sábado, 8 de mayo de 2021

Los cuarenta años de Marieta

Hoy cumple Marieta, mi hija mayor, cuarenta años.

Recuerdo cuando me la trajo la niñera del Hospital Materno envuelta en unos paños que no le permitían ni mover los bracitos; recuerdo su carita redonda y sus ojos muy abiertos, queriendo explorar el mundo que se abría a su alrededor. Por eso he pensado siempre en la responsabilidad que se tiene cuando se echa un hijo al mundo.

Me parece escucharla, con poco más de un año, al cruzarla a caballo sobre el puente del arroyo para ir a casa de Luz Marina, cuando jubilosa siempre repetía:

–¡Abua, Papá, abua!

Por las noches llegaba hasta mi balance con su último biberón de leche –se zampaba cinco biberones, a tope, diariamente– para tomárselo encima de mí; y cuando lo lanzaba, ya vacío, en medio del portal, junto al primer ronquido. Y la recuerdo al amanecer, "meada" hasta los ojos, tiritando de frío, a la orilla de mi cama buscando que yo la acurrucara. Llegaba hasta mi lado aunque estuviera oscuro todavía, pues tocando los pies era capaz de reconocerme, confiada de que por ese lado sería bien recibida.

Tendría escasamente cuatro años cuando corría hasta la salida del garaje al primer sonido de la moto. Yo la enhorquetaba delante de mí y le daba el paseíto hasta la portada del patio. Ya complacida, al bajarla la miraba correr de vueltas hasta la casa sin virar la cara.

Tantos son los recuerdos felices regalados por su niñez que podría escribir tomos completos. Quedan por publicarse la vez que se antojó de ir a buscar palmiche en la carreta y la caída dentro de la cisterna de la casa. Luego los años del preuniversitario, su carrera de abogada, su labor como locutora de televisión, el advenimiento de sus dos niños…

Debo confesar que nunca pensé estar presente en los cuarenta años de Marieta. Mi filosofía sobre la existencia humana me tiende siempre el aviso de la posibilidad de la muerte. Pienso que la muerte es un abismo en asecho constante mientras caminamos por la vida; y ésta es una cuerda floja que cruza sobre él. No es pesimismo, no. Para nada. Por eso un día como hoy debemos celebrarlo. No con dulces, ni bebidas, ni música; sino dando gracias a ese poder extraordinario que llamamos Dios, por permitirnos estar juntos todavía.

¡Felicidades, Marieta!

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario