sábado, 18 de mayo de 2024

ÁNGELES

María Isabel, mi vecina de enfrente, iba todos los veranos a España junto a su esposo Paco y regresaba con el dinero suficiente para un nivel de vida imposible de alcanzar en Cuba sin ese sacrificio. 

Pero esta vez Paco se fue solo. Ella ha preferido cuidar de su progenitor octogenario. Para María Isabel no hay oferta económica en el mundo capaz de hacerla abandonar su condición de hija. 

En el edificio aledaño a mi casa vive la doctora Elizabeth. Cuando sus padres, ya muy ancianitos no podían estar solos, los trasladó a su estrecho apartamento y permitió a otro familiar quedarse con la casa de los viejos. Más importante que heredar una vivienda es para ella el cuido de quienes le dieron la existencia. 

Allá por el reparto La Vigía vive la doctora Noris, la oftalmóloga que me atiende, hija de quien fuera mi maestro, que acaba de cumplir 101 años. Hay que visitar esa casa y adentrarse en su manejo para darse cuenta del sacrificio de esta mujer que, luego de cumplir con su trabajo, dedica con esmero y ternura el resto de su tiempo a atender a su padre. 

Escribo esto porque las excepciones llaman más al análisis que la generalidad del entorno. Y en la difícil temática de los tantos viejecitos que padecen abandono por la emigración en Cuba, es bueno señalar, aunque a muchos les duela, que la ancianidad en mi país sufre sus peores momentos. 

Tengo otros vecinos octogenarios, acaso tan necesitados o más que estos, que bendicen el nombre de sus hijos cuando les mandan desde allá las remesas para sobrevivir. Son incapaces de quejarse y, por el contrario, se muestran satisfechos de la ayuda que reciben, aunque su corazón se deshaga en pedazos, añorando la mano que acaricia la frente, los labios que besan la mejilla, la mirada que aupa el espíritu. 

Y yo que he sido tan escéptico ya no dudo que los ángeles existan, porque cuando miro a profundidad a estas tres amigas que tanto aprecio —quizás sea una ilusión óptica por las cataratas que padezco— les veo detrás de sus espaldas algo así como el aletear de las palomas.

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