También pudiéramos llamarlo "aspirina para ingenuos ". Porque a estas alturas del juego, ni los parbulitos se tragan la píldora de que un cambio de ministro de Energía y Minas y de un director del sistema eléctrico nacional sea capaz de resolver el problema de los apagones.
Ni "chivos expiatorios", ni otra avalancha de mentiras sobre las supuestas averías en las termoeléctricas, van a "tupir" la inteligencia de una población que ha despertado definitivamente del letargo de más de seis décadas de promesas falsas.
En los paises de regímenes "no fallidos" las grandes empresas están en manos privadas, como era antes del triunfo revolucionario de 1959 en Cuba. Ese conglomerado de capitales, aglutinados bajo el nombre de una determinada compañía, lo asumía como director el más capaz o el mayor aportador de capital en la misma y --como es de suponer-- éste velaba con extremado celo por el mejor funcionamiento posible del nogocio, ya que era, por demás, uno de sus propietarios.
Pero en estos sistemas económicamente fracasados, se pone al frente de las mismas al militante político más incondicional de las órdenes superiores en vez del más diestro o el más ambicioso en desarrollar el mejor trabajo. Si por casualidad, el director o el ministro en cuestión, sugiere y reclama alguna medida urgente para salvaguardar el negocio, y ésta resulta incómoda por lo costosa y compleja, y no le cae bien al jefe supremo --como hoy se comenta sucedió al que en estos momentos es restituído a su cargo por haber alertado lo que vendría--, es defenestrado y sustituido de inmediato. Después solo queda justificar el yerro con nuevas mentiras publicitarias y pedirle al pueblo valentía y heroicidad para soportar las consecuencias.
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