Signos lejanos
En la tarde del pasado
jueves 26 de septiembre, la sala Julián Morales se vistió de fiesta con la
exposición REENCUENTRO del pintor
camagüeyano Elpidio Alberto Huerta. La sede de la Organización (UNEAC)
se llenó de selecto público: podría asegurarse que todos los artistas plásticos
de la provincia, salvo muy pocas excepciones, asistieron a la muestra de casi
una veintena de obras del pintor, abarcadora del extenso período de 1977 hasta
la actualidad.
Y no fueron solo los artistas
plásticos quienes se interesaron en apreciar aquellos cuadros de pintura
abstracta de Elpidio, sino también escritores, periodistas, fotógrafos e
intelectuales en general, deseosos de saludar a este señor de guayabera y barba
que, con la misma sencillez que su esposa, saludó una tras otra a las casi
doscientas personas asistentes.
La curaduría del evento
estuvo a cargo de Pavel Alejandro Barrios Sosa, quien en su discurso de
presentación brindó a la concurrencia un eximio elogio de las obras, muchas de
ellas pertenecientes a colecciones particulares, amablemente facilitadas por
sus dueños para la muestra.
La pintura, debo
confesarlo con franqueza, no es mi fuerte. Y menos aún cuando se trata, como el
caso al que me refiero, de pintura abstracta. Mucho se habla de esta vertiente
del arte gráfico, hasta de la manera más hilarante y burlesca posible. Sin
embargo, en los cuadros de Elpidio, cuando se penetra en su espíritu, aparece
una razón real y hermosa que estremece y hace sentir una vez más que el arte
verdadero no tiene explicación concreta, pero se intuye.
En el ciclo que abarca
la última década del siglo veinte, en extenso cuadro, asoman en yuxtaposición,
algo muy parecido a un cielo oscuro con nubes opacas y elementos extraños y
deformes debajo, pero encima de aquella lobreguez aparece otro cielo: azul
intenso con celajes alegres, bañados por el color marino que se impone y cubre
toda la parte superior del paisaje. El título sugiere con franqueza: Paisaje
posible.
Aunque no aparece en el
catálogo, mi obra preferida fue Signos lejanos, un paisaje abstracto
impresionista, lleno de luz propia, que trajo a mi escueto conocimiento de este
arte, el nombre de Velázquez. Signos lejanos es luz, mucha luz,
inconmensurable manantial de luz y de colores vivos, muchas veces sangre. Es
como si el artista vislumbrara en él, a un mismo tiempo, el abismo de la
destrucción y la salvación del mundo.
Pero lo más relevante en
la presentación del pasado jueves es que Elpidio Alberto Huerta, vive en Miami
hace treinta años. A Pavel se le permitió encomiar la obra, pero le
“sugirieron” no sacar a colación la trayectoria residencial del pintor. Mostrar
el tejido, pero obviar el tejedor. Como si en cada uno de aquellos trabajos no
estuviera presente el talento de aquel hombre que se fue de Cuba, quién sabe
por qué razones, pero nunca dejó de ser cubano.
Está claro que todavía
existen elementos retrógrados que prefieren mantener el inmovilismo cuando hoy
es noticia que hasta los peloteros pueden salir del país a ganarse sus pesos…
–perdón, sus dólares –y regresar a la
Patria y participar en los torneos sin que nadie pueda
echarles en cara ser apátridas, traidores, gusanos, desertores y otras tantas
palabras injuriosas de que fueran objeto los que se iban y que, además los imposibilitaba
de regresar a Cuba ni de visita.
La exposición de Elpidio
fue exitosa por dos razones: 1) porque su obra es valedera y 2) porque ha
demostrado una vez más que las puertas se abren a pesar de que algunos todavía
pretendan mantenerlas cerradas.
Pedro Armando Junco
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