Ahora, cuando el obispo de Camagüey prohíbe al párroco de Esmeralda tocar treinta campanadas al cortar la electricidad, recuerdo aquel pasaje del evangelio en el que Jesús, acosado por los fariseos, respondió la malintencionada pregunta: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
Sin embargo, de poco sirvió la cautela del Maestro cuando lo llevaron ante el gobernador para que decidiera su destino: el representante de Roma, a sabiendas de la injusticia que cometía, se lavó las manos. Y así ha pasado a la historia.
Creo, obispo Willy, que no es el momento de lavarse las manos como Poncio Pilatos. Porque esa postura de fingida neutralidad de la iglesia, lejos de beneficiar a la ciudadanía que sufre los insoportables apagones, pone en peligro, incluso, la integridad física de este ejemplar sacerdote.
Su iniciativa, tan cristiana como pacifista y justa, que debería servir de ejemplo para los extremistas de uno u otro bando, representan el clamoroso llamado de todo un pueblo adolorido en la única voz costestataria permitida: la iglesia cristiana. Y, ¿puede usted asegurarme que en esta ocasión el portavoz de Jesús no sea el padre Alberto Reyes, en su último intento por salvar a la nación cubana de un caos como el de Haití o de los gazatíes?
El compromiso de la iglesia ha de ser siempre con el pueblo que la sigue y nunca con el régimen que intenta manipularla.
Permítase a todas las iglesias de Cuba redoblar sus campanas en representación del pueblo y luego preguntemos. La respuesta será a lo hemingwayano:
¡Están doblando por ti!
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