viernes, 26 de enero de 2024

CRÓNICA RURAL DE TIEMPOS PASADOS


"Don Armando, emprésteme cinco peso, que ya se los pagaré cuando haiga alguna chapiaíta que hacer en su potrero. Los necesito pa llevar la muchachita al médico, pué al parecer dio un trompezón con el novio y me la ha dejado cargá", dijo más o menos el guajiro, según recuerda mi memoria. 

Mi padre lo entendió perfectamente, porque esa especie de dialecto criollo, matizado con una cadencia poética original y rica, se establecía en nuestros campos a despecho de la Real Academia de la Lengua Española. Mi padre le entregó los cinco pesos en la seguridad de que le serían devueltos con agradecimiento. 

Nueve meses después, frente al camino, recostado el taburete al portal de su bohío, aquel campesino sonreía feliz con un recién nacido entre los brazos. 

Eran así nuestros guajiros: maltrataban el idioma, y como casi ninguno practicaba el aborto, sus mujeres daban a luz hasta ocho, diez, catorce veces... Conocí el caso de Miguel Morales y Ana de los Reyes, matrimonio de Sao la Vaca, que tuvieron veinte hijos. El pueblo de la isla se multiplicó por seis, en medio siglo. 

Aunque algunos no mandaban a sus hijos al colegio —pues su analfabetismo, creían ellos, no hacía contradicción con el trabajo— existían en mi pueblo, antes de la llamada revolución, maestras normalistas en escuelas pagadas por el gobierno republicano, además de la sapiencia natural de los campos. 

Quizás en la comarca no hubiera una iglesia a dónde asistir los domingos y pocos bautizaran a sus retoños, pero casi todos se consideraban cristianos, nadie robaba, ni agredía al prójimo, ni se practicaba la envidia del emprendimiento ajeno y el mentiroso era el hazmereír de la gente. 

Sesenta y cinco años después, no entendemos, a pesar del buen léxico, qué significa el optimismo de una frase como "Cuba avanza y eso les duele", acompañada de la yuxtaposición "resistir con creatividad". 

Como tampoco hayamos lógica en el desplome total de un país, la "culpabilidad" de un enemigo que nos bloquea pero nos manda el pollo que comemos, la desintegración inminente de una población que se difumina por el mundo, el fenecimiento de un pueblo debido a la vejez mal alimentada y carente de recursos para curar sus enfermedades. 

Mientras tanto, yo, guajiro de los dos tiempos, sin entender nada me pregunto, ¿en cuál estábamos mejor?

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