La nueva medida decretada por el presidente Joe Biden ha puesto a correr muchos cubanos; tanto a los que viven en la isla, como a sus familiares y amigos que residen en el exterior. Es un nuevo cauce que facilitará a los desesperados un camino expedito y sin riesgo vital, para escapar del régimen cubano.
Como cuestión humanitaria podemos catalogarla de excelente para algunos cubanos -aunque traiga como consecuencia que la isla se quede más vacía de lo que está-; y también para Venezuela, Nicaragua y Haití. Pero la considero discriminatoria para otros países del hemisferio que, si bien no sufren una tiranía, sí padecen miserias endémicas y abundantes.
No es mi intención en este artículo analizar por qué la mayoría de los pueblos latinoamericanos sufren una pobreza crónica, hasta hoy insuperable, porque eso lleva a un análisis mucho más profundo que no cabría en pocas letras. Pero no quiero terminar mi opinión sobre esta jugada del presidente Biden, sin tocar las consecuencias adversas para quienes se han aprovechado de la avalancha de cubanos que huye y ahora se verá reducida drásticamente: el millonario saqueo de los coyotes y el multimillonario negocio de las líneas aéreas que, en descarado contubernio con aquellos que facilitan el camino, ven tronchadas sus ganancias.
Por demás, Estados Unidos recibe, ordenadamente, mano de obra barata y muy selecta, porque hasta donde alcanza la mirada, es muy poco probable que el buzo que trastea por las tardes en los contenedores de basura, o el aguerrido revolucionario de los mítines de repudio, alcancen a encontrar en la otra orilla, un patrocinador que los reclame.
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