miércoles, 29 de enero de 2014

No matemos a Willy


Ansiedad, expectativa, diversidad de opiniones es el resultado de la remodelación del casco histórico en la ciudad de Camagüey.
Todos a la espera de positivos resultados, porque el día 2 de febrero de 2014, supuestamente, según los historiadores, nuestra ciudad cumplirá medio milenio.
No pienso sea el momento para discutir por qué Camagüey es más antiguo que Santiago de Cuba, ni tampoco el por qué la Oficina del Historiador se empecina en retrotraer como su nombre la media docena de palabras que los colonizadores endilgaron a mi ciudad, cuando nuestros mambises lo cortaron de un paraguayazo y lo sustituyeron por el actual, en homenaje a un cacique autóctono de estas tierras más allá de los 500 años que hoy pretendemos celebrar.
El asunto que hoy me ocupa y me preocupa es Willy, el joven arquitecto  –más que arquitecto, talentoso artista –que diseñó hace solo unos años la remodelación de la calle Maceo y que ha tenido a cargo ahora el rediseño de la Plaza de la Merced, conocida actualmente como Plaza de los Trabajadores.
Hace solo unos días, en la sala de navegación de la UNEAC, quisimos matar a Willy. Yo fui uno de los complotados. Pero no se asuste. No fue un intento de asesinato como el ocurrido recientemente con el boxeador de la Cruz, sino un asesinato verbal.
La Plaza de los Trabajadores estaba recién asfaltada antes de la orden de llevar a cabo este proyecto de Willy. Era el lugar idóneo de parqueo del centro financiero provincial, así como para muchos usuarios esporádicos que aparcaban allí sus vehículos. Era la sede de innumerables eventos culturales al aire libre, sobre todo cuando visitaban la ciudad artistas de renombre nacional. Y, sobre todo, vértice de partida radial hacia los lugares más concurridos por la población urbana local y punto de referencia para los turistas visitantes.
De pronto aparece el proyecto de Willy y desmantelan toda el área. Solo respetan el ceibo viejo y enfermo que milagrosamente ha sobrevivido. Todo el pueblo espera algo parecido a lo de la calle Maceo, a pesar de la dolorosa eliminación del asfalto nuevo y el parqueo en la Plaza. Ante mi crítica, Willy asegura que los carros dañan con vibraciones los edificios y contaminan el medioambiente con emanaciones de gas carbónico. Agrega, además, que las grandes ciudades del orbe solo permiten el tránsito a pie por sus lugares históricos.
Pero hoy, a solo unas horas del 500 cumpleaños de Santa María del Puerto del Príncipe, causa principal de esta remodelación, la Plaza de los Trabajadores presenta un piso de bloques rústicos y adoquines rescatados quién sabe de dónde, poco curiosamente acomodados, dejando mucho que desear a lo esperado. Ya poetas anónimos han bautizado a la nueva plaza, por su descuidada terminación, como “Plaza de los Tropezones” o "Las Líneas de Nazca" por la necesidad de observar la supuesta belleza de su construcción desde un elicóptero o un rascacielos.
La tarde en que quisimos matar a Willy por el pésimo aspecto de este sitio en el cual olvidaron construir urinarios para sustituir el callejoncito Mojarrieta, él se disculpó explicando que su proyecto original fue más artístico. Pero que luego llegaba un directivo de Patrimonio, o de Monumento, o de la Oficina del Historiador  y lo cambiaba todo “por esto o por lo otro”, desoyendo sus opiniones.
Y yo le creo. Porque, desdichadamente, algunos de nuestros dirigentes no tienen en cuenta para nada la opinión ajena, venga de un simple ciudadano o de un arquitecto estelar. Parece ser que su propósito solo fuera cambiarlo todo para que todo continúe igual… o peor. Mantener en movimiento la noria de la inercia para que la creatividad y el desarrollo no dañen el estatus quo del inmovilismo.
El ejemplo más expositivo de la poca importancia que los que todo lo deciden sienten por el pueblo, es el cierre, frente al parque Agramonte, de la calle Martí. Allí se ha instalado Café Ciudad para los extranjeros. En divisas. Moneda a la que no tiene acceso el bolsillo del cubano de a pie, el cubano obrero, el cubano para quien se hizo esta Revolución.
Por eso pensamos que es penoso el derroche de recursos llevado a cabo en muchos sitios, requiriendo reparación de urgencia tantas calles en pésimo estado. Derroche de materiales, mano de obra, tiempo vital.
Debo reconocer que las obras hidráulicas, telefónicas y eléctricas que se están llevando a término sí son dignas de mérito y encomio. Pero esa locura de acometer tantas remodelaciones a un mismo tiempo, muchas de ellas solo con la finalidad de atraer la atención turística y no el mejoramiento de confort y viabilidad para el pueblo de Camagüey, es un gran fiasco. Ignorar que al pueblo no lo constituyen solo las edificaciones, sino sus habitantes, es una muestra más de marginación al ciudadano común y corriente, tan necesitado de mejorías incuestionables en sus condiciones de vida.
Por todo esto pido la absolución de Willy. No lo matemos. Es uno más de nosotros: uno de los bueyes utilizados para romper el terreno donde otros, como Odiseo, sembrarán sal para evadir responsabilidades y nunca esperar la cosecha.

Pedro Armando Junco 

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