lunes, 9 de julio de 2012

Comentario sobre la ASAMBLEA ANUAL DE LA UNEAC


El pasado día 13 del mes en curso se efectuó en el teatro Vicentina de la Torre la Asamblea Anual de la UNEAC.  En el proscenio los más importantes directivos de la provincia, en las butacas de los espectadores todo el abanico de artistas camagüeyanos y algunos invitados al evento.
Esta reunión anual, inspiradora el pasado año de una de mis primeras “bloguerías”, es el espacio por excelencia para que los de abajo –hablo en el sentido más literal posible –descarguen a los de arriba –a los que permanecen sentados en el escenario –las sugerencias elucubradas subjetivamente, soliciten explicación para sus dudas y, por supuesto, si las tienen, expongan sus quejas muy bien justificadas.
Las muchachitas hablaron muy bien. Me refiero a Yoandra y a Niurkis: ambas del piquete de los escritores. Yoandra desnudó la realidad de los que escribimos y dejó en huesos y pellejos la miseria que nos consume cuando se hace comparación con otras ramas del arte, sobre todo música y plástica. Habló por todos y yo se lo agradezco, aunque dudo mucho que su lamento encuentre oídos receptivos capaces de solucionar, ofreciendo espacios bien remunerados y derechos autorales dignos de quienes escriben libros para el pueblo, este déficit monetario a que hizo referencia. Si ese milagro se concretara ya no tendríamos –algunos del grupo, por supuesto –que negocias viandas en el mercado.
Niurkis cantó sus cuitas a voz en cuello, muy parecida a Homero, cuando iba a pie, descalzo y ciego, posiblemente vestido de harapos, recitando La Ilíada de una ciudad estado a otra por la antigua Grecia. Yo, por mi parte, solicité un teléfono, porque volver a pedir Internet para todos, como he invocado en tantas otras asambleas, no solo es llover sobre lo mojado, sino una utopía inalcanzable.
Se habló del Reguetón, que invade los espacios difusivos del país igual que el marabú invadió las áreas rurales a partir de los años 60. Los reguetoneros fueron vituperados por la mayoría de los que tomaron partido en el debate, aunque siempre hubo alguien que dijo no tener nada en contra de ese estilo musical. A mi entender, habría que buscar la raíz del problema un poco más profundo, implementando un por qué tras otro hasta llegar al por qué los jóvenes prefieren esa música bailable y pegajosa a despecho de sus letras burdas y sicalípticas. Habría que analizar por qué todavía se monitorea y racionaliza la reproducción musical en la radio al estilo de los años sesenta, cuando las canciones que contenían la palabra “Dios” estaban sentenciadas al silencio eterno en las emisoras. Habría que averiguar por qué se estrecha a una cuota porcentual la música extranjera como si se tratara de los víveres que llegan a la bodega. Porque, si esos directivos que mantienen estas normas no lo saben, hay que decírselo: ¡No estamos en los años sesenta!
En cada acto oficial como este en que estuvimos, es aceptable escuchar un poema de Nicolás Guillén y una canción de Silvio Rodríguez. Son naves insignias de la política que nos gobierna. Pero, ¿por qué Silvio a toda hora, constantemente, machacando en hierro frío? ¿Por qué la ausencia de Pedro Luis Ferrer, José Valladares y tantos otros grandes cantantes y compositores –a mi entender tan buenos o mejores que Silvio –que permanecen en Cuba contra viento y marea? Y más aún, ¿hasta cuando vamos a tener prohibidos a Celia Cruz, Gloria Estefan y Willy Chirino, porque son detractores del sistema político en que permanecemos, si el arte es universal y apolítico? ¿Por qué borrar de la existencia histórica de nuestra música a quienes, de paso, se han quedado en el extranjero, como es el caso de Alfredito Rodríguez o de aquel célebre jovencito que hizo famosa la canción de la manzana en la cabeza, cuya letra y música se reproducía constantemente por la radio y la televisión nacional y que nunca más hemos podido escuchar en nuestros receptores?¿Por qué la música extranjera, además de sufrir la censura, es víctima de un precario espacio porcentual que viene determinado desde las altas esferas…?
El reguetón puede que sea un virus pernicioso cuando se infiltran en él elementos mediocres como las canciones obscenas y de tapar oídos que escribe Osmany García. Pero yo no creo que su repentismo demerite el arte si va acompañado de cordura y talento. Es más, si desaparece la censura y el racionamiento difusivo de la música en todo el país y se permite al pueblo escoger lo que verdaderamente desea escuchar, los reguetoneros mediocres pasarían a la esquina del escenario inmediatamente y nuestras emisoras tendrían una audiencia mayor y más variada. No olvidemos nunca que la libertad es quien únicamente abre las puertas a las grandes obras y que es la masa poblacional la mejor catalizadora del arte en cualquier arista.
Se habló también del sistema de becas a los jóvenes talentos. Se criticó muy duramente por qué, con el humano propósito de llevar las posibilidades hasta el último municipio, se asignan becas en lugares donde no hay talentos que salvar y en otros donde los hay, faltan las becas. Son reglas obsoletas y absurdas de pasados tiempos que ya no pueden continuar sosteniendo su intangibilidad, su intransigencia, su dominio desde las más altas esferas de la nación y que deben quedar flexibilizadas para bien del arte. Pienso que en ese aspecto hubo consenso general.
Eso fue groso modo nuestra asamblea anual. Solo me resta por decir en este comentario que la demora en colgar mis últimos trabajos se debe en parte a situaciones particulares que me impiden escribir algo semanalmente para quienes visitan mi espacio digital. Pero también, en parte, porque la muchachita que monitorea las cinco máquinas con que contamos en la sede de la UNEAC aquí en Camagüey, salió de vacaciones y no tuvo quien la relevara en sus funciones; por lo tanto, la sala de navegación se mantuvo cerrada todo ese tiempo. ¡Claro que no nos dimos por vencidos los blogueros de la UNEAC! Buscamos sitios alternativos y mi trabajo anterior lo colgué desde un lugar diferente gracias a la anuencia de un amigo que tuve que molestar, pero del cual no diré su nombre ni sus señas. Desde aquí le doy las gracias a este gran amigo –o amiga –y a ustedes, los que me visitan, créanme, los quiero mucho.

Pedro Armando Junco

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