martes, 3 de julio de 2012

Contrapunteo


           Por pura coincidencia, un mismo día, sobre un mismo hecho y con un comienzo análogo, Juan Antonio García Borrero (Juani) y yo colgamos en nuestros respectivos espacios internáuticos sendos trabajos críticos. El tema versó sobre la Asamblea anual de la UNEAC que tuvo lugar en Camagüey el día 13 del mes recién concluido. Sin embargo, nuestros trabajos nada tuvieron que ver el uno con el otro, quedando demostrada una vez más la teoría de que cada espectador percibe de un modo diferente y singular un mismo hecho, una puesta en escena, una obra plástica, un tema literario, etc.
La puesta en escena en este caso fue el desarrollo de la asamblea. En el escenario, los oidores; en el público, nosotros. Y Juani vio una asamblea disminuida en su calidad con respecto a la del pasado año: –“Si me exigen absoluta franqueza, entonces debo decir que esta vez no me sentí tan satisfecho como en la anterior” –aseveró.
En realidad los bocaditos de la merienda estaban rellenos con mortadela y el refresco era dispensado a granel en vasitos plásticos, mientras que el pasado año los bocaditos eran de jamón y el refresco en laticas de fábrica. En eso, es cierto, hasta yo me sentí poco satisfecho. Pero si no es a ese aspecto gastronómico al que Juani se refiere en su crónica, sino al contenido que se discutía y a los acuerdos que de allí derivarían; yo considero tan infructuosa esta asamblea como la de 2011 y todas las anteriores; primero, porque de ellas nunca surgen resoluciones concretas, sino que solo se toman notas que después, sobre los buroes de los dirigentes, se implementan a como mejor les cuadre o, sencillamente, pasan al sepulcro del olvido. Su “satisfacción” con respecto a la asamblea 2011 es que a partir de ella se aceptó la propuesta de la Calle de los cines. Ahora habrá que ver más allá de los papeles, si dicha finalidad es llevada a cabo en tiempo y forma. De no cumplirse cabalmente este propósito, intuyo el grado de frustración que sufrirá mi amigo. Las asambleas, para que sean legítimas y valiosas, no solo precisan quórum, sino resoluciones claras y concisas, aprobadas y firmadas de inmediato por los asistentes, y puestas en vigor lo antes posible. Desde el momento que nos dejen gritar como parvulitos que reclaman el tete, pero la respuesta quede a merced de los burócratas, para mí, con el perdón de Juani, más representa el bocadito de mortadela y el refresco gaseado que las cuatro horas de aullidos de dolor que tuvimos que soportarnos.
Prosigue Juani:
 La cultura, entendida como algo que se ha heredado y hay que transmitir a las nuevas generaciones tal como llegó a nosotros, puede convertirse más en una herramienta de dominación que de emancipación. Y allí es donde ese conjunto de artistas que supuestamente integran la llamada “vanguardia intelectual” han de jugar su papel más activo, que siempre será el más polémico. Por eso, cuando menos polémicas culturales existan en un país, más en peligro estará de declinar la cultura nacional.
En eso sí lleva toda la razón: Es una responsabilidad nuestra –yo diría más, de todo hombre y mujer culto de la sociedad –echar a un lado la autocensura y expresar las verdades –siempre con inteligencia y respeto –, porque de lo contrario la cultura puede convertirse en anticultura, y en vez de instrumento de emancipación, como él bien señala, se convierte en herramienta despótica.
¿Por qué la “vanguardia intelectual” el día de la asamblea solo abordó por la superficie problemas de poca relevancia? En mi caso particular, apartando mi intervención para solicitar por enésima vez un teléfono, ¿por qué no planteé nuevamente el tema de Internet para todos, como he recalcado en otras reuniones?  Pues, sencillamente, porque nadie cree en la efectividad de las asambleas para solucionar los problemas básicos de una nación donde los que pueden tomar determinaciones concretas están más sordos que Beethoven y a más distancia del pueblo que los asteroides marcianos. Porque, por más “alto nivel” partidista y gubernamental que hayamos tenido tomando parte en dicho cónclave, no alcanza su autoridad para determinar que Internet se abra a toda la población, como tampoco en las reuniones de la agricultura poseen la potestad de facultar a los campesinos propietarios de ganado mayor a comerse su vaca, o en los consejos de referencia marítima, al pescador sureño comercializar los camarones que pescó en el golfo.
Podemos desgastar nuestras cuerdas vocales dentro de un teatro cerrado pidiendo la derogación de los decretos más absurdos y arbitrarios y secar las gargantas solicitando la implementación de medidas urgentes que ayuden al mejor funcionamiento de la sociedad, que ni los dirigentes provincianos tienen potestad para actuar sobre ellos, ni habrá oídos receptivos a nivel nacional que se ocupen de poner remedio cuando la medida está sembrada con raíces del viejo acero.
Juani aboga por el debate… y yo también. Hay que reconocer que este privilegio de poder criticar con entera libertad es relativamente nuevo y tiene sus orígenes a partir de la intempestiva frase del actual presidente del país que más o menos reza así: “hay que dejar que la gente diga lo que quiera, aunque no nos guste lo que se diga”. Es un cabo que se lanzó a la libertad de expresión ante la necesidad de escuchar criterios ajenos al trillado y arcaico camino que envolvió al país en la tempestuosa vorágine de problemas sociales que hoy lo asfixian. Podemos ahora sacar por nuestros respectivos espacios en Internet críticas que hace diez años atrás podían costarnos muy caras, pero, ¿cómo hacer para llevar nuestros criterios al 96% de la población que no tiene acceso a estos medios, si la prensa, la radio y la televisión no se hacen eco de nuestras ideas? Internet al alcance de todos ampliaría el margen informativo del pueblo más allá de las cerradas y parcializadas notificaciones con que se bombardea constantemente a la población por los medios informativos. Sería un peligro para los que esgrimen solamente criterios oficialistas verse contrariados, descalificados o desmentidos. Es por eso, más que por la ineficiencia de la cacareada fibra óptica que otorgó Venezuela, por lo que se restringe a un salón de teatro o una reunión de rendición de cuentas, el derecho a que la gente diga lo que quiera aunque no guste lo que diga.
Con respecto a la invitación a la polémica, ya estoy entrando en la palestra. Y como creo en la concatenación de la cultura, la política y la sociedad, invito a los otros blogueros de Camagüey y de toda Cuba, incluyendo con preferencia a los miembros de la UNEAC, a debatir cualquier tema y echar su carta en el agitado tablero donde palpitan los mayores deseos de sacar en claro la mejor manera de solucionar nuestros problemas. ¿Por qué no?

Pedro Armando Junco


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