En el mes de abril del presente año la UNEAC celebrará su Octavo Congreso. Para aquellos que desconocen las siglas, debo aclarar que UNEAC significa Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Fundada en los primeros años de la Revolución y presupuestada por el Estado presenta en sus estatutos como requisito previo para integrar sus filas “su adhesión a los principios de la democracia socialista y en consecuencia defiende el derecho a la información, a la palabra, al ejercicio del criterio, a la libertad de creación, a la investigación, a la experimentación, a la crítica, al debate y la polémica”.
Durante décadas el discurso homogéneo y
centralizado de sus miembros, fue verticalmente el discurso del oficialismo. Ni
obra literaria, ni plástica, ni musical, ni mediática, podía apartarse un ápice
de la voz gubernamental. Y en consecuencia, hoy lastra su historia como el
más sonado de su radicalismo político, el caso Padilla, aunque pueden agregarse
otros de menor estrépito, pero que de manera soterrada excluyeron artistas
cuyas obras demostraron más tarde, altos y transcendentales valores: Pedro Luis
Ferrer y José Valladares, compositores de piezas musicales que se manifestaron
más allá de las fronteras del país, son dos buenos ejemplos de compositores,
entre otros muchos, que podrían citarse. En el campo literario, a Leonardo
Padura y Pedro Juan Gutiérrez, su heterodoxia los obligó a triunfar fuera de
Cuba primeramente, para luego ser reconocidos y publicados en el patio.
Sin embargo, hace poco más de cinco años,
Eusebio Leal pronunció un discurso en la clausura del Séptimo Congreso de la UNEAC, que abrió puertas y
ventanas al futuro. Y a partir del Séptimo Congreso, la UNEAC se ha ido
democratizando paulatinamente. “Democratizando” no es en realidad la palabra
idónea que explica mejor la liberalidad con que sus miembros pueden hoy
escribir o pintar, a pesar de que otra de sus agrupaciones –como es el caso de
los medios difusivos –mantienen aún la mordaza puesta.
Si bien es cierto que todavía queda mucho camino
por andar en las editoriales del país, ya salta a la vista la intención de
reconocer los valores del artista sin prejuicios políticos fundamentalistas. En
el quinquenio anterior, cuando para las asambleas previas al Congreso nos
reunían, a pesar de cierta soltura aparente, se nos “monitoreaba” lo suficiente
como para hacer llevar al Cónclave planteamientos estereotipados. Mas hoy,
nuestras asambleas provinciales han gozado de la libertad de expresar criterios
más diversos y sacar a la luz ideas anteriormente inimaginables, siempre a la
sombra de una postura revolucionaria.
Pienso que transitamos por un camino cada día más
prometedor. Escollos habrá que sortear, empecinados en frenar el avance del
cambio de mentalidad, nunca faltarán. No son pocos los que temen, conocedores
de su mediocridad, el destete de los cargos y prebendas que los han mantenido
arriba gracias a su careta política. Pero la fortaleza de la idea renovadora,
la entereza por salvar conquistas del socialismo, junto a la disposición de un
pueblo cada vez más documentado gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías
y deseoso de mejorar sus condiciones de vida familiar, llevarán a cabo la obra
de la reestructuración de nuestra cultura, que es, a fin de cuentas, el pilar
imprescindible para alcanzar la reestructuración de todos los valores sociales,
ya sean educativos, económicos o de cualquier otro tipo.
Trabajemos todos por un Congreso donde el arte
brille con el esplendor intrínseco de la libertad verdaderamente creadora.
Pedro Armando Junco
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