miércoles, 7 de septiembre de 2022

Una frase inolvidable


Hace ya muchos años, me impresionó una frase que no entendí bien en aquel momento, pero nunca se borró de mi memoria. He demorado medio siglo en poder asimilarla a plenitud y aceptarla hoy como un axioma en plena vigencia.

La escribieron en respuesta a las luchas de clases de aquellos tiempos, cuando los desposeídos buscaban una fórmula para arrebatar las riquezas a quienes las tenían y comenzaban los albores del marxismo.

Nadie vislumbró con tanta certeza lo que más de un siglo después ha quedado claro para la historia: "Los comunistas creen resolver el problema de la miseria de los pueblos; pero matar la vaca no es repartirla". Y es que hoy día, cuando vemos el avance arrollador del populismo al tomar el poder en los países de América Latina –ya sea por la fuerza y el engaño como en el caso de Cuba, o por las grandes fisuras que ofrece la democracia en las urnas– y luego dilapidar en solo pocos años toda la riqueza acumulada por los grandes sacrificios de la sociedad durante siglos bajo regímenes capitalistas, se entienda a la perfección que han matado a la vaca, pero no han sabido repartirla.

Igual a comejenes en las maderas blandas de la incultura poblacional, estos tiranos de hoy, disfrazados de izquierdistas demócratas, se cuelan dentro del maderaje social y, regalando a las multitudes empobrecidas una ínfima parte de lo que arrebataron a los ricos capitales, las seducen y las utilizan cuando se ven en peligro, mediante manifestaciones furibundas –obsérvese Argentina por estos días– que les permitan sostenerse en el poder hasta que la infraestructura del madero quede totalmente convertida en aserrín de excremento proletario.

Solo entonces la miseria abre los ojos a los ingenuos que le sirvieron hasta con sangre en sus tropelías. Por eso ahora, hasta en las redes sociales muchos se atreven a decir que Batista no era tan malo como se cuenta y muchos chilenos recuerdan con nostalgia los años de Augusto Pinochet y no se atreven a votar otra nueva Constitución, porque le temen más que a la suya. Es saludable para mí aclarar que ni Batista, ni Pinochet fueron santos, porque los tiranos nunca han sido buenos…, pero los hay peores.

Cuando Batista, existía pobreza en Cuba; sin embargo, el país prosperaba a pasos agigantados: engordaba la vaca de mi referencia. Es cierto que en esa sociedad los pobres eran muchos. Entonces llegó la revolución, arrebató a los ricos sus propiedades y, mientras llevaba a detrimento toda la infraestructura económica creada por los defenestrados, enseñó a vivir del cuento del aplauso a los desposeídos. Actualmente en Cuba todos somos pobres –salvo los oligarcas que gobiernan–, más un número incalculable de miserables, que es el extremo morboso de la pobreza.

Venezuela es copia al carbón de lo que es Cuba; Argentina, ahogada hasta el cuello en su economía, se debate ahora mismo bajo un tsunami populista que pretende arrasar el poder judicial y la prensa libre; y Colombia se ha dejado seducir por los cantos de sirena de Gustavo Petro, como si sus antecedentes guerrilleros no fueran más que suficientes para desconfiar de sus propósitos.

Recemos por Brasil…

 

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