La gente se queja de que los vendedores deambulantes abusan de la población necesitada, que no entienden de límites ni medidas, que son inmisericordes con los precios. Sin embargo, son ellos los que están allí siempre, en todo momento, listos para resolver las más perentorias necesidades de cualquier ciudadano. Desde un condón hasta una barra de maní, incluso por el mismo precio.
A no ser armas de fuego, en la calle aparece de todo, aunque los vendedores pululantes sean los bicicleteros con sus ristras de ajos y cebollas enredadas sobre los manubrios, exigiendo cientos de pesos por cada una de ellas y superando así varias veces en sus ganancias el salario que recibe un profesional médico en su encomiable quehacer humanista.
Camino por las calles de mi ciudad y a cada paso, inclusive interrumpiendo la acera, encuentro al vendedor de algo, sencillamente inimaginable. La escasez, la vagancia y la corrupción se han fusionado de tal manera que es normal para cualquiera caer en ilegalidades.
Ese es el monótono quehacer de un pueblo de personas hambrientas y desocupadas, que gasta su tiempo en recaudar algunas monedas para la manutención de su familia. Un pueblo sin estímulo laboral, cuyo único motivo del trabajo para los pocos que lo ejecutan, es el compromiso profesional bajo una espada de Damocles que lo amenaza con perder su estatus social y convertirlo en paria.
Por eso, todo aquel que no se resigna a "engavetar" su título, asiste con desgano y cumple sus obligaciones laborales; pero cada día son menos. Ya no queda cubano, a no ser los cargados de prebendas como es el caso de los dirigentes y los militares, que no esté pensando en alguna disyuntiva existencial, entre las que aparece como más popular de todas, abandonar el país.
¡Y ahora salen con eso de perseguir a los vagos y a los corruptos! Que hasta parece una ironía, porque este pueblo fue enseñado a holgazán gracias a un sistema social que prometió ofrecer todo lo básico con tal de que nunca desobedeciera ni pretendiera ser independiente y menos aspirar a la riqueza.
Y para hallar a los más corruptos —no utilizaré sustantivos propios no sea que pretendan aplicarme la nueva ley— ¡ya saben dónde primero hay que buscarlos!
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