lunes, 1 de enero de 2024

Aquellas Navidades

Recuerdo, cuando niño, las vacaciones navideñas en Cuba. Era un período que comenzaba en Nochebuena y terminaba el día de reyes. Cerraban los colegios. Los muchachos, en el campo donde yo vivía, conformábamos grupos para salir de caza con tirapiedras, bañarnos en los ríos y ejecutar más de una travesura. 

Casi todo mi pueblo era cristiano: hasta los que nunca habían visitado una iglesia y desconocían que la Navidad representa el nacimiento del niño Jesús. 

Quizás por eso, en el campo, la fiesta mayor era el lechón asado en puya el día de Nochebuena. Íbamos de bohío en bohío; hasta el más pobre tenía su lechoncito enganchado en la vara. El olor característico de la grasa del puerco al caer sobre los brasas encendidas inundaba el ambiente de toda la barriada. Donde ya picaban el lechón asado sobre la mesa, nos permitían alegremente compartir en familia. ¡Éramos tan felices que no lo sabíamos! 

En la ciudad, las calles permanecían adornadas y limpias, las tiendas colmadas de ofertas y rebajas: pululaban los cesticos con uvas, las peras, las manzanas, los turrones de Jijona y de Alicante, las nueces y avellanas, los vinos españoles paralelamente a las tantas variedades de verduras criolla. Muchos esperaban la misa de gallo hasta la medianoche, instante que representa el nacimiento del niño Jesús. 

El día 28 nos "cogíamos de inocentes" con maldades pícaras y alegres. El 31 también se asaban los lechones, pero con menor entusiasmo que el día de Nochebuena. 

Pero la fiesta mayor para los muchachos siempre fue el 6 de enero, al despertar por la mañana: lo primero, asomarnos debajo de la cama a sacar los juguetes que nos habían traído los tres reyes magos, porque en la tarde del día 5 no olvidamos colocar en el portal de la casa las dos vasijitas con agua y hierba para sus camellos... 

Sé que estas remembranzas humedecen los ojos a los que vivimos esos tiempos, no sólo porque los cubanos de hoy en su mayoría no contarán con un pernil de puerco asado que cenar esta Navidad, ni habrá risas que contagien a las familias, porque alguno no estará presente; pero, sobre todo —y para mí lo más triste—, porque los padres de esos niños cubanos de hoy beberán lágrimas de sangre en su impotencia, al ver cómo sus hijos no tendrán ni siquiera un juguete que abrazar.

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