martes, 1 de octubre de 2013

Una exposición de Elpidio Huerta


Signos lejanos

En la tarde del pasado jueves 26 de septiembre, la sala Julián Morales se vistió de fiesta con la exposición REENCUENTRO del pintor camagüeyano Elpidio Alberto Huerta. La sede de la Organización (UNEAC) se llenó de selecto público: podría asegurarse que todos los artistas plásticos de la provincia, salvo muy pocas excepciones, asistieron a la muestra de casi una veintena de obras del pintor, abarcadora del extenso período de 1977 hasta la actualidad.
Y no fueron solo los artistas plásticos quienes se interesaron en apreciar aquellos cuadros de pintura abstracta de Elpidio, sino también escritores, periodistas, fotógrafos e intelectuales en general, deseosos de saludar a este señor de guayabera y barba que, con la misma sencillez que su esposa, saludó una tras otra a las casi doscientas personas asistentes.
La curaduría del evento estuvo a cargo de Pavel Alejandro Barrios Sosa, quien en su discurso de presentación brindó a la concurrencia un eximio elogio de las obras, muchas de ellas pertenecientes a colecciones particulares, amablemente facilitadas por sus dueños para la muestra.
La pintura, debo confesarlo con franqueza, no es mi fuerte. Y menos aún cuando se trata, como el caso al que me refiero, de pintura abstracta. Mucho se habla de esta vertiente del arte gráfico, hasta de la manera más hilarante y burlesca posible. Sin embargo, en los cuadros de Elpidio, cuando se penetra en su espíritu, aparece una razón real y hermosa que estremece y hace sentir una vez más que el arte verdadero no tiene explicación concreta, pero se intuye.
En el ciclo que abarca la última década del siglo veinte, en extenso cuadro, asoman en yuxtaposición, algo muy parecido a un cielo oscuro con nubes opacas y elementos extraños y deformes debajo, pero encima de aquella lobreguez aparece otro cielo: azul intenso con celajes alegres, bañados por el color marino que se impone y cubre toda la parte superior del paisaje. El título sugiere con franqueza: Paisaje posible.
Aunque no aparece en el catálogo, mi obra preferida fue Signos lejanos, un paisaje abstracto impresionista, lleno de luz propia, que trajo a mi escueto conocimiento de este arte, el nombre de Velázquez. Signos lejanos es luz, mucha luz, inconmensurable manantial de luz y de colores vivos, muchas veces sangre. Es como si el artista vislumbrara en él, a un mismo tiempo, el abismo de la destrucción y la salvación del mundo.   
Pero lo más relevante en la presentación del pasado jueves es que Elpidio Alberto Huerta, vive en Miami hace treinta años. A Pavel se le permitió encomiar la obra, pero le “sugirieron” no sacar a colación la trayectoria residencial del pintor. Mostrar el tejido, pero obviar el tejedor. Como si en cada uno de aquellos trabajos no estuviera presente el talento de aquel hombre que se fue de Cuba, quién sabe por qué razones, pero nunca dejó de ser cubano.
Está claro que todavía existen elementos retrógrados que prefieren mantener el inmovilismo cuando hoy es noticia que hasta los peloteros pueden salir del país a ganarse sus pesos… –perdón, sus dólares –y regresar a la Patria y participar en los torneos sin que nadie pueda echarles en cara ser apátridas, traidores, gusanos, desertores y otras tantas palabras injuriosas de que fueran objeto los que se iban y que, además los imposibilitaba de regresar a Cuba ni de visita.
La exposición de Elpidio fue exitosa por dos razones: 1) porque su obra es valedera y 2) porque ha demostrado una vez más que las puertas se abren a pesar de que algunos todavía pretendan mantenerlas cerradas.

Pedro Armando Junco

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