Estamos ante un momento coyuntural tan importante que permite imaginar cambios geopolíticos profundos en todo el continente.
Me atrevería a parafrasear aquellas palabras del Apóstol: "nuestra América está como despertando". La llamada Ola Roja, citada tantas veces por los estudiosos del camino político en América Latina, se está desvaneciendo. Es como si los pueblos enriquecieran su cultura y se dispusieran a pensar. Es un renacimiento ideológico solo comparable con el del hombre que se dejó llevar por enternecedoras promesas de un falso amigo y, luego del atraco, se levanta feroz y lo echa de su casa.
Claro que mucho de este abrir de ojos se le debe a las nuevas fuentes de tecnología en la comunicación que han llegado con el siglo y permiten desenmascarar ese alud de mentiras piadosas y falsas esperanzas que esas nuevas tiranías sembraron en la imaginación de los ilusos latinoamericanos.
No podemos negar que las dos grandes fisuras de la democracia radican, primero: en que las grandes masas poblacionales son proclives a seguir a un líder, a un mesías que piense por ellas y da entrada al carismático regalador de promesas incumplibles y le otorga su voto. La otra gran fisura, como muy bien aseguró Ichikawa, es que el voto de un ignorante vale lo mismo que el de un intelectual.
El empoderamiento y permanencia de los regímenes totalitarios de izquierda en América Latina se debe también a la cofraternización de todos sus gobiernos bajo un mismo supuesto ideal socialista. Las viejas tiranías del siglo XX subsistían aisladas, e incluso muchas tenían criterios divergentes. Estas de hoy, conocidas como castrochavistas, se apoyan y ayudan entre sí, implementan foros, y obedecen a una estructura general que mucho tiene que ver con el estalinismo.
Sin embargo, la intercomunicación, imposible de bloquear por estos sistemas dictatoriales, los despoja de su mejor arma: la censura; y queda al descubierto la antítesis de sus prédicas: la miseria en que hunden a sus pueblos. Por mucho que su propaganda oficialista arremeta contra el enemigo común, que dicen ser el capitalismo, su idílico mundo de fantasías se deshace ante lo palpable de la realidad objetiva.
Ortega se ha cerrado las puertas en el mundo por encarcelar hasta a los sacerdotes. A Maduro lo tiene arrinconado una mujer que vale por cien hombres. Petro es abominado por el mismo pueblo que le dio el voto. El kirchnerismo tiene sus días contados hasta las elecciones. El gobierno cubano se ha ganado el desprecio de la Unión Europea al negarse a poner en libertad los manifestantes del 11 de julio y ha sido sancionado enérgicamente; también juega con fuego al permitir a Putin tomar a Cuba como enclave militar.
La invasión de Rusia a Ucrania, si llegara a una escalada mayor, puede traernos consecuencias insospechadas.
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