sábado, 15 de mayo de 2021

De Stalin a Díaz-Canel

 

Salgo a la calle, miro la miseria de mi pueblo y me estremezco. Y me pregunto cuál será el futuro de los cubanos. Entonces me remito a Rusia y recuerdo a Stalin, el prototipo político que le valió al Hombre de la Piedra el calificativo de "último stalinista".

Fue Stalin el mayor tirano del siglo XX, solo emulado por Hitler. No sintió afección ni por sus colaboradores más leales; los manejó como a títeres, hasta convertir en bufón a Nikita Jruschov, quien a la postre lo sustituiría; cuentan que Beria, su instrumento diabólico, tembló ante su presencia hasta el minuto de su muerte. Entonces vienen a mi mente Hubert Matos, Camilo Cienfuegos, Sori Marín, Arnaldo Ochoa, José Abrahantes y hasta el Che Guevara abandonado en las selvas de Bolivia.

Cuentan que fue Stalin, antes que Hitler, quien ideó los campos de concentración siberianos, donde iban a parar todos los que se consideraran indeseables; y golpean mi memoria los campamentos de las UMAP en la década de los años sesenta, cuando recluyeron en ellos a religiosos, homosexuales y opositores.

Millones de ucranianos murieron de hambre la vez que Stalin, sin pisca de piedad, ordenó el saqueo de sus alimentos; realidad que no me permite soslayar esos años noventa del pasado siglo en nuestro país cuando hasta los gatos callejeros fueron diezmados por el hambre de la población, mientras sacrificar una res propia constituía un delito de largas penas carcelarias.  

También es famoso el relato de la gallina desplumada por Stalin en medio del frío siberiano: durante la visita a un campesino tomó una gallina de su patio y le arrancó, inmisericorde, todas las plumas; al soltarla, el desabrigado animal corrió a buscar calor entre sus botas. Cuentan que dijo: "Así se le hace a los pueblos: se despluman por completo y verán como luego vienen mansos a tus pies". Eso sucedió en Cuba antes de terminar la década de los años sesenta: hasta el último timbiriche fue confiscado por el gobierno; así desaparecían los últimos vestigios de propiedad privada en nuestro país.

Por eso me sumerjo en la infausta historia soviética, la más propicia a la hora de ofrecer un paralelo con nosotros; y tampoco es para olvidar, según cuentan sus biógrafos que, a pesar de ser temido hasta los últimos latidos de su corazón, luego de su muerte, Jruschov lo encajó en una urna de cristal –existen también urnas no precisamente de cristal– al lado del camarada Lenin como objetos museológicos de veneración, pero comenzó, disimuladamente, una época de cambios.

Luego, la destitución de Jruschov daría razón a Carlos Marx sobre su teoría del aparente retroceso de las sociedades debido a la espiral evolutiva por la que avanzan. El ruso que naciera en 1917 y terminara su existencia antes de 1989, pudo haber asegurado que el comunismo sería eterno. Los procesos políticos y sociales son demasiado extensos para que una existencia humana los abarque. Sin embargo, gracias a diversos factores evolutivos, tanto internos como externos, llegó a la cima del poder Mijail Gorvachov que, a pesar de ser un comunista convencido, abrió una pequeña brecha a la compuerta para dar oxigenación al Sistema y se derrumbaron los muros de la represa. Nuestra generación ha tenido el privilegio de avistar grandes cambios sociales en el mundo durante pequeños lapsos de tiempo, mientras nuestros antepasados jamás pudieron soñar vivirlos.

 

Cuento todo esto porque si el comunismo soviético demoró setenta y dos años en caer, a nosotros nos faltarían diez para alcanzarlo. Pero esto ni el mismo Raúl Castro se lo cree. Quizás por eso hayan sido sus amenazadoras palabras al despedirse como Primer Secretario del Partido. Su tiempo está terminando no solo políticamente, sino por esa raya roja que pone Dios al ser humano: el límite de la existencia.

Y ahora viene la pregunta que nos hacemos todos: ¿será Díaz–Canel el Jruschov o el Gorvachov cubano? No lo creo. ¿Pudiera ser el Putin? Menos aún, porque ni la geografía, ni el desmembramiento económico, ni los modernos medios informativos independientes, ni la cercanía de la otra mitad de la nación cubana que es quien hoy nos alimenta, ni muchos factores más que serían inmensos de enumerar, le permitirán mantenerse en el poder a la fuerza sin efectuar los cambios estructurales capaces de resolver la miseria cubana, ya que estos conllevarían de inmediato al desmantelamiento de un régimen acosado a la vez por la pandemia, el hambre y una población cansada de tantas mentiras y promesas falsas.

Ahora bien; predecir el cómo y el cuándo del cambio, me traslada a un chiste de humor negro que anda de paseo por las redes sociales:

Un amigo cuenta a otro:

        ¿Sabes que yo hablo con Dios todos los días por teléfono?

        ¿Ah, sí! ¿Y no le has preguntado cuándo se acaba esto?

        Ya lo hice…

        ¿Y qué te dijo?

        ¡Me colgó…!

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