Yo no he visto ese documental todavía, pero lo imagino. A Enrique Colina sí lo miraba muy a menudo por la televisión, y sus comentarios cinematográficos me deleitaron siempre por sus puntos de vista básicamente objetivos. Recuerdo la vez cuando criticó con fuerte realismo esas películas que mi gran amigo Luis Carracedo Roque denominaba de “patadas y piñazos”. Nunca olvido la imagen que presentaba Colina al referirse a los efectos especiales de esos filmes tan apreciados y buscados por una amplia gama poblacional –no solo en Cuba, sino hasta en los países más desarrollados del mundo.
¡Claro que Enrique Colina tiraba piedras a la luna! ¡Cuántos más tiramos piedras a esa luna ciega, sorda e inalcanzable que constituyen las masas poblacionales incultas o desinformadas? Porque esas grandes masas poblacionales no quieren –por apatía –o no pueden –por desinformación –llegar a la cultura verdadera que, “como la plata en la cordillera de los Andes” no está a flor de tierra, sino “en cuadro apretado” que se necesita desmembrar para encontrarla.
A las cotorras, en sus jaulas, se les ofrece como alpiste semillas de cundeamor. Hoy todavía el público espera las tres o cuatro películas del sábado –películas del enemigo –, no importa que en ellas los argumentos sean reiterativos y los guiones vacíos, con tal de que en las actuaciones haya mucha sangre; mucha, mucha sangre: la violencia, las armas, para expeler virtualmente esa carga emocional comprimida por el cúmulo de frustraciones recibido en toda una semana; o “sexo del bueno” con los movimientos pornográficos autorizados a ser expuestos en la televisión, que a veces tienen la “virtud” de servir para educar en la cama, igual a otro espacio más de Universidad para todos.
“De corazones ciegos estamos rodeados y el precio de una fe muda lo estamos pagando con el deterioro de muchas cosas valiosas”, nos dice el destacado estudioso de los audiovisuales al mirar censurado su documental. Y prosigue:
“La exclusión del ámbito competitivo supone una pérdida significativa de resonancia pública, una suerte de censura blanda, como lo fue la que impidió que el año pasado compitiera en la categoría de ficción el filme, Memorias del Desarrollo, del realizador Miguel Coyula, y esto a pesar de los méritos que la avalaban artísticamente. Cuando solicité me informaran por qué el documental no podía competir, la respuesta fue, “porque a la comisión le pareció demasiado largo y había tantos documentales…” Indagué si podía existir alguna razón política y la respuesta fue negativa. “
Esto me hace pensar que es cierto, que todavía estamos en la letra “V” de la frase diversidad de criterios como afirma otro gran amigo mío, Juan Antonio García Borrero. La diversidad de criterios es pluralidad, libertad absoluta a decir; es, dentro del ámbito cultural y artístico del país, el derecho a exponer una obra y darla a la luz para que todo el público la conozca y opine sobre ella, afuera por completo del estrecho marco de “especialistas” e intelectuales. Censuras como esta hemos sufrido todos desde los viejos tiempos de Heberto Padilla y Pedro Luis Ferrer, hasta hoy. Esto demuestra que aún se bambolea sobre nosotros, como espada de Damocles, esa mano negra del fanatismo más ortodoxo que, a sabiendas de sentir sus últimos estertores, lacera, trunca y ahoga la única manera de convertir a ese pueblo amante de las películas sabatinas, en un público capaz de disfrutar el arte inteligente y deleitarse en crecer a pasos seguros encaminados hacia la cultura verdadera.
“LOS BOLOS… –dice Enrique Colina –intenta acercarse al tema de cómo los cubanos recuerdan los treinta años de presencia y padrinazgo soviético en nuestro país, veinte años después de haber perdido la cuantiosa ayuda que sirvió de sostén material a la Revolución cubana y también de parangón político, como modelo de “socialismo real”, del que se copiaron unos cuantos errores de los que hoy se abjura”.
Pero no importa, amigo Colina. En casos como este llega siempre como consuelo a mi memoria, aquel juicio de la antigua democracia griega que condenó a muerte, por mayoría, “al hombre más justo y más sabio”, según palabras del propio Platón. Cuentan los cronistas de veinticuatro siglos atrás, que al día siguiente de la ejecución del sabio, las calles de Atenas estuvieron vacías y un luto mudo envolvió el ámbito de la ciudad más “culta” del mundo antiguo.
Pedro Armando Junco
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