Tenía solamente once años, acabados de cumplir, cuando triunfó la Revolución. Pocas cosas recuerdo de los gobiernos anteriores, aunque sí puedo hablar de una Revolución triunfante que apenas surgió quiso cambiar la sociedad burguesa y capitalista de Cuba por el utópico sueño de una colectividad perfecta con trabajadores ateos y viriles, próvidos en deseos de colectividad, pero excluyente de místicos y maricones.
Todo parecía marchar muy bien para aquellos desconocedores de lo que significa una revolución en el poder. Ricos terratenientes, rentistas de ingentes inmobiliarias, propietarios de los principales consorcios, se fundieron junto al proletariado humilde, a la clase media surgente, al campesinado trabajador, y en masa unida iluminaron el cielo de las primeras noches del triunfo con los más brillantes fuegos artificiales descubiertos hasta la fecha. Era la euforia de un pueblo que se sintió libre de las garras de una sangrienta tiranía. La Iglesia se inclinó complacida; el poder legislativo ofrecía su apoyo a la Revolución otorgando uno de sus más ilustres letrados a la Presidencia del país. La toma de la fortaleza de Columbia por Camilo Cienfuegos fue algo así como la toma de la Bastilla por los jacobinos de Robespierre. Pero todavía nadie imaginaba lo que es una revolución en el poder.
A la Revolución Francesa debe el mundo cambios tan radicales que hoy se considera, a partir de ella, una nueva era para la humanidad. Pero aquellos que tuvieron que sufrir, por su falta de equilibrio político, los horrores de la Revolución Francesa, seguramente pondrían en duda su futuro promisorio. Sirvió de luz al mundo solamente luego de haber caído sacrificada por el mal manejo de sus creadores. Voltaire y Rousseau, a pesar de sus discrepancias, serían junto a otros Ilustrados los encargados de colocar las luces en aquel escenario de la historia, mientras Robespierre, Fouché y Marat fueron los comisionados de representar la obra y colocar sombras y tramoyas.
De forma muy parecida, la Revolución Cubana, al romper abruptamente con cánones, tradiciones y costumbres ancestrales, creó un vacío espiritual en la ciudadanía que causó, posiblemente, mayor daño social que sus, ahora famosos, errores administrativos. La ruptura con la Iglesia fue uno de ellos. La persecución de los homosexuales otro de sus marcados acentos. El bloqueo a la cultura extranjera, sobre todo a la de habla inglesa, se ha convertido en la más recordada úlcera negativa de su remembranza, pues la prohibición musical de los Beatles, con su manera de vestir y usar el cabello, produjo tantos sufrimientos injustos en los jóvenes que intentaron imitarlos en los años sesenta, como el simple hecho de entrar a un templo los domingos o declararse públicamente “gay”. Los campos de las UMAP todavía hacen recordar con terror aquella época.
Sin embargo, en la Revolución Cubana no todo es negativo. A lo largo de su larga dictadura, este gobierno creó un Sindicato que garantiza un mes de vacaciones anuales a cada trabajador, oportunidad inoperante en los campos cubanos donde los braceros, sobre todo en vaquerías de ordeño –pues crecí en una de esas haciendas –, tenían que trabajar, incluso, los fines de semana y todos los días del año. La Revolución aparejó la educación, convirtiéndola en totalmente gratuita, desde el grado preescolar hasta finalizar la universidad, rompiendo la desigualdad entre mejores o inferiores colegios, o lo que es peor, la escasez de ellos. Otorgó atención de salud a todos por igual, también gratuita y libre de privilegios raciales. Ha sido una vigilante cazadora de drogas y de armas de fuego en la población. Y se ha elevado ante América y ante el mundo como el gobierno más altruista en servicios médicos, educativos, atléticos y culturales que, hasta el presidente Obama hubo de reconocerlo hace apenas un par de años en una Cumbre de las Américas.
No obstante, esos méritos han sido muy cuestionados siempre por quienes piensan que detrás de toda esa amalgama de virtudes se esconden velados propósitos poco encomiables. El primero de ellos es la interrogante, filosóficamente tan discutida desde Platón hasta Nietzsche de, si las dictaduras –entiéndanse tiranías con hombres fuertes a la vanguardia (superhombres) –, en sentido general, resultan provechosas o dañinas para los pueblos; si una mano de hierro, por buenas intenciones que encierre, es el proyecto ideal que hará felices a los habitantes de un territorio determinado. En mi criterio particular, acaso saturado por tanta doctrina martiana, pienso que no; que “…la tiranía es una misma en sus varias formas, aun cuando se vista en alguna de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes” nos dejaría advertidos el Apóstol.
