Esta frase que parodia la célebre enseñanza
cervantina, es muy aplicable a la visita papal de la semana pasada. ¡Claro que
con signos de interrogación! Es un cuestionamiento que todavía determinados
ciudadanos se hacen, aunque ya gran parte de la población ha lanzado su
veredicto. Unos dicen que sí y otros dicen que no.
Lo cierto es que –a mi modo de ver –, cuando
un país es visitado por la máxima personalidad del Vaticano, la población
católica de ese lugar se reconforta, se alegra, se siente halagada. Es más, los
cristianos que militan en diferentes sectas, lejos de sentir envidia por el
suceso, ven en ello una tonificación del cristianismo que, a pesar de sus
diferencias, reafirma la fe evangélica que todos impulsan. También es de reconocer
que, casi siempre, cuando un país es visitado por la máxima personalidad del
Vaticano, se debe a que ese país necesita ayuda espiritual, paz interior,
reconciliación nacional y, sobre todo, mucho consuelo.
A México le urge detener esa cadena de
asesinatos que roba la vida ya a miles de personas. Necesita llevar los
asesinos a la cordura y a los familiares de las víctimas al perdón. La visita
papal seguramente les habrá traído algún paliativo humanista, y no serán pocas
las almas sanadas. Puede que los asesinatos y el odio continúen, pero estoy
seguro de que algunas almas enfermas han revivido su fe.
Y, ¿por qué a Cuba? ¿Por qué a una nación que
hace apenas tres lustros visitara un Sumo Pontífice?
La visita anterior sirvió de mucho. Juan
Pablo II nos dejó una frase inolvidable: “No tengáis miedo”. Con dicha expresión
nos enseñó a no temer a lo que no hay por qué temer: a decir nuestra verdad; y
desde entonces muchos hemos aprendido a desterrar la autocensura y la doble
moral que tanto ha venido dañando a la ciudadanía cubana desde hace más de
medio siglo. Nada es tan denigrante y devastador para un pueblo como expresar
lo contrario de lo que siente y pedir lo antagónico de lo que desea.
Dicen que el Papa declaró antes de llegar a
Cuba, que el comunismo había fracasado en el mundo. Dicen también que el
gobierno cubano puso el parche antes de que saliera el tumor y comentó que la
visita papal nada tenía que aconsejar a los lineamientos comunistas de la
nación. Dicen por ahí que ambas partes dejaron caer al descuido, con palabras
más distinguidas que estas mías, eso que en argot popular se conoce como “puyitas”.
La misa en Santiago de Cuba se recordará más
por el “camillazo” que le dieron al disidente que burló el cerco de
protección y gritó frases denigrantes contra el Gobierno, que por la homilía
del Vicario de Cristo. Las conversaciones de ahora salvaron el Viernes Santo
como las de antaño salvaron el Día de Navidad.
Existen expectativas de muchos con respecto a
los cambios políticos y sociales que probablemente veremos en un futuro cercano,
aunque debemos reconocer que el reino del cristianismo no es de este mundo; que
la misión de la Iglesia
de hoy es ofrecer ayuda –sobre todo espiritual –a todo el que la necesita, sin
inmiscuirse en el gobierno de las naciones, porque en siglos anteriores, cuando
la Iglesia se
situó por encima de los reyes, se cometieron barbaries abominables que no es
bueno siquiera recordar. Debe quedar muy claro que los problemas espirituales
son de ella y los políticos y sociales pertenecen a la sociedad cubana. Reitero: a la sociedad cubana, no a una pequeña
parte de la sociedad cubana. La iglesia ofrece el equilibrio y la paz al
espíritu; queda al Gobierno ofrecerle al pueblo la oportunidad de participar –a
todos por igual –en la restauración de un país desequilibrado social y
económicamente.
Esta visita no tuvo el auge, ni la elegancia
espiritual de aquella que conmovió a todo el pueblo cubano hace quince años. La
personalidad, inteligencia y carisma del Papa anterior demorará siglos en ser
igualada por otro Pontífice. Y si a esto sumamos que el Gobierno cubano
aprendió a recibir visitantes de esta índole, podemos estar de acuerdo con el
célebre axioma de Miguel de Cervantes.
Pedro Armando Junco
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