Aunque la democracia en Argentina estuvo enferma del peligroso virus del kirchnerismo por décadas, y a despecho de las armas propagandísticas del candidato progubernamental, al final la libertad pudo salvarse en las recién concluidas elecciones presidenciales.
El oficialismo jugó sus cartas más bajas, con el irrespeto a los días de silencio establecidos por ley a final de campaña, o la demonización del opositor Javier Milei, quien logró vencer limpiamente en el balotaje a un ministro de Economía en decadencia.
Milei, el libertario, ganó. Argentina se puso de pie y dijo NO a las mentiras, a las promesas falsas, a la miseria del poder en manos de unos pocos, sobre todo de una vicepresidenta que ha robado al pueblo, a manos llenas, millones de dólares.
Justo a tiempo ha llegado Milei para detener la evolución de ese socialismo vegetariano o prodictatorial, que ha gobernado por casi veinte años, antes de convertirse en una dictadura de socialismo carnívoro similar a Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Todavía en Argentina se celebran elecciones limpias en las que un candidato de la oposición goza de las garantías y prerrogativas necesarias para unos comicios transparentes.
Mientras, los cubanos nos quedamos de espectadores. Algunos, espero que muchos, anhelamos que un día podamos celebrar la victoria de un candidato nuestro, verdaderamente nuestro, y que ese día se oigan, como hoy en Buenos Aires, los vivas a la libertad.
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