Hay quienes aseguran que el mes vacacional conseguido por la gestión sindical es un truco burdo y de mal gusto, puesto que el Sindicato en Cuba no es otra cosa que un tentáculo burocrático más que utiliza el Estado para hacer creer a los trabajadores que hay un organismo que los defiende, cuando en realidad es quien los aguijonea y empuja, sin derecho a réplica, hacia las tareas y sacrificios que se les exigen; sirve además como telón de fondo para la “aprobación popular” de medidas que van en detrimento directo de aquellos que dicen respaldar y de instrumento acusador cuando el trabajador se sale de la raya. Muy poco importa suministrar salarios altos y regalarle un mes de ocio al obrero cuando se paga con una moneda de ínfimo valor adquisitivo o sin respaldo de artículos que puedan adquirirse con ella. En los primeros años, gracias a las libretas de racionamiento, no solo la comida, la ropa y los zapatos estaban “normados”; aquel que necesitara adquirir un artículo de realce: entiéndase un radio, un televisor o cualquier electrodoméstico, así como un viaje de paseo hacia alguna playa cubana con precios diferenciados, podía alcanzarlo solamente mediante tiques sindicales; el pueblo andaba con los bolsillos repletos de dinero sin descubrir nada que comprar. Luego se inventaron las “CASAS DE LA AMISTAD” en cuyas estanterías aparecieron mercancías con valores sumamente elevados en relación con los salarios obreros y que nada tenían que ver con la fraternidad que anunciaba su nombre; por último, la doble moneda, que todavía persiste y devalúa el peso a solo cuatro centavos ha llevado y mantenido en la peor miseria a un pueblo entero.
Algunos desafectos opinan que la educación cubana existente, dirigida en lo absoluto por arbitrio estatal –cuyo contenido político rebasa los mayores límites imaginables –no es más que el pretexto para adoctrinar al niño prácticamente desde su nacimiento, puesto que, en los Círculos Infantiles a donde se resguardan los parvulitos de las madres trabajadoras, se les enseña “quienes son los buenos y quienes son los malos”, “a quienes deben amar y a quienes odiar”, y los pequeños futuros hombres y mujeres de la patria, llegan por la tarde a sus hogares cantando la Marsellesa y recitando los poemas más radicales.
La salud cubana, para los detractores del régimen, es pésima y mal remunerada a pesar de que en los espacios radiales, periodísticos y televisivos, se realcen con bombos y platillos los éxitos en su desarrollo. Se comenta muy a menudo que el internacionalismo de nuestros galenos no se debe en nada a una conciencia altruista creada por los cincuenta años de cultura revolucionaria, sino por la precaria remuneración dentro del país que los obliga a solicitar una “misión” para conseguir y traer, al regresar luego de tres años, algunos tarecos a su familia que están imposibilitados de adquirir acá, aunque muchas veces, al retorno, su familia se ha volatizado.
No son pocos los que, desde afuera acusan a “Cuba” de una doble moral en el caso de los estupefacientes después del escándalo de final de los años ochenta, cuando se enjuiciaron y fusilaron oficiales de los más altos rangos y condecoraciones. Y la prohibición de armas de fuego a la población civil, dicen algunos, no es otra cosa que el miedo a la posibilidad de levantamientos armados y a una guerra civil que dé al traste con el Régimen como otrora el Régimen dio al traste con la dictadura de Fulgencio Batista.
Muchos afirman que los triunfos deportivos no son otra cosa que la fachada que se pretende vender al exterior de un pueblo atlético y bien nutrido, puesto que es más fácil alimentar y elevar a niveles cómodos algunos cientos de personas que a los once millones restantes que estos representan y distan mucho de las prebendas que esos elegidos disfrutan.
Pero “Cuba” esta cambiando. –Y entrecomillo la palabra Cuba, porque se nos ha enseñado desde hace mucho a decir “Cuba” o “el pueblo de Cuba”, como sujeto de la oración que encierra la opinión oficialista más ortodoxa, sin andar pasando por plebiscito alguno cual es el sentido general de los once millones de cubanos que son en realidad los que conforman la verdadera Cuba. –La “Cuba” de hoy –entiéndase Gobierno –está dando un vuelco positivo, aunque sumamente lento, cuestión esta última que les permite decir a sus fustigadores, que es la necesidad imperiosa para sobrevivir un poco más, sin que se produzca una explosión social violenta y poder alcanzar a enterrar con gloria a los añejos dirigentes que todavía sobreviven.
Pero el caso es que las religiones han ganado la partida. Desde mi punto de vista laico –y otra vez saturado por la doctrina martiana – pienso que “un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud” y que, a pesar de que Marx dejó escrito que “la religión es el opio de los pueblos”, desde las iglesias no se sale pensando en robar, ni en asesinar, ni en hacer la guerra, ni en causarle dolor al prójimo. Los más candentes opositores de la Revolución intentan estigmatizar la posición de la Iglesia católica como sumisa, pasiva y amnésica de los dolores sufridos hace medio siglo a causa del fundamentalismo revolucionario; sin embargo, olvidan que es precisamente representativo de la doctrina cristiana amar hasta a los propios enemigos. La iglesia ha jugado su papel –recuerdo la Pastoral de mediados de los años noventa y recientemente la absolución de los presos políticos –. Sería bueno recordarles a aquellos que quisieran una posición totalmente vertical, reclamadora de la dimisión al Gobierno, que ni siquiera Cristo pretendió inmiscuirse en asuntos administrativos cuando refirió que su reino no era de este mundo. La Iglesia permanece allí, como siempre, con su largo historial de luces y de sombras, evolucionando junto a la sociedad, admitiendo los descubrimientos científicos que antes negaba y pidiendo perdón por sus pasados errores. Ahora nuestro nuevo presidente, mucho más abierto que el anterior, no ha puesto “peros” al recorrido nacional de la Virgen de la Caridad del Cobre, la Patrona de Cuba, y espera, complacido, la visita del papa Benedicto XVI para el próximo año.
La hija del presidente ha promovido la homosexualidad a tan altos niveles que asombra ver la cantidad de lesbianas y maricones “tapiñados” que existen en Cuba y que por fin han podido declarar su inclinación sexual. Ahora ya no son la lacra social que se expulsó por el Mariel hace tres décadas. Se le ha dado el derecho: su derecho a permanecer en una sociedad que respeta la manera de ser y de pensar libremente. Si en algo estimo censurable la explosión “gay” en Cuba es en su promoción oficial. No obstante, los maricones más viejos, aquellos que sufrieron los campos de concentración de las UMAP, han sabido perdonar –como hizo la Iglesia –los horrores pasados, y hasta ocupan cargos de alto renombre nacional.
Ya las canciones que mencionan la palabra “Dios” no son mutiladas a la hora de sacarlas al aire por las emisoras radiales, los jóvenes pueden dejar crecer sus melenas y vestir a la manera que más les guste sin el temor a ser aprehendido por la policía y John Lennon descansa cómodamente sobre el banco de un parque habanero.
Sobre la libertad de expresión también han emanado cambios muy positivos. El artículo que escribo en estos momentos, veinte años atrás me habría acarreado penas carcelarias y confiscación de los recursos que utilizo para realizarlo. Cierto es que todavía los medios masivos de promoción permanecen totalmente cerrados a quienes pretenden dar publicidad a criterios heterodoxos, fuera del cerrado marco de opiniones oficialistas. Internet continúa muy restringida y es la única brecha posible de utilizar para darse a conocer como críticos…
Sí, verdaderamente nuestra sociedad se está desenquistando; de eso no cabe duda. Sea por el imperioso afán de sobrevivir y evitar una explosión social similar o parecida a las que ocurren hoy en los pueblos árabes y ocurrió hace dos décadas en los sistemas infuncionales del campo comunista; sea por la insoslayable necesidad de incluir a Cuba en esa fusión nunca antes soñada entre los países latinoamericanos con gobiernos de izquierda pero con plena democracia y libertad ciudadana; sea porque el inexorable poder evolutivo de las sociedades y la globalización del mundo hacen ver hasta a los miopes más recalcitrantes y fanáticos que no se puede continuar viviendo en condiciones tan pésimas y sin aspiraciones a mejorar, ya se vislumbran las auroras. Ya somos dueños de nuestros carros y nuestras casas. Pronto no necesitaremos “carta blanca” para salir del país. No está lejano en día en que el dueño de su vaca pueda comérsela. Y espero ver antes de morirme una constitución reformada, que acepte como contrapunto al poder gobernante, otros partidos que se le opongan y lo obliguen a ser cada vez mejor y más justo.
Quizás la Revolución cubana, con sus luminarias y sus cargas oscuras pase a la historia –aunque en menor escala –igual a la Revolución Francesa. Quizás, a diferencia de esta, pueda sobrevivir con actos de mayor cordura y no necesariamente morir crucificada por un pueblo que la amó, pero que urge de cambios mucho más radicales de los que se les pretende otorgar, para luego resucitar y ser aceptada por la historia como algo positivo. Puede o no que a la Revolución cubana le suceda lo mismo. Eso depende de la inteligencia con que se valoren y se manejen las perentorias necesidades de una ciudadanía pisoteada por burócratas ineptos y dirigentes corruptos. Pero habrá un mérito que nadie podrá quitarle jamás: el de haber sido, como la europea, el faro orientador de los países latinoamericanos, pues como dijo Neruda alguna vez: “Después de la Revolución Cubana, América fue un poco más libre”. Eso, ni sus más incisivos calumniadores podrán negárselo. Quizás se hablé dentro de un siglo o dos de otros Fouché, de otros Marat y otros Robespierre en las clases de historia de una República próspera, independiente y feliz de la que nadie quiera salir huyendo. O quizás, me intuye el pesimismo, para los tataranietos de mis tataranietos, ya Cuba, como nación independiente, no aparezca en los mapas del mundo.
Pedro Armando Junco
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