Recuerdo cuando en los años 60, luego de exterminar hasta la última propiedad privada en Cuba, el régimen promovió y multiplicó sus regalías para ganar adeptos. El listado de aquellas gratuidades es imposible de nombrar en este artículo, porque regalar una ínfima parte de lo que se ha robado, siempre le ha salido bien al ladrón que busca fama y apoyo en la ignorancia de su pueblo.
Unas de las más peculiares de estas regalías fueron los velorios y entierros gratuitos. En los pueblos de campo, sobre todo, no hacía más que dar el último suspiro el moribundo y ya el pariente corría hacia la bodega a buscar las dos libras de café extras, que se dispensaban para esos acontecimientos. Después llegaba el carro fúnebre con el servicio completo y al día siguiente la recogida del ataúd hasta la puerta del cementerio: todo gratis.
Mucha frescura y risa causaría en la población por esos años la vez que un par de humoristas argentinos se atrevió a chistear con ello, en lo que sería su última presentación ante las cámaras de la televisión nacional:
—¿Sabes tú cuál es el colmo de un gobernante?
—No— replicó el otro.
—Pues... matar a un pueblo de hambre y después pagarle el entierro.
Horas más tarde, gracias a su condición de extranjeros que los eximía de la cárcel, el dúo humorístico Los Tadeos era conducido hasta el aeropuerto de La Habana para su expulsión definitiva hacia Buenos Aires.
Y pasaron los años. El desmantelamiento económico del país, a pesar de la ayuda soviética y luego venezolana, obligó a prescindir de muchas gratuidades, porque una población acostumbrada a miserables regalías no solo se habitúa a mendicante, sino que se transforma en holgazana y abyecta. No obstante, los velorios y entierros, hasta hoy, continúan siendo gratis..., aunque con determinadas limitaciones.
El servicio funerario ya no ofrece los grandes cirios que se colocaban a cada lado del féretro, reemplazados por bombillas eléctricas que ahora colapsan frente a los apagones. Los ataúdes del pueblo, a no ser cuando se trata de distinguidas personalidades, son idénticos en su pésima calidad, pues la madera blanca con que se fabrican aparece hecha polvo dos años más tarde durante la exhumación de los restos.
Desde hace años ya, momentos antes de sellar la caja, se retira el cristal que permite la vista del occiso. Sin embargo, el destino de los muertos cubanos cada vez empeora. Fuentes muy cercanas a mí, aseguran que los ataúdes de hoy solo llevan de madera blanca el marco que los sostiene, ya que el resto de su embalaje lo complementa un relleno de cartón de tienda.
Pero lo más curioso, génesis de este artículo, me lo intuyó mi reciente visita a la funeraria de La Caridad, en Camagüey, para despedir a un primo. A la hora de sacar el cadáver para el entierro, ya frente al carro fúnebre que esperaba con la puerta abierta la llegada del féretro, trasladaron la caja con el muerto a un cuartico aledaño y demoraron allí más de quince minutos, dejándonos a todos con un signo de interrogación en la frente. ¿Cual será la última migaja de gratuidades que nos roben?
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