir la masa ganadera, se multiplicará de inmediato, porque solo muy contadas familias no se dedicarán a pastorear su ganado vacuno, como hoy hacen con sus cerdos, sus ovinos y sus caprinos. Habrá, incluso, quienes sustenten una vaca en la azotea de un edificio múltiple, como antaño hiciese en lo más céntrico de Ciudad Habana una destacada dirigente.
Mi hijo opina que el día que esto suceda –cuando el que críe una vaca pueda comérsela –una gran cantidad de familias urbanas emigrarán de las ciudades hacia el campo, contrario a como hoy está sucediendo, y se acrecentará no solo la riqueza ganadera, sino la agropecuaria en general.
Se dice que una ley –un decreto más aún –está mal dictada cuando todos la rechazan y la incumplen. Por lo tanto debe ser derogada o reformada de inmediato, de manera que la mayoría del pueblo quede satisfecho con ella. Al delito de robarse una res y matarla, se le nombra hurto y sacrificio. Sin embargo si separamos los dos términos, pudiéramos estar de acuerdo inmediatamente con que al hurto hay que condenarlo ferozmente, con esas penas que ahora se decretan; pero el sacrificio de una res propia, su consumo y venta, deben quedar despenalizados por completo.
Cuando abordamos en el blog temas como estos, sabemos muy bien que algunos visitantes no lo hacen con las más amistosas intenciones. Sin embargo, nuestra mayor aspiración está centrada en que esos que nos ojean para descubrir un desliz, una brecha en nuestras buenas intenciones, impriman estos trabajos y los den a leer a la más alta esfera de nuestro Gobierno. Pienso que a ese nivel quizás se lleven la sorpresa de que nos tomarán en cuenta con mayor seriedad de la que ellos se imaginan.
Pedro Armando Junco
EL OLOR DE LA RIQUEZA
Por Oriol Marrero Barreras. Noviembre de 2011.
Una vecina me alertó: debía cohibirme de comprar carne de res clandestina pues podía ser arrestado como resultado de una batida de proporciones monumentales contra los cuatreros de ganado vacuno, intermediarios y expendedores, que asolaban los campos de Cuba.
Batida bajo la clave secreta de Tauro, según dijo.
Ese proteico en capítulo judicial —carne de res— tan necesario a la dieta humana e igual de escaso en las mesas cubanas de la gente pobre que no ha sido beneficiada con los euros del subsidio español, gracias al parentesco funambulesco con algún pretérito emigrante, o los dólares de un familiar o amigo llegado a USA, Canadá, Italia, etc., y del cual —tanto de la carne como de los dólares— conocen muy poco, casi nada o nada...
Pero atesoran la esperanza de que los atrape la buena suerte y así, un día, la divisa añorada llegará para abrirles las puertas de la shopping; entonces, alcanzarán los mostradores refrigerados para ver, seleccionar y adquirir dicha carne expendida por el Estado solo en las tiendas de divisas. Salvarán de este modo la virtual ilegalidad de adquirirla clandestinamente, ahora que sus bolsas aumentadas lo permiten, porque antes del socorro ni siquiera podían soñar con pagar el clandestinaje cuatrero de 35 pesos mn. por libra, ni invadir ese ámbito dorado y añorado tras las puertas de las TRD, ya que los establecimientos para el expendió de carne de res en nuestros barrios solo gozan ese raro privilegio una vez al mes, cuando arriban la dietas de libra y cuarto únicamente para enfermos y niños menores de siete años.
Agradezco la advertencia de la vecina, por más que mí desastrada economía doméstica no me permitiría aceptar la oferta de los traficantes del oro rojo y, también, porque por atrevido que parezca no padezco el pecado de la insensatez: una vaca muerta aquí puede costar lo que un humano asesinado.
Que lo anterior —demasiado conocido ya en el ciberespacio de los temas cubanos, pero verdad al fin— sirva de antecedente. El título de cabecera se debe a que esta mañana —siguiente a la advertencia de la vecina— el Presidente de la República de Cuba General de Ejército Raúl Castro Ruz, apareció en el informativo de la televisión, Revista de la mañana, escarmentando la actividad ilegal toda, incluida la de los cuatreros cubanos, y yo le vi y escuché mientras desayunaba.
No sé si usted que me lee ha probado alguna vez un bistec de vaca o de toro fritos con cebollas y ajo entre dos tapas de pan en el desayuno —los dietistas aseguran que el desayuno ha de ser la comida más completa del día— ¡Si no lo ha hecho corra a hacerlo si la ocasión milagrosa se le presenta! Es gloria, y masticado con sorbos de café con leche el bolo alimentario se vuelve ambrosía de dioses en el paladar. ¡Pero cuidado, eh! Crea hábito al igual que cualquier droga fuerte, fundamentalmente en las edades infantiles que requieren de este proteico para fijar los músculos en la tempranía de su desarrollo.
Veía ese informativo de la mañana masticando mi rodaja de pan tostado y sorbos de leche — ¡tengo dieta médica!—, pero mi memoria estaba en mi madre, advirtiéndome que evitara manchar el uniforme escolar con las gotas de salsa que escurrían del pan que encerraba mi bistec.
