jueves, 21 de enero de 2016

La Hora de Cuba y El destino de los perros

La Hora de Cuba es, así de simple, una revista independiente y libre de cualquier tipo de afiliación política. Está confeccionada a mano, con un número muy reducido de ejemplares, porque su edición es financiada por los mismos autores que la conforman. En ella escriben todos aquellos que desean exponer públicamente lo que piensan, sean profesionales o no de las letras, sin que haya algo o alguien que rectifique sus criterios. La mayoría de sus corresponsales son jóvenes deseosos de comunicar ideas, de echar fuera conceptos propios, de criticar lo que consideran mal hecho, no importa quienes sean los reprochados. Es una revista para colocar el dedo encima de la llaga que corroe la hueste social que nos circunda, para denunciar las ilegalidades de aquellos que la prensa oficial no menciona. Esta revista se apoya, sobre todo, en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Su director me invitó a colaborar con cualquier trabajo seleccionado por mí, siempre que fuese inédito, porque La Hora de Cuba no publica textos ni imágenes dados a conocer ni siquiera en internet. Así, transcurrido un tiempo prudencial, pongo a disposición de ustedes esta fábula escrita por mí y publicada en la revista hace algunas semanas. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

 

El destino de los perros

He sido un perro afortunado. Cuando mataban la vaca, siempre disfruté las mejores postas mientras los canes de otras manadas alcanzaban solo las tripas y los huesos. Hasta llegué a pensar que el destino de los perros es comer huesos y tripas. Pero escuchaba por las noches el aullido sordo de cachorros con hambre y me solidaricé con ellos.

Descubrí que los perros hambrientos, aunque enclenques y desaliñados son proclives a la violencia siempre que alguien los azuce. Y me dio por organizarlos. Los convencí de que juntos podríamos vencer a esa bandada de cachorros engreídos que engullían las mejores postas cuando se mataba la vaca. Les expliqué que el destino de los perros no es vivir eternamente comiendo huesos, tripas y retazos de cebo. Creo que la dialéctica explica mejor que yo este asunto del cambio de conciencia.

El caso es que los organicé y los eché a la pelea. Fue una lucha feroz; literalmente, una pelea de perros. Mis indigentes seguidores salían muy mal parados de la lidia contra canes muy bien alimentados. Pero éramos el doble, el triple, el cuádruplo, y al final ganamos la batalla. Muchos terminaron rencos; pero tuve la audacia de enseñarlos a morder en la garganta, como hacen los leones y los tigres, que matan al momento. Y esa táctica nos regaló la victoria: un perro herido, chamuscado, tullido, si es bravo de verdad, puede seguir luchando. Perro muerto, es baja definitiva.

Ahora la jauría me obedece ciegamente. Cierto es que todavía comen huesos, tripas y retazos de cebo, porque cuando matamos la vaca debo canjear sus carnes para adquirir collares de defensa, vacunas contra la rabia y muchas cosas más que necesita cualquier manada prestigiosa como la nuestra. Es cierto también que a veces algún cachorro malagradecido aúlla por las noches y se queja de comer huesos y tripas solamente; pero lo descubrimos, lo enjaulamos y le rapamos la cola. Algunos que no se atreven a aullar, nos apoyan o escapan del gremio.    

La dialéctica me ha permitido cambiar nuevamente de conceptos. Y ahora estoy convencido, definitivamente, que el destino de los perros SÍ es comer huesos y tripas. Claro, cuando matamos la vaca y entregamos sus carnes a los comerciantes de collares, yo me guardo los filetes y el sobre-lomo. Pero la jauría no lo sabe.

 

Pedro Armando Junco

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