Hubo una vez una isla invadida por su vecino de enfrente. La abundancia de alimentos, el desarrollo del transporte tanto por vía férrea como por carreteras, la electrificación de las ciudades y la industrialización cañera, convirtieron a una isla de apenas un millón de habitantes en uno de los países más ricos de su región. La magnificencia de su clima y las libertades económicas facilitadas por sus gobiernos, atrajeron a emigrantes de sitios lejanos, ávidos de progreso: árabes, chinos, españoles... y muchos más. Y se cruzaron las etnias. Así se transformó la nación en el más bello abanico de colores que podamos imaginar; nació un pueblo bastante feliz, aunque parte de sus habitantes desconocían el concepto de la felicidad.
Así que un día llegó una rata grande, muy grande y astuta, disfrazada de Flautista de Hamelin y, con los falsos acordes de su música, hizo creer a los ingenuos habitantes del país que los dueños de las grandes empresas creadas escondían la más baja ralea de los roedores y había que echarlos... Roncó el arpegio de su diabólica canción nacionalista y antipropiedad, y muchos habitantes, los más entusiastas y crédulos, bailaron al acorde de esa música.
Hasta aquí el difícil paralelo de este cuento. Hasta aquí, porque el flautista verdadero no estaba allí.
Aquella tierra que alguna vez tuvo por símiles el Paraíso Terrenal o el País de Jauja, comenzó por olvidarse de Dios, renunciar a gran parte de sus antiguos conceptos morales, creer en la mentira, justificar el robo y derramar la sangre de los que no creyeran lo mismo y se opusieran. Y al vecino de enfrente le tocó recibir las ofensas, las culpas y el robo de los bienes que algunos de sus hijos habían creado en Cuba.
Fue entonces cuando aquel vecino se convirtió en el verdadero Flautista de Hamelin: agraviado, hizo sonar una Ley de Ajuste que no ha dejado de tañir en más de medio siglo: y le abrió las puertas a los niños y a los no tan niños; y los enseñó a ser honrados, laboriosos, respetuosos de la ley, y desecaron un pantano y construyeron sobre él una de las ciudades más hermosas del mundo. Mientras, acá, quedaban el hambre, la suciedad, la miseria y la neoantropofagia ciudadana, donde cualquier acto de delincuencia o deshonestidad es permitido o muy flojamente castigado, menos la oposición a quienes provocan el mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario