viernes, 29 de marzo de 2024

LA TERNURA DE DIOS

 

Raúl Alejandro González Hernández es un joven proveniente del oriente cubano, que vino hace muy poco para Camagüey con su esposa Marianela, y Camila, su pequeña de cinco años. Su profesión: barbero. Uno de los oficios más requeridos en una sociedad que obvia los servicios públicos honrados, por la escasa remuneración que representan. 

Él sabe muy bien que para llevar una libra de carne a la mesa de su casa, tiene que pasar por su sillón media docena de usuarios; que corre el riesgo de los inspectores —muchos de ellos inescrupulosos sobornadores— y el insoslayable pago de alquiler del salón en que trabaja. 

Pero Alejandro quiere salir adelante. Locuaz y sonriente mantiene casi siempre su local nutrido de clientes y, como es natural en todas las barberías del mundo, se escuchan relatos increíbles, las anécdotas más secretas del barrio, así como la temperatura política de la población. 

Hace algunos días Alejandro descubrió en Facebook consumidores generosos que, en otros países, al liquidar su cuenta en restaurantes y cafeterías, "dejan colgando" un café, una merienda o una ración de alimentos para el más necesitado que llegue después y no tenga con qué pagarla. Y me soltó con sonrisa inocente: 

—Yo quiero hacer lo mismo una vez por semana. Ayúdame a encontrar entre los alcohólicos que deambulan por aquí, o los buscadores del basurero de la esquina, para hacerles un pelado gratis. 

Y así lo hicimos, aunque los beneficiarios de este proyecto no logran entender todavía, y hasta sospechan que hay algo de maldad detrás de esto, cuando se le propone. 

—Alejandro —le dije mirándolo a los ojos, que es la manera más efectiva de obtener la verdad—, ¿por qué haces esto, en medio de la lucha diaria para solventar apenas las necesidades básicas de tu familia? 

Y me respondió con su sonreir de siempre: 

—Porque al despertar por la mañana recuerdo el rostro agradecido del mendigo y siento la ternura de Dios. 

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