–Muy acertado estuvo Carlos Marx cuando aseguró que la evolución
era constante e indetenible. Esta ley, vigente tanto en la física como en la
sociedad, es el punto final para las ambiciones humanas. No obstante a ello,
hay hombres que la ignoran y hasta parece no tenerla en cuenta a la hora de
ejecutar acciones arbitrarias en su afanosa escalada y permanencia en la
riqueza y el poder. Esa ley evolutiva está estrechamente ligada a la ley de la
igualdad mortuoria, que a todos nos coloca en un mismo sitio cuando nos
desintegra y nos lanza otra vez, en eterna evolución, a la inmensidad del
universo.
Eso conversábamos entre amigos aquel febrero del año 2008 cuando
el vitalicio presidente cubano abdicó su poder en su hermano menor.
–El tiempo no perdona… –comentó uno.
–Es una dinastía igual a la coreana –aseveró otro.
A mí solo me dio por especular sobre qué nos traería el cambio.
Con los años he aprendido a ser meticuloso en los análisis, sobre todo en
política –no sé por qué la política nos atrae a todos a pesar de la plena
conciencia del poco peso de nuestras opiniones –, y expuse a mis amigos que
pertenezco al grupo de cubanos que no les interesa tanto un cambio de gobierno,
como que el gobierno cambie.
Dicho de manera más diáfana, gústele o no a los fundamentalistas
de izquierda o de derecha, no nos interesa el nombre propio del principal
gobernante del país, sino que ese hombre trabaje para el bien común de todos,
no utilice el poder para sojuzgar a nadie y, sobre todo, escuche nuestras
demandas, nos respete y nos tenga en cuenta a la hora de tomar importantes
determinaciones.
A partir de aquel febrero de 2008 muchas cosas comenzaron a
cambiar. En voz baja, es cierto; porque todavía quedaban –y quedan aún
–pequeñas fuerzas radicales obstructoras del camino hacia el bien común y el
desarrollo verdadero. Además de esto, el nuevo mandatario recibió en sus manos –como
habría dicho mi madre en su léxico criollo –“…de sopetón, una olla de
grillos”.
Una de las primeras sorpresas fue el reconocimiento pleno de los “gay” en la sociedad. Aquellos que miraban
despectivamente a los homosexuales en seguimiento a lo orientado por la
política gubernamental de los primeros años de una Revolución que pretendía el
hombre irreprochablemente viril, les chocó muchísimo el efecto de rebote de la
medida y hasta temieron ver convertida a su amada patria en un harem de
maricones. Pero el pueblo lo asimiló y aquellos fundamentalistas que en los
años sesenta llenaron los campos de las UMAP de estos infelices solo por sus
preferencias sexuales y religiosas, han tenido que comerse las uñas. Ahora
arguyen que “fueron otros tiempos”, como
queriendo engañar a la historia, que siempre los señalará como opresores.
Del mismo modo han tenido que tragarse el cambio de la libertad
religiosa de hoy aquellos que perseguían los asistentes a las iglesias, les
obstaculizaban cargos importantes, matrículas y militancias y los marginaban
del ámbito cultural sin tener en cuenta la capacidad y el talento
sobresaliente.
Más que el Bosque de las
banderas, la excarcelación de los 75 presos políticos acalló la voz de
quienes la reclamaban y comenzó a surgir un ámbito de entendimiento y
coexistencia entre las parte beligerantes. El derecho a expresar las ideas con
entera libertad, sin el temor a recibir represalias emergentes, también debe
ser señalado como un cambio, aunque es muy saludable recordar que todavía en
este aspecto queda mucho camino por recorrer.
Hoy, a pesar de las cargas burocráticas que arrastramos como
remanente de políticas erradas, somos dueños de nuestras viviendas y nuestros
automóviles; podemos hacerlos efectivo y marcharnos del país si nos viene en
ganas con el dinero en los bolsillos. ¡Pobres aquellos que al marcharse de Cuba
en anteriores décadas tuvieron que dejar hasta los aretes de sus orejas y las
sortijas de sus dedos!
Queda mucho por hacer, es cierto. Existen muchos burócratas que
sustituir por hombres capaces, inteligentes y bien intencionados. Quedan muchas
leyes por revocar, sobre todo aquellas que impiden al hombre disponer de lo que
sus manos siembran, procrean y capturan sin el monopolio del Estado; sobre todo
urge el beneplácito de la ley para el libre comercio y consumo de productos
alimenticios, que todavía desacredita el derecho ciudadano de nuestra sociedad.
Nunca podrá hablarse de justicia social mientras exista una moneda
para el cobro de los salarios y otra para la adquisición de los artículos de
primera necesidad, mientras los artículos de manufactura nacional, creados por
las manos laboriosas del pueblo que trabaja, se oferten a ese mismo pueblo a
decenas de veces por encima de su costo de producción.
Tampoco podrá explayarse al mundo la libertad de expresión
absoluta mientras la prensa, la radio y la televisión estén vedadas a quienes
escriben criterios diferentes a los oficialistas. La información bloqueada
durante medio siglo, como el agua retenida en la represa, gracias a otros
medios alternativos de difusión ha sobrecargado las contenciones de los muros,
que ahora, resquebrajados e impotentes, presentan las fisuras propias del
tiempo en el desarrollo tecnológico, y comienzan a mostrar brechas cada vez
mayores.
Sin embargo, los cambios se están originando pacíficamente. ¿De
qué serviría violentar el método que el actual presidente utiliza en su intento
por reestructurar el país, cuando cada paso que se da indica lo urgente de procedimientos
opuestos a los que se han venido desarrollando durante medio siglo? Ante la
convicción de que la evolución, tal y como la plantea Marx, se eleva en espiral,
indetenible, siempre hacia una forma superior, burlando cualquier metodología
impuesta por un solo hombre, pienso que “lo que ha de ser, será” a despecho
de las intencionalidades humanas.
Pedro
Armando Junco
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