Por pura coincidencia, un mismo día, sobre un mismo hecho y con un comienzo análogo, Juan Antonio García Borrero (Juani) y yo colgamos en nuestros respectivos espacios internáuticos sendos trabajos críticos. El tema versó sobre la Asamblea anual de la UNEAC que tuvo lugar en Camagüey el día 13 del mes recién concluido. Sin embargo, nuestros trabajos nada tuvieron que ver el uno con el otro, quedando demostrada una vez más la teoría de que cada espectador percibe de un modo diferente y singular un mismo hecho, una puesta en escena, una obra plástica, un tema literario, etc.
La puesta en escena en este caso
fue el desarrollo de la asamblea. En el escenario, los oidores; en el público,
nosotros. Y Juani vio una asamblea disminuida en su calidad con respecto a la
del pasado año: –“Si me exigen absoluta
franqueza, entonces debo decir que esta vez no me sentí tan satisfecho como en
la anterior” –aseveró.
En realidad los bocaditos de la
merienda estaban rellenos con mortadela y el refresco era dispensado a granel
en vasitos plásticos, mientras que el pasado año los bocaditos eran de jamón y
el refresco en laticas de fábrica. En eso, es cierto, hasta yo me sentí poco
satisfecho. Pero si no es a ese aspecto gastronómico al que Juani se refiere en
su crónica, sino al contenido que se discutía y a los acuerdos que de allí derivarían;
yo considero tan infructuosa esta asamblea como la de 2011 y todas las
anteriores; primero, porque de ellas nunca surgen resoluciones concretas, sino
que solo se toman notas que después, sobre los buroes de los dirigentes, se
implementan a como mejor les cuadre o, sencillamente, pasan al sepulcro del
olvido. Su “satisfacción” con respecto a la asamblea 2011 es que a partir de
ella se aceptó la propuesta de la
Calle de
los cines. Ahora habrá que ver más allá de los papeles, si dicha
finalidad es llevada a cabo en tiempo y forma. De no cumplirse cabalmente este propósito,
intuyo el grado de frustración que sufrirá mi amigo. Las asambleas, para que
sean legítimas y valiosas, no solo precisan quórum, sino resoluciones
claras y concisas, aprobadas y firmadas de inmediato por los asistentes, y
puestas en vigor lo antes posible. Desde el momento que nos dejen gritar como
parvulitos que reclaman el tete, pero la respuesta quede a merced de los
burócratas, para mí, con el perdón de Juani, más representa el bocadito de
mortadela y el refresco gaseado que las cuatro horas de aullidos de dolor que
tuvimos que soportarnos.
Prosigue Juani:
La cultura, entendida como algo que se ha
heredado y hay que transmitir a las nuevas generaciones tal como llegó a
nosotros, puede convertirse más en una herramienta de dominación que de
emancipación. Y allí es donde ese conjunto de artistas que supuestamente
integran la llamada “vanguardia intelectual” han de jugar su papel más activo,
que siempre será el más polémico. Por eso, cuando menos polémicas culturales
existan en un país, más en peligro estará de declinar la cultura nacional.
En eso sí
lleva toda la razón: Es una responsabilidad nuestra –yo diría más, de todo
hombre y mujer culto de la sociedad –echar a un lado la autocensura y expresar las
verdades –siempre con inteligencia y respeto –, porque de lo contrario la
cultura puede convertirse en anticultura, y en vez de instrumento de
emancipación, como él bien señala, se convierte en herramienta despótica.
¿Por qué la “vanguardia
intelectual” el día de la asamblea solo abordó por la superficie problemas de
poca relevancia? En mi caso particular, apartando mi intervención para
solicitar por enésima vez un teléfono, ¿por qué no planteé nuevamente el tema
de Internet
para todos, como he recalcado en otras reuniones? Pues, sencillamente, porque nadie cree en la
efectividad de las asambleas para solucionar los problemas básicos de una
nación donde los que pueden tomar determinaciones concretas están más sordos
que Beethoven y a más distancia del pueblo que los asteroides marcianos.
Porque, por más “alto nivel” partidista y gubernamental que hayamos tenido tomando
parte en dicho cónclave,
no alcanza su autoridad para determinar que Internet se abra a toda la
población, como tampoco en las reuniones de la agricultura poseen la potestad
de facultar a los campesinos propietarios de ganado mayor a comerse su vaca, o
en los consejos de referencia marítima, al pescador sureño comercializar los
camarones que pescó en el golfo.
Podemos desgastar nuestras
cuerdas vocales dentro de un teatro cerrado pidiendo la derogación de los
decretos más absurdos y arbitrarios y secar las gargantas solicitando la
implementación de medidas urgentes que ayuden al mejor funcionamiento de la
sociedad, que ni los dirigentes provincianos tienen potestad para actuar sobre
ellos, ni habrá oídos receptivos a nivel nacional que se ocupen de poner
remedio cuando la medida está sembrada con raíces del viejo acero.
Juani aboga por el debate… y yo
también. Hay que reconocer que este privilegio de poder criticar con entera
libertad es relativamente nuevo y tiene sus orígenes a partir de la
intempestiva frase del actual presidente del país que más o menos reza así: “hay
que dejar que la gente diga lo que quiera, aunque no nos guste lo que se diga”.
Es un cabo que se lanzó a la libertad de expresión ante la necesidad de
escuchar criterios ajenos al trillado y arcaico camino que envolvió al país en
la tempestuosa vorágine de problemas sociales que hoy lo asfixian. Podemos ahora
sacar por nuestros respectivos espacios en Internet críticas que hace diez años
atrás podían costarnos muy caras, pero, ¿cómo hacer para llevar nuestros
criterios al 96% de la población que no tiene acceso a estos medios, si la
prensa, la radio y la televisión no se hacen eco de nuestras ideas? Internet al
alcance de todos ampliaría el margen informativo del pueblo más allá de las
cerradas y parcializadas notificaciones con que se bombardea constantemente a
la población por los medios informativos. Sería un peligro para los que
esgrimen solamente criterios oficialistas verse contrariados, descalificados o
desmentidos. Es por eso, más que por la ineficiencia de la cacareada fibra óptica
que otorgó Venezuela, por lo que se restringe a un salón de teatro o una
reunión de rendición de cuentas, el derecho a que la gente diga lo que quiera
aunque no guste lo que diga.
Con respecto a la invitación a
la polémica, ya estoy entrando en la palestra. Y como creo en la concatenación
de la cultura, la política y la sociedad, invito a los otros blogueros de
Camagüey y de toda Cuba, incluyendo con preferencia a los miembros de la UNEAC, a debatir cualquier
tema y echar su carta en el agitado tablero donde palpitan los mayores deseos
de sacar en claro la mejor manera de solucionar nuestros problemas. ¿Por qué
no?
Pedro Armando Junco
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