A comienzos de año, cuando empezábamos a sufrir la escasez de agua potable, la culpabilidad recayó en la sequía. Pero llegó la primavera con sus torrenciales aguaceros, que en junio provocaron inundaciones pocas veces vistas en Camagüey y las provincias orientales, con devastadoras consecuencias. La justificación de las represas secas ya no es admisible debido a lo anterior, más cuando hubo funcionarios que alardearon con que había modernos equipos propulsores, listos para el bombeo urbano.
Mientras, en la calle, 1200 pesos es el precio de tanques de 1000 litros, que son transportados por carretones tirados por caballos, como el que se muestra en la foto.
La carencia de agua potable en toda Cuba hoy hace competencia a la de alimentos, medicinas, transporte, y tantos recursos más, y se convierte en una úlcera más de la salud pública, con la propagación de enfermedades por falta de agua potable para la higiene de casas, personas y alimentos como principal consecuencia.
Lo supuestamente positivo de todo este desafío radica no solo en la resignación, sino también en el ingenio del cubano: ante la escasez de alimentos comemos lo que aparezca, frente al déficit de medicinas nos intentamos curar con infusiones de hierbas -igual que nuestros aborígenes-- la ausencia de transporte la resolvemos caminando grandes distancias -como nómadas hebreos en Sinaí con una bolita de maná (pan) y la esperanza de cruzar nuestro Mar Rojo.
Todos los días, al despertarnos, nos aplasta una involución en picada; lo único que permanece invariable es la continua justificación de lo injustificable.
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