Recuerdos tristes de pasadas glorias.
¿Los niños de mi país, ¡todos!, podrán algún día vivir esa misma ventura gastronómica?
Hago votos. ¿Por qué no?
Debo decir —en artículo de verdad— que no había escuchado en esta nación reprimenda tal a los cuatreros. Cierto que el fraseo sobre el tema ha contado con galanuras retóricas por momentos, pero sólo eso: un instante de elocuencia fantástica para volver luego a los mismos fueros. Nunca se logró un estado de legitimidad prolongado en el asunto: pasada una breve temporada de vigilancia y punición el control administrativo se relajaba, la exigencia languidecía y el cuatrero, cuchillo y machete al cinto se adentraba de nuevo, alegremente, en el potrero.
Pero la voz mayúscula que yo oía mientras desayunaba convencía por su austeridad, firmeza, seguridad y promesa inquebrantable de que esta vez sí era bien en serio y para siempre. La bizarría no permitía tomar el asunto a broma.
En la mesa, dejamos de masticar, hicimos silencio y nos miramos con la duda encarnada en el rostro. ¿Esto irá en serio? Porque una cosa es la dignidad del deseo manifestado y otra su materialización. Muchos años en lo mismo. ¡Ahora sí!, pero nunca fue.
Y recordé a un muerto pundonoroso, al desaparecido General Mayán, treinta años atrás, cuando desistió de su cruzada contra el cuatrerismo: “tuve que pararla o dejaba a Camagüey sin carniceros”.
Se sabe, perfectamente, qué debe ocurrir para que el cuatrerismo y sus delitos lindantes no resulten: atención eficaz a los hombres y sus familias que en sus fincas labriegas cuidan el rebaño; un cuerpo de vigilancia poderoso —igual de parecido o mejor (¿no se trata acaso de los alimentos esenciales del país?) que los custodios de Trasval: ¡no de balde se le llama oro rojo a la carne!— para disuadir de una vez por todas a los maleantes incorregibles, que, al fin y al cabo, proliferan en trajines cuasi humanos...
La vaca es un organismo perfecto, que solo con cuidado meticuloso —alimento, pasto, yerba, piñón lechero; sombra (del precioso piñón lechero o fronda lozana y fresca de árboles de gran porte, pero nunca más cuartones de hormigón armado) y agua— logra ovular y consigue la reproducción, con ella la leche de los novillos ¡y de la ciudadanía toda!, más sus derivados: queso, mantequilla, yogurt, queso crema, carne para niños, ancianos y adultos, ¡carne para todos!, y cueros y pieles para un calzado digno —y no las miserables e inservibles imitaciones en vinil que ofertan las tiendas en divisa —estafas a precio de oro—, que se desintegran a los tres meses en nuestros pies.
Con cualquiera de esos tres requisitos subrayados que falte, fracasa toda la cadena productora, alimentaria e industrial...
¿Por qué fracasa?
¿Es que se ha perdido la práctica de una tradición ganadera que situó a Cuba –y en especial a Camagüey –entre los mejores productores y criadores de mundo? ¿Es que no hay memoria de cómo tratar al forraje y guardarlo en silos? ¿Si no tenemos heno, no existe otra yerba que ensilar? ¿Qué pasó con los pastos que había en las sabanas para el ganado? ¿Dónde se perdió el legado de Andrés Voisin, ese buen sabio francés que tanto ilustró y escribió para nosotros sobre el tema? ¿Dónde los cientos de ingenieros agrónomos y agropecuarios graduados en nuestras universidades?.. Sí, han ido a parar adonde su trabajo mejor les permite la praxis del subsistir. ¡Sabido es! Pero ¿no se pueden rescatar? ¿No se les puede brindar una oferta inteligente, estimable, que no puedan rechazar? Creo que sí, pero aún Nadie ha implementado las maneras para que la industria ganadera robustezca, consolidándose en el espacio que le corresponde en la economía del país.
Mi atrevimiento —porque mi necesitado conocimiento no es precisamente pecuario— sale de este reclamo presidencial exigiendo autoridad a los responsables del piso ganadero nacional, en demanda de control administrativo, diligencia digna, vigilancia celosa, producción beneficiosa y, también, de mi indignación en aras de que la marchitez productiva y lo contraproducente desaparezcan algún día de nuestro país...
Terminado el pan con bistec de mis memorias me vi de la mano de mi abuelo, camino de la escuela, esperando al pie de la vía férrea a que las casillas del tren de ganado nos rebasaran franqueándonos el paso, en tanto el olor de la majada, como manto fétido, caía sobre nosotros.
— ¡Qué peste, abuelo!
— El olor de la riqueza, mijo...
Esos trenes, unos destinados a mataderos, otros a países que sonaban remotos en mis oídos de niño, con los años impidieron menos nuestro cruce de la vía porque demoraron su itinerario, progresivamente, hasta que no volvieron más. Nunca. Tampoco el olor de la riqueza. Quiero suponer que en el futuro un niño, como fui, se queje, y otro abuelo, tan inolvidable como el que tuve, le responda lo mismo...